22 de enero: san Vicente Pallotti, el «cabeza de burro» que espabiló a los laicos - Alfa y Omega

22 de enero: san Vicente Pallotti, el «cabeza de burro» que espabiló a los laicos

Este santo italiano anticipó ya a inicios del siglo XIX lo que sería el Concilio Vaticano II, al vislumbrar que los laicos no son sujetos pasivos, sino «corresponsables activos en la misión y en la vida de la Iglesia»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘San Vicente Pallotti’. Obra del arquitecto Claudio Alessandri. Foto: Instituto Pallotti.

«San Vicente Pallotti fue un precursor. Anticipó casi en un siglo el descubrimiento de que en el mundo de los laicos, hasta entonces pasivo, adormecido, tímido e incapaz de expresarse, hay una gran capacidad de bien. El santo, al golpear esta conciencia de los laicos, hizo surgir entre ellos no la aceptación pasiva y tranquila de la fe, sino la profesión activa y militante de la misma»: de este modo definía en 1963 Pablo VI a un humilde cura romano, de quien también el Papa Pío XI dijo que fue «el precursor de la Acción Católica».

Nacido en la vía del Pellegrino, junto al pintoresco Campo de’ Fiori de la Ciudad Eterna, de pequeño se le dieron mal los estudios. Pero se mostraba atraído por las cosas de Dios, tanto que su maestro llegó a decir que «Vicente es un santo en miniatura, pero tiene una cabeza de burro». Con los años, el tesón del joven Pallotti a la hora de estudiar dio fruto, hasta el punto de que, después de ordenarse sacerdote a los 23 años, comenzó a dar clase en la Universidad de La Sapienza. Pronto destacó también como confesor, con una dedicación tal al confesionario que hizo crecer en su interior la convicción de que los seglares estaban llamados a algo más en la vida de la Iglesia.

Eran los tiempos en los que la santidad se asociaba, sobre todo, al estilo de vida del sacerdote y de los consagrados, pero Pallotti tenía otra intuición. En una carta a un joven profesor amigo suyo le decía que «usted no está hecho para el silencio y las austeridades de los trapenses y los ermitaños. Santifíquese en el mundo, en su vida social, en su trabajo, en su descanso, en sus deberes como profesor y en sus contactos con los publicanos y pecadores. La santidad consiste, simplemente, en hacer siempre y en todas partes la voluntad de Dios».

El 9 de enero de 1935, al entrar en la sacristía para quitarse las vestiduras tras la Misa, tuvo la intuición de que la Iglesia la conformaban todos, independientemente de su estado, porque todos somos bautizados. «Esa era una idea totalmente revolucionaria en ese tiempo», asegura Miguel Ángel Pérez, superior de los palotinos en España. «Se dio cuenta de que cada uno de nosotros, sea cura, monja o laico, puede arrimar el hombro, y nadie es más ni menos».

Vicente Pallotti «supo entonces que muchas cosas que él hacía como sacerdote las podía hacer cualquiera» señala Pérez. Por ejemplo, iba a las cárceles para estar con los presos, hablar con ellos y llevarles consuelo; ¿por qué no iban a poder hacer eso también los laicos? «Se trataba de evangelizar todos juntos, mano a mano y hombro con hombro».

«Mucha más mordiente»

Tras aquella intuición, el sacerdote romano creó la Unión del Apostolado Católico, una asociación «que despierte el celo y la caridad de todos los fieles de cualquier estado, grado y condición, para que cooperen en el crecimiento, la defensa y la propagación de la caridad y de la fe católica», según sus palabras. «Eso chocó en muchos clérigos, acostumbrados a una visión de la Iglesia como una estructura vertical», asegura el superior de los palotinos en España, pero él «solo quiso meter en la cabeza de sus coetáneos que la vida cristiana no consiste únicamente en cumplir ritos y confesarse por Pascua. Los laicos podían hacer más; su vida espiritual podía tener mucha más mordiente».

De este modo, los seglares que se le asociaron empezaron a visitar la cárcel, a atender a las personas sin hogar, o a trabajar con chicas jóvenes con el objetivo de alejarlas de la prostitución. Junto a ellos, Pallotti organizó escuelas para zapateros, sastres, ebanistas y tenderos de los mercados romanos, con el fin de darles instrucción, creando también escuelas nocturnas para los que no pudieran desatender su trabajo para ir a clase. Mientras, crecía su santidad: era habitual verle llegar a casa sin sus prendas de abrigo, que había regalado a los pobres por el camino; incluso, en una ocasión, llegó a vestirse de mujer para visitar a un enfermo que había declarado matar al primer sacerdote que se le acercase. Y fueron muchos los que, en su proceso de canonización, aseguraron haber recibido auténticos milagros por su oración.

El 22 de enero de 1850, después de haber ofrecido su abrigo a alguien de la calle y tras haberse pasado varias horas sentado en un frío confesionario, murió de pleuresía. El Papa Pío XII lo beatificó en 1950 y Juan XXIII lo canonizó en 1963, durante el Vaticano II. «Pallotti vivió y divulgó algo que el Concilio confirmó plenamente cuando habló del sacerdocio común de los fieles y de la llamada universal a la santidad», afirma Miguel Ángel Pérez, pues el santo «hizo a los laicos corresponsables de la misión y de la vida de la Iglesia».

Bio
  • 1795: Nace en Roma en el seno de una familia acomodada
  • 1818: Es ordenado sacerdote
  • 1825: Es nombrado director espiritual del Seminario de Roma
  • 1835: Funda la Unión del Apostolado Católico
  • 1850: Muere de pleuresía
  • 1963: Es canonizado por Juan XXIII