22 de junio: san Paulino de Nola, amigo de sus amigos los santos
Nació inmensamente rico y poco a poco se fue empobreciendo, hasta intercambiarse como esclavo en rescate por el hijo de una viuda. Por el camino fue ganando amigos que hoy son santos como él
Con poco más de 20 años fue elegido senador del Imperio romano. Tenía ante sí una carrera más que prometedora y una vida sin sobresaltos, pero Paulino de Nola prefirió la aventura. Se casó y tuvo un hijo que murió al poco de nacer; fue eremita y se empobreció voluntariamente dándolo todo en limosnas, y le eligieron por aclamación popular sacerdote y obispo. Vivió en una sola vida lo que para otros requeriría cien.
Nació en Burdeos, en el año 355, en una familia más que acomodada de cónsules y senadores. Cuando era gobernador de la región de Campania, en Italia, le llamó la atención la devoción popular que existía en torno a un santo local, san Félix de Nola, por lo que hizo construir un camino para los peregrinos que iban a su santuario, junto al que levantó también un albergue para pobres.
Ya casado con Teresa, una dama de la alta sociedad de Barcelona, su curiosidad le llevó hasta Milán para conocer algo más de la fe cristiana. Allí visitó al obispo, san Ambrosio, que también fue una figura capital en la conversión de san Agustín. «San Ambrosio me alimentó en la fe», reconocería más tarde. Finalmente, en el año 389, cuando contaba con 35 años de edad, recibió el Bautismo en la catedral de Burdeos por parte del obispo san Delfín.
Tres años después sufrió un hecho que marcó su vida: su hijo Celso murió ocho días después de haber nacido. Teresa y Paulino decidieron entonces vivir una vida ascética, rica en obras de misericordia por los pobres y dedicada a la edificación de iglesias.
«¡Paulino, sacerdote!»
«El encuentro con Cristo fue el punto de llegada después de un camino arduo, lleno de pruebas, en el que llegó a experimentar la caducidad de las cosas. Tras alcanzar la fe, escribió: “El hombre sin Cristo es polvo y sombra”», dijo de Paulino el Papa Benedicto XVI en sus catequesis sobre los padres de la Iglesia.
En la Misa de Navidad del año 393, en Barcelona, el pueblo pidió por aclamación a su obispo que su bienhechor fuera ordenado: «¡Paulino sacerdote!», exclamaban. Esta forma de elegir a sus presbíteros dio en la Iglesia de los primeros siglos grandes santos, puesto que así fueron elegidos, por ejemplo, san Agustín, san Ambrosio o san Basilio. Un año después fue ordenado sacerdote, y Teresa y él volvieron a Nola, junto a la tumba de san Félix, a fundar un cenobio masculino y otro femenino que seguían la regla de san Agustín, buen amigo por carta de nuestro santo.
En este sentido, se puede decir que la de Paulino fue una vida especialmente rica en cuanto a sus amistades. De hecho, cultivó el trato personal y epistolar con numerosos santos: san Delfín de Burdeos, san Martín de Tours, san Agustín, san Ambrosio y san Jerónimo están entre ellos. «Paulino vivió la comunión sobre todo a través de una profunda experiencia de la amistad espiritual», destacó de él Benedicto XVI, para quien el santo de Nola «fue un verdadero maestro a la hora de hacer de su vida una encrucijada de espíritus elegidos». Por eso «impresiona el entusiasmo con el que Paulino cantó la amistad misma», en una «bellísima descripción de lo que significa ser cristianos, experimentando la íntima unión con Dios y la unidad de todos nosotros y de todo el género humano».
Se cree que Teresa murió en torno al año 410, pero antes Paulino fue elegido, de nuevo por aclamación, obispo de Nola. Fue un momento difícil para el Imperio, porque en ese año Roma fue invadida por los visigodos, quienes al llegar a la ciudad de Paulino hicieron numerosos prisioneros. Para el obispo fue la hora de echar el resto, y se dedicó a vender todos sus bienes para rescatar uno por uno a sus fieles. Cuando se le acabó el dinero, dio su propia vida en rescate por la del hijo de una viuda. Vendido como esclavo, cuando conocieron su identidad sus captores le devolvieron a su ciudad junto al resto de habitantes.
Debilitado por tanto desgaste, en el año 431 Paulino se acostó para morir, pero tres días antes un amigo le avisó de que faltaban 40 monedas para pagar ropas que había encargado para los pobres. «Alguien pagará por eso», dijo con una sonrisa, y casi inmediatamente llegó un donativo por la misma cantidad. «Ya tengo preparada una lámpara para mi Cristo», dijo antes de expirar.