4 de julio: santa Isabel de Portugal, la aragonesa que detuvo a miles de hombres armados - Alfa y Omega

4 de julio: santa Isabel de Portugal, la aragonesa que detuvo a miles de hombres armados

A la reina Isabel la llamaban la pacificadora, porque varias veces se metió en los campos de batalla para detener la guerra en Portugal, una misión que acabó llevándola a la muerte

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘Santa Isabel de Portugal’ (detalle) de Zurbarán. (Hacia 1635). Museo Nacional del Prado. Foto: Museo Nacional del Prado

«Como una loba enfurecida a la cual le van a matar a su hijito, lucharé por no dejar que las armas del rey se lancen contra nuestro propio hijo. Pero al mismo tiempo, haré que primero me destrocen a mí las armas de los ejércitos de mi hijo, antes que ellos disparen contra los seguidores de su padre». Con este coraje se plantó la reina Isabel de Portugal en medio de un campo de batalla para forzar a su marido y a su hijo a la paz. Y no fue una, sino varias las veces en que esta aragonesa de sangre caliente tuvo que arremangarse ante cientos de hombres armados para detener las guerras que amenazaban la paz en Portugal aquellos años.

Isabel nació en Zaragoza en el año 1271. Era hija del rey Pedro III de Aragón, nieta de Jaime el Conquistador y biznieta del emperador Federico II de Alemania. Le pusieron su nombre en honor de su tía abuela, santa Isabel de Hungría.

En la corte de Aragón recibió una esmerada educación religiosa, y ya desde pequeña rezaba y ofrecía pequeños sacrificios por amor a Dios. Siendo princesa, no hacía gala de ello y vestía con sencillez, sin joyas ni adornos.

En aquella época se acostumbraba a dar a las hijas de los reyes en matrimonio con otras casas reales, para reforzar lazos entre naciones, y eso fue lo que pasó con Isabel: sus padres la ofrecieron al príncipe Dionisio, heredero del trono de Portugal, con quien se casó siendo muy joven. Sin embargo, la corte portuguesa no era como aquella en la que creció. «Ese cambio de vida le resultó difícil», afirma María Pilar Queralt, autora de La rosa de Coimbra, una biografía novelada de aquella española a la que los portugueses conocen como la reina santa. «La vida galante de su marido le hizo sufrir mucho. Eso lo vivió mal, como es lógico, pero supo reconvertirlo como una prueba que la vida le ponía», añade.

En contraste con el ambiente disipado de palacio, Isabel se levantaba temprano para rezar cada día seis salmos y asistir a Misa, y, además, se dedicó con esmero a las obras de caridad, aunque para ello a veces tuviera que sacar dinero del tesoro real.

Isabel cosía ropa para los pobres, y era habitual que saliera a visitar ancianos y enfermos en sus casas. Muchos la vieron atender a los caídos por la peste que asoló su país aquellos años. A ella se le debe la construcción de albergues y hospitales para los necesitados, así como una escuela y un orfanato para niños, y una casa para acoger a las prostitutas que quisieran dejar esa vida atrás.

Madre de los bastardos del rey

Con Dionisio tuvo dos hijos, pero también acogió con amor a los vástagos ilegítimos del rey. «Fue una gran madre –confirma Queralt–; se volcó con todos esos niños porque era consciente de que ellos no tenían la culpa de los desmanes de su padre».

A Isabel de Portugal le marcó mucho «la fama de santa de su tía abuela le marcó mucho, y en esa línea tuvo una fe a prueba de bombas que supo llevar a la práctica», explica la escritora.

En este sentido, destaca la fundación en 1314 del monasterio de Santa Clara en Coimbra, para el que dispuso además una casa de formación para muchachas sin recursos. «Quería que esas chicas se formaran y que así no estuvieran obligadas a prostituirse o a servir como esclavas toda su vida», señala María Pilar Queralt. Por eso, opina que Isabel fue «una santa muy moderna, que destacó por su lucha en defensa de los derechos de la mujer en una época muy dura para ellas. Tuvo una gran intuición y una generosidad total».

Por esta forma de vivir, los portugueses conocieron enseguida milagros atribuidos a su reina, como la curación de una de sus damas de honor y de varios leprosos, o la sanación de la ceguera de un niño de los arrabales.

En 1321, Isabel salió de nuevo a las afueras de Lisboa a mediar entre su marido y su hijo Alfonso en una de sus batallas por el trono, pero tras la muerte de Dionisio en el año 1325, Isabel se retiró con las clarisas de Coimbra, sin votos, después de entregar todo su dinero a los pobres. Solo salió de allí en dos ocasiones: para peregrinar a pie Santiago de Compostela, y una vez más en 1336 para mediar otra vez en una batalla, en esta ocasión entre su hijo Alfonso y el rey de Castilla, Alfonso XI, que era a su vez nieto de Isabel.

Cansada y ya agotada por la vida, recorrió a pie durante días los más de 200 kilómetros que separan Coimbra de Estremoz, para allí lograr la paz de nuevo entre los combatientes. Eso terminó definitivamente con sus fuerzas y, tras pedir que la llevaran a un convento de clarisas, murió en olor de santidad en la localidad portuguesa de Estremoz el 4 de julio de 1336.