María Zambrano murió el 6 de febrero de 1991 en Madrid. Había regresado tras un exilio de 45 años en 1984, con 80 años. Desde los años 60 se da un reconocimiento paulatino por filósofos que llamaban la atención sobre la obra de esta filósofa, formada en la Universidad Central de Madrid junto a Ortega y Gasset, García Morente, José Gaos y Xavier Zubiri entre otros.
Poco antes de su regreso recibió homenajes importantes: el Premio Príncipe de Asturias (1981), el nombramiento de doctora honoris causa por la Universidad de Málaga (1982) y, ya en España, el de hija predilecta de Andalucía (1985) y el Premio Cervantes (1988).
Mientras que en el ámbito académico no era reconocida, en Francia, Italia y América sus trabajos eran estudiados. La razón es más compleja que la simple aproximación a Ortega o su pertenencia al círculo institucionista y las Misiones Pedagógicas, o ser miembro singular de la generación del 27 como filósofa.
El exilio la señala como militante a favor de la República. Más aún, el pensar sobre la política recorre su obra, porque la convivencia –«vivir es convivir»–, la ciudadanía, España y las guerras europeas constituyen un dolor junto a la esperanza, que la lleva a defender la democracia por ser el régimen «en el cual no solo sea permitido, sino exigido ser persona».
Ahora bien, no es la política su única preocupación. Para entender la obra de María Zambrano es necesario destacar la influencia de Dios en su vida, hasta el punto de decir que El hombre y lo divino podría ser el título de toda su filosofía.
Tres hechos acaecen en su muerte que explican sus propias palabras, a través de su testamento, de la mortaja y de la inscripción en su lápida. Todos están documentados, aunque no sean extensamente conocidos. En su testamento, la filósofa deja por escrito que «pertenece a la Iglesia católica, apostólica y romana, en cuya fe y doctrina fue educada y en cuyo seno desea morir» (Contrastes, vol I, 1966). Fue amortajada con el hábito de terciaria franciscana, tal como ella había dispuesto (Biografía de María Zambrano, vol I, 1996). Y finalmente, por su expreso deseo, en la lápida figura un texto del Cantar de los Cantares: «Surge amica mea et veni», (La razón en la sombra: Antología crítica, 731).