23 de octubre: san Juan de Capistrano, el juez al que le cambió la cárcel - Alfa y Omega

23 de octubre: san Juan de Capistrano, el juez al que le cambió la cárcel

El patrono de los capellanes castrenses por su papel en la batalla de Belgrado era alcalde hasta que un conflicto entre nobles lo llevó a prisión. Vio a san Francisco en sueños y pasó el resto de su vida anunciando a Cristo por Europa

José Calderero de Aldecoa
El santo en un retrato de Nicola Grassi. Iglesia de San Francesco della Vigna, en Venecia (Italia).
El santo en un retrato de Nicola Grassi. Iglesia de San Francesco della Vigna, en Venecia (Italia). Foto: Didier Descouens.

La Orden de los Hermanos Menores ha dado a la historia de la Iglesia grandes ejemplos de santos andariegos, como Juan de Capistrano, que recorrió toda Europa predicando, desde Polonia hasta España, visitando varias veces las principales ciudades del continente. Juan nació en Capistrano, un pintoresco pueblo de los montes Abruzzos, el 24 de junio de 1386. Hijo de un gentilhombre del duque de Anjou, marchó a Perugia para estudiar y convertirse en un juez respetado. Lo logró con solo 26 años. Con el tiempo llegó a ser alcalde de la ciudad, pero en el año 1416, un conflicto entre las familias nobles de Perugia puso fin a su mandato y Juan dio con sus huesos en la cárcel. 

Ese tiempo entre rejas le sirvió para reflexionar sobre su vida y darle un nuevo rumbo, tal como le sucedió a san Francisco casi dos siglos antes. De hecho, el de Capistrano tuvo un sueño en prisión en el que el de Asís le invitaba a entrar en su orden. Antes de acabar el año ya había ingresado en el convento franciscano de Monteripido, en Perugia, donde acabaría ordenándose sacerdote en 1425. Con las dotes de oratoria adquiridas en su formación como jurista, los frailes no dudaron a la hora de enviarle a predicar por los pueblos cercanos. Su fama se agrandó hasta el punto de que empezó a ser reclamado en lugares cada vez más lejanos. 

Su predicación era tan efectiva que él evangelizaba en latín y antes de que sus palabras fueran traducidas al idioma local la gente ya le estaba pidiendo confesión, mientras amontonaban para la hoguera aquellos objetos que los alejaban de la fe, desde barajas de cartas a objetos de lujo. En un par de misiones populares se llegaron a contabilizar más de 100 personas que decidían abandonarlo todo y entrar en religión. 

Bio
  • 1386: nace en Capistrano.
  • 1416: es hecho prisionero por un conflicto desatado en Perugia.
  • 1425: recibe la ordenación sacerdotal.
  • 1454: lidera la cruzada contra los otomanos en Belgrado.
  • 1456: muere en Ilok, en la actual Croacia.
  • 1690: es canonizado por Alejandro VIII.

Su etapa como franciscano coincidió con una reforma de la orden en la que tuvo que intervenir la misma Santa Sede. Capistrano, del lado de los reformadores, desplegó en Roma sus antiguas dotes como jurista ante una comisión de cardenales que finalmente le acabó dando la razón. Por dos veces se resistió a que le nombraran obispo, pero sí accedió a dirigir misiones diplomáticas delicadas ante personas tan distintas como el antipapa Félix V, el rey de Francia o el emperador Federico III. 

En 1454 fue convocado para deliberar con respecto a la posibilidad de emprender una cruzada para liberar Hungría, asediada por los otomanos. Aprobada la iniciativa, el fraile se apuntó a la expedición, predicando a favor de la cruzada en Núremberg, en Viena y por todas partes. Cuando llegó a Belgrado en julio de 1456, el corazón de los cristianos se encogió: por el Danubio subían ya 50.000 turcos, con más de 200 cañones apuntando a las murallas de la ciudad. «El próximo Ramadán, en Budapest», coreaban como amenaza.  

En un primer momento, los mandos militares de los cruzados valoraron una inteligente retirada, pero no hubo tiempo. La batalla se desató primero en el agua y luego en tierra. Cuando los cruzados ya se retiraban de la ciudad, surgió la inmensa figura de un fraile menudo como un palo, entrado ya en años, que al grito de «Jesús, Jesús, Jesús», enarbolando una bandera con una cruz, enardeció el corazón de los suyos en una remontada épica hasta la victoria final. Lamentablemente, el asedio a Belgrado sirvió para la propagación de la peste, de la que resultó contagiado el propio fraile. Por este motivo falleció pocos meses después

Capistrano «revitalizó la predicación popular y la renovación espiritual a través de la penitencia; especialmente en tiempos de crisis, como las invasiones otomanas, en una época de relajamiento de costumbres», afirma Javier Boada, capellán castrense y director del Archivo Eclesiástico del Ejército. En su opinión, el santo «nos anima a vivir una fe activa, auténtica y comprometida tanto en el ámbito personal como social».