28 de septiembre: san Simón de Rojas, el fraile que prefirió a los pobres antes que al rey
Los dos amores de san Simón de Rojas fueron la Virgen María y los pobres, y de ello dio testimonio ante los reyes de España y los poderosos de su tiempo. Fundó un comedor que lleva 400 años funcionando
Posiblemente nunca nadie como Simón de Rojas estuvo tan cerca de los personajes más poderosos del mundo de su tiempo y posiblemente nunca ha habido nadie que estimara en tan poco esa posición. Nació en Valladolid el 28 de octubre de 1552 en una familia de tres hermanos, piadosa como solía ser en aquel tiempo. Se dice que no pronunció palabra alguna hasta los 14 meses y que lo primero que dijo fue: «Ave María». Así inició la profunda devoción mariana que le acompañaría toda su vida.
Cautivado por los sermones de un religioso trinitario, decidió entrar en el convento de Pucela con apenas 12 años. Sus superiores le mandaron a estudiar a Salamanca, donde fue ordenado sacerdote en 1577. Poco a poco fue asumiendo responsabilidades más altas dentro de la orden, llegando a ser superior en varios pueblos del interior de España. En todos ellos puso una olla caliente para dar de comer a los pobres que llamaban a la puerta, mientras él mismo ayunaba a pan y agua tres veces por semana y dedicaba buena parte de la noche a la intimidad de la oración.
Al fin llegó a Madrid en el año 1600, precedido por una fama de santidad que llamó la atención de la Corte. Fue llamado ante los reyes Felipe III y Margarita de Austria para comenzar una relación cada vez más estrecha, en la que Simón hizo de confesor de la reina y de consejero espiritual —y también político— del rey. De esta forma comenzó la luminosa presencia del padre Rojas en el Palacio Real de Madrid, el Pentágono de aquella época.
Durante poco más de dos décadas, el padre Rojas fue amigo personal y consejero de los reyes Felipe III y Felipe IV, confesor de las reinas Margarita de Austria e Isabel de Borbón, así como preceptor de todos los príncipes y princesas. En palacio todos lo estimaban y fue amigo y director espiritual de muchos nobles. Sin embargo, él nunca aceptó pago alguno excepto como limosna para los pobres. Rechazó el uso del carro real, al que tenía derecho, y siempre caminaba a pie. En los banquetes y recepciones, el futuro santo llevaba una bolsa para meter en ella comida que luego llevaba a prisiones y casas de mendicidad.
Tanto contacto con las capas más desfavorecidas del pueblo le causó algún incomodo a Felipe IV, así que un día lo mandó llamar para pedirle explicaciones. «Si bien las almas de reyes y de los pobres valen lo mismo, si me dan a escoger prefiero a los pobres», le dijo el fraile tranquilamente. Se dice que después el rey reconoció ante su esposa que «si en mis reinos hubiera un hombre más santo que el padre Rojas lo nombraría confesor tuyo, pero no lo encuentro».
Dice el padre trinitario Pedro Aliaga, biógrafo del vallisoletano, que «Simón hizo todo lo posible para aliviar las miserias físicas y espirituales de todo tipo de pobres, prostitutas, niños abandonados, enfermos, mendigos, esclavos en Argelia, soldados mutilados y sacerdotes ancianos que vivían miserablemente». De hecho, cada martes visitaba la cárcel que ocupa en la actualidad el edificio del Ministerio de Asuntos Exteriores, en pleno centro de Madrid, «mientras que los lunes y viernes acudía a los hospitales para visitar a los pacientes más abandonados, llevándoles algo de ayuda», constata Aliaga.
Siguiendo el carisma de su congregación, liberó además a muchas niñas de la prostitución, una labor para la que contó con la ayuda de la reina. Y creó el comedor del Ave María, todavía en pie en el centro de la capital, donde desde hace más de cuatro siglos se da de comer a multitud de personas.
Su guía fue la Virgen, a la que tenía una gran devoción. Empezaba y terminaba cada frase con un «ave María», que pronunciaba como saludo y despedida, y hasta con estas palabras saliendo de sus labios lo pintó Velázquez en su lecho de muerte. Y gracias a sus gestiones ante el Papa Gregorio XV logró que toda la Iglesia celebre, cada 12 de septiembre, la fiesta del Dulce Nombre de María.
Él mismo se declaraba «todo de María», y así entregó su vida el 29 de septiembre de 1624. Sus funerales fueron celebrados en las principales capitales de Europa y en Madrid se turnaron durante días los principales oradores de la época para honrar su memoria. Todo ello hizo que Giulio Sacchetti, por entonces nuncio de Su Santidad en España, abriera su proceso de beatificación cuando apenas habían pasado seis días de su muerte.
- 1552: Nace en Valladolid
- 1577: Es ordenado sacerdote en Salamanca
- 1600: Llega a Madrid y entra en relación con los reyes
- 1611: Funda el comedor del Ave María
- 1624: Muere con fama de santidad
- 1988: Es canonizado por Juan Pablo II