26 de noviembre: san Leonardo de Porto Mauricio, el gran cazador del paraíso - Alfa y Omega

26 de noviembre: san Leonardo de Porto Mauricio, el gran cazador del paraíso

Uno de los mayores iconos de las misiones populares fue un fraile que recorrió descalzo la Italia del siglo XVIII. Leonardo de Porto Mauricio fue el gran promotor de la devoción del vía crucis, «mi gran arma contra el infierno», decía

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
'San Leonardo de Porto Mauricio' de F. Antonio Vanzo. Convento de San Bernardino en Torricella (Italia)
San Leonardo de Porto Mauricio de F. Antonio Vanzo. Convento de San Bernardino en Torricella (Italia). Foto: Fundazione Biblioteca San Bernardino.

«Deseo morir en misión con la espada en la mano contra el infierno», decía Leonardo de Porto Mauricio. Lo consiguió: cuando murió en Roma, en 1751, ya había predicado 339 misiones aquel al que el Papa Benedicto XIV llamaba «el gran cazador del paraíso». Leonardo nació en 1676 en Porto Mauricio, un pueblecito de la Riviera italiana. La suya era familia de marinos y su padre era armador y constructor de buques. El niño perdió a su madre cuando tan solo tenía 2 años y, en adelante, fue su padre el que se encargó de dar a sus hijos la formación religiosa que precisaban.

A los 19 años, Leonardo entró como novicio en el convento de los franciscanos de su ciudad natal, ordenándose sacerdote siete años después. Entre sus planes estaba el irse de misionero a China, estimulado por las noticias de los mártires que estaban regando Oriente con su sangre en aquellos años. Sin embargo, Dios tenía otros planes para él: cuando expuso sus intenciones a sus superiores, le conminaron a esperar y poco después cayó enfermo de una afección pulmonar.

El joven solía ayunar, llevar cilicio y dormir en el suelo con el cuerpo destapado, hasta que ese estilo de vida mermó su salud. Un día comenzó a escupir sangre. Los cinco años siguientes estuvieron marcados por la enfermedad. En 1707 experimentó una curación repentina que él atribuyó a la intercesión de la Virgen, pero no habían sido años perdidos: durante ese tiempo se empapó de los sufrimientos y de la entrega del Señor en la cruz. Desde entonces, sus misiones y predicaciones tuvieron como eje central la Pasión de Cristo. Tanto fue así que hizo votos de no volver a usar sandalias tras su curación, una promesa de la que le dispensó en 1750 su amigo el Papa Benedicto XIV. De este modo, en cuanto se sintió con fuerzas levantó en Porto Mauricio un vía crucis, el primero de los 576 que llegó a erigir a lo largo de su vida. Llamaba a esta devoción «mi gran arma contra el infierno» y solía imponerla como penitencia en sus confesiones.

43 años de misiones populares

En 1708, el obispo de Albenga le pidió predicar una misión popular en su diócesis comenzando por Artallo, apenas a tres kilómetros de su convento de Porto Mauricio. A partir de entonces, dedicó más de 43 años de su vida a las misiones populares, siempre con el mismo esquema: cada una duraba entre 15 y 18 días y comenzaba instalando un gran crucifijo en la plaza del pueblo. Ante la curiosidad de los lugareños, se subía después a un estrado y exclamaba: «He aquí todo lo que os voy a predicar en estos días: Jesús crucificado». Los días siguientes «exponía los novísimos y la gravedad del pecado, siempre con un lenguaje sencillo y directo, una perla rara en aquella época de ridículo barroquismo oratorio», afirma su biógrafo Isidoro de Villapadierna en el santoral Año cristiano. Luego acababa proponiendo a los oyentes «una buena confesión, porque personalmente con los pecadores era sereno, jovial y benigno», añade.

«Es imposible seguir el itinerario de sus más de 40 años de misionero, en los que recorrió con los pies descalzos todos los caminos de Italia, dando 339 misiones y obrando prodigios en ellas», continúa su biógrafo. Particularmente conocidas fueron sus misiones en Roma durante el Jubileo extraordinario de 1740 y el Año Santo de 1750, que culminó con un vía crucis en el Coliseo, tal como se hace en la actualidad cada Semana Santa. «Este es una trompeta del Evangelio», decían de él en la Ciudad Eterna.

Lo que pocos sabían entonces es que la fuente de donde bebía era una vida espiritual perfectamente estructurada en 66 puntos. En 1709 había creado en Florencia un eremitorio para frailes, para los cuales redactó un férreo y detallado programa al que llamó Propósitos y que él siguió fielmente cada día de su vida. Consistía básicamente en Misa, confesión, cilicio, meditación de la Pasión y una oración mental durante todo el día a base de pequeñas jaculatorias, a las que llamaba «mi pan cotidiano». De la contemplación sacaba las fuerzas para emprender su particular «campaña contra el infierno», como denominaba a las misiones populares. Solo así pudo sacar adelante la labor de evangelización que realizó por toda Italia, que hizo declarar a un obispo coetáneo que «la gracia divina triunfa en él porque no parece posible que, sin una ayuda muy especial de Dios, un hombre pueda hacer tanto».

El 26 de noviembre de 1751, desgastado por tantas caminatas y desvelos, fray Leonardo entregó su alma en el convento romano de San Buenaventura. El italiano fue «un gran propagador del vía crucis y predicador incansable de Jesús crucificado», como afirma Isidoro de Villapadierna.

Bio
  • 1676: Nace en Porto Mauricio, en la Riviera italiana
  • 1703: Es ordenado sacerdote franciscano
  • 1708: Crea en Florencia un eremitorio para frailes y redacta sus Propósitos
  • 1709: Realiza su primera misión popular en Artallo
  • 1750: La misión en Roma culmina con un vía crucis en el Coliseo
  • 1751: Muere en el convento romano de San Buenaventura
  • 1867: Es canonizado por Pío IX