27 de diciembre: san Juan Evangelista, el anciano que siempre repetía: «Amaos mucho» - Alfa y Omega

27 de diciembre: san Juan Evangelista, el anciano que siempre repetía: «Amaos mucho»

En el epicentro del cristianismo se encuentra un joven que lo aprendió todo de Jesús, hasta el punto de hacerse apresar por unos ladrones para salvar a un joven

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Juan Evangelista de Guido Reni. Bob Jones University en Greenville (Carolina del Norte).

Galileo, hijo de Zebedeo y Salomé, hermano menor de Santiago, con quien aprendió el oficio de pescador: este es todo el currículo que tenía Juan cuando fue elegido para seguir a Dios a orillas de una playa cualquiera del lago de Genesaret. Con su hermano Santiago y junto a sus colegas Pedro y Andrés, todos esperaban la llegada, quizá algún día, del Mesías. ¿Quién iba a decirles la aventura en la que se iban a meter después de escuchar de aquel pobretón recién salido del desierto: «Venid y veréis, y os haré pescadores de hombres»?

En el caso de Juan, la llamada llegó en torno a los 25 años, siendo el más joven de los discípulos. Se cree que nació diez años después del Señor en Betsaida, cuna de varios apóstoles, y que antes de irse en compañía de Cristo había frecuentado los círculos del Bautista.

En el Nuevo Testamento aparece siempre cerca del Señor. De hecho, es uno de los tres amigos más cercanos, pues solo bajo su mirada y la de Pedro y Santiago el Señor se transfigura en el Tabor; cuando llega la hora de determinados milagros solo se hace acompañar de estos tres, y son los mismos a los que ruega que le acompañen en el huerto de los Olivos, entrando ya en su Pasión.

Poco antes, durante aquella última cena, había recostado su cabeza sobre el pecho del Señor, y en el Calvario fue el único de los discípulos que recibió a María directamente de labios de su Hijo. Finalmente, tras la Resurrección fue el primero de ellos que entró en el sepulcro y lo vio vacío. Quizá por todo ello, cuando años después se decidió a poner por escrito «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida», Juan decidió mencionarse a sí mismo como «el discípulo amado».

La incógnita acerca de quién fue este «discípulo amado» ha atravesado los siglos hasta hoy. Si fue Juan, ¿por qué no lo escribió directamente? Se ha especulado mucho sobre ello, pero al acudir a la tradición más cercana a los hechos encontramos que no habían pasado ni 100 años tras la escritura de su Evangelio cuando san Ireneo atestiguó que el discípulo amado era el apóstol Juan. El santo había recibido este dato de su maestro, Policarpo de Esmirna, discípulo del mismísimo Juan.

Bio
  • 10: Nace en Betsaida, cerca del mar de Galilea
  • 35: Comienza a seguir a Jesucristo junto a su hermano Santiago
  • 95: Se salva del martirio en Roma y es desterrado a Patmos
  • 96: Vuelve a Éfeso y escribe su Evangelio
  • c. 100: Muere en Éfeso

Gracias también al testimonio de san Ireneo sabemos que Juan se estableció en Éfeso tras conocer el martirio de Pedro y Pablo. Más tarde, durante el reinado de Domiciano, Juan fue llevado a Roma, donde se libró milagrosamente del martirio, y luego fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones que plasmó en su Apocalipsis. En el año 96 volvió a Éfeso, donde escribió su Evangelio, el más tardío de los cuatro.

Desde la Resurrección y tras recibir el Espíritu Santo, Juan se dedicó también a guiar comunidades. Cuenta san Clemente de Alejandría que, en cierta ciudad, confió al obispo local un joven que al final acabó perdiéndose y convirtiéndose en un salteador de caminos. Cuando volvió por allí el apóstol y le contaron lo de aquel chico, se subió a un caballo y se dirigió a las montañas donde se refugiaban los ladrones.

«¡Para esto he venido, llevadme con vosotros!», gritó san Juan cuando los malhechores le asaltaron. Al llegar al campamento, el joven le reconoció y se ocultó a su mirada, pero el apóstol le dijo: «Muchacho, ¿por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía». Según san Clemente, el chico se echó a llorar y pidió una nueva oportunidad. San Juan no dejó la guarida de los ladrones hasta asegurarse de que el chico estaba decidido a recibir el perdón y cambiar de vida.

Años después, hacia el año 100 de la era cristiana, murió en Éfeso un anciano de quien san Jerónimo contaba que no paraba de repetir a sus seguidores: «Hijitos míos, amaos mucho entre vosotros». Y cuando le preguntaban por qué lo repetía tanto, respondía: «Porque ese es el mandamiento del Señor. Si lo cumplís ya habréis hecho bastante».