La luz, de nuevo, en aquella habitación... - Alfa y Omega

La luz, de nuevo, en aquella habitación...

José Francisco Serrano Oceja
El Papa, momentos antes de retirarse del balcón de la Logia central de la basílica vaticana.

No me quiero ir de la Plaza de San Pedro. Se lo acabo de decir a mi director. Sé que no puedo más, que anoche me dieron las tantas de la madrugada terminando unas crónicas que hoy no sirven nada más que para llenar el archivo de la Historia. No me quiero ir de la Plaza Mayor de la Humanidad. Ni yo, ni Claudia, ni Francisco, ni Estanislao, ni Rosana, ni nadie. Me miran como si fuera un bicho raro. Será porque escribo compulsivamente, más rápido de lo que permite el sentido común y, seguro, la legibilidad. Pero son tantas las imágenes, tantas las ideas, tantos los recuerdos… Quisiera no tener que limitar la vida a unas líneas y dejar que lo que aquí se respira, lo que aquí se vive, llegue a nuestros lectores de la forma más nítida.

¿Por qué seguís aquí?, les he preguntado. «Porque hemos estado con él, y aún tenemos muchas cosas que decirle. Queremos saber si esta noche dormirá en su habitación, y cuando encienda la luz, le veremos, le sentiremos con nosotros, estaremos más tranquilos», me contesta Francisco, el que parece más avezado. Luz en las habitaciones del Papa. Cuando termine de enviar al periódico esta página, volveré a San Pedro para ver si está encendida la luz en la habitación de Benedicto XVI.

Elegir un nombre es proponer un ejemplo. Y, entonces, imaginaré que la Iglesia, que la Humanidad, que los hombres, esta noche, podremos irnos a dormir, si cabe, más tranquilos, porque la barca de Pedro ya no está varada en la indiferencia, ha iniciado una nueva singladura, nos introduce en un tiempo nuevo.

Presiento la primavera. Siento que el tiempo no se ha parado, y que esta tarde la Historia nos ha enseñado una lección de las que nunca se olvidan. Ninguna predicción, ni la más aproximada, ni la más certera de los sabios de hoy, de ayer y de siempre, es capaz de superar nuestra fascinación por la realidad. Esta tarde, esta noche, con él, he sentido pasión por la Historia. Por su historia y por nuestra historia. Quizá haya tenido momentos en los que la sensación de que no se puede hacer nada, de que hemos llegado al final había invadido todo. Sin embargo, es tarde, la elocuencia de Dios, su forma siempre sorprendente de hablarnos, la revelación de su palabra, sin acentos, o con todos los acentos, nos ha enseñado un nuevo comienzo. Nunc coepi. Estamos en el principio, volvemos al principio. He pensado, como suelo hacer en estos momentos, en Diego y Pedro, mis hijos. Es su Papa. Es para ellos. No es sólo para mí. Anoche, me contaba mi mujer que, cuando Diego vio la primera fumata, le dijo a su madre que el Papa había muerto, y que él le recordaba. Acabo de llamarle para decirle que hay un nuevo Papa, y que me ha dicho que va a ser muy amigo suyo. Es lo que nos ha dicho.

No estamos solos, vamos adelante. Si alguien nos había engañado y nos había convencido de que el tiempo de la Iglesia se había parado, Dios ha puesto de nuevo el reloj en marcha, como lo hizo en el Concilio, como lo hace en cada gesto, en cada palabra, en cada sacramento.

Cuando escribo estas primeras improvisadas líneas han pasado ya, quizá, dos horas. No sé si hace frío o calor, incluso si está lloviendo. Escribo estas líneas sentado, apoyando mi espalda en una de las columnas del llamado brazo de Carlomagno. Me doy cuenta que cada segundo que paso me caigo más y más, me apoyo más y más en la piedra. Claro, Pedro, tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Dios ha construido esta tarde una nueva columna para su Iglesia. Me siento seguro aquí, junto a la columna de Pedro y junto a Pedro, columna de la Iglesia. Son tantos los recuerdos. Ahora empiezo a entender. Don Antonio, mi anciano Párroco, que sufría como nadie un Concilio Vaticano que no existía, me regaló un día un libro, que me ayuda a entender algo que nunca entendí: Informe sobre la fe, se titulaba. Y, pasados los años, cuando yo estudiaba teología, le regalé a él otro libro: Iglesia, comunidad y política. Medio en bromas, medio en serio, me dijo: «A ver si Ratzinger me va hacer estudiar ahora teología».

No me quiero marchar de la Plaza de San Pedro. Voy a esperar, esta noche, esta madrugada, mañana, primer día, como en la Creación, y en cuanto abran la cripta del Vaticano, me colaré por entre la Historia, me entregaré a la pasión de la Historia, para terminar arrodillado ante el sepulcro de Juan Pablo. Entonces, le pediré que me susurre al oído qué le ha dicho al cardenal Ratzinger, qué le ha contado.