2 de marzo: santa Inés de Bohemia, aquella niña que nunca quiso ser princesa - Alfa y Omega

2 de marzo: santa Inés de Bohemia, aquella niña que nunca quiso ser princesa

Santa Inés de Bohemia (o de Praga) rechazó al emperador Federico para desposarse con el Rey de reyes. Se la considera patrona de la revolución que acabó con el comunismo en su país

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘Santa Inés de Praga cura a un enfermo’, de Emanuel Dítě ml. Galería Nacional de Praga.

Hubo un tiempo en que las niñas no querían ser princesas, porque a las princesas las desposaban a la fuerza y desde la más tierna infancia con cualquier noble o rey, de cualquier edad, solo por el interés de establecer lazos de sangre entre familias dinásticas. Santa Inés de Bohemia, también conocida como santa Inés de Praga, estuvo a punto de ser una de ellas, pero pudo escaparse a tiempo y desposarse con el Rey de reyes.

Nacida en Praga en 1211, Inés era hija del rey de Bohemia, Premysl Otakar, y de la reina Constanza, y su tío era el rey Andrés de Hungría. Con este pedigrí estaba destinada a emparentar con alguna casa real europea, por lo que, cuando tenía tan solo 8 años, fue prometida al príncipe Enrique, hijo de Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Hasta entonces, Inés había recibido una estricta educación religiosa a cargo de varias comunidades de monjas, pero en 1219 la llevaron a la fastuosa corte del duque de Austria Leopoldo VI para completar su educación. Allí el duque jugó sus cartas y logró que fuera una de sus hijas la que se casara con el hijo del emperador. Compuesta y sin novio, Inés no se iba a quedar para vestir santos, ya que todos los varones a su alrededor la consideraban como un recurso inestimable en un mundo dominado por la ambición. Tras la cancelación de su enlace, su padre intentó casarla con el rey de Inglaterra, Enrique III, pero este nuevo acuerdo matrimonial fue bloqueado por el mismísimo emperador Federico II, que la pretendía para sí con el objetivo de aumentar sus posesiones y su poder.

En medio de todo este culebrón la fe de Inés cristalizó, y la joven realizó un voto de virginidad que tuvo que defender incluso ante el Papa Gregorio IX por la presión de casarse con quien no quería. El Pontífice protegió su voto y la joven quedó libre para decidir su futuro. Tras este suceso, el emperador Federico comentó: «Si me hubiera abandonado por un hombre mortal, me habría vengado con la espada. Pero no puedo ofenderme porque haya preferido al Rey del cielo».

Como una monja más

De vuelta en Praga, la ciudad donde nació, Inés conoció a dos frailes que le hablaron de una locura, la de Francisco y Clara, a los que en la ciudad de Asís se habían unido otros muchos jóvenes deseosos de seguir a Cristo en pobreza. A Inés, esa forma de vivir la fe, tan lejos de las comodidades que había vivido desde pequeña, le cautivó. En 1233 mandó construir un hospital para que trabajaran allí una comunidad de frailes y otra de clarisas. En Pentecostés de 1234, ella misma entró en el convento, como una monja más.

Entre sus muros, Inés lo mismo se dedicaba a cocinar que atendía personalmente a los leprosos enfermos. Su testimonio llamó la atención no solo de las familias más nobles de Europa, sino también de la fundadora de su congregación, la misma santa Clara. Durante dos décadas, ambas mantuvieron una entrañable correspondencia epistolar, a pesar de que nunca llegaron a conocerse personalmente. «Mientras que tú podías más que ninguna otra mujer gozar de los esplendores mundanos, y también de entrar con maravillosa gloria en legítimas bodas con el ilustre emperador, has desechado todas estas cosas y has preferido abrazar las santísimas pobrezas y privaciones del cuerpo, y darte a un Esposo de origen aún más noble, Jesucristo»: así saludaba la santa de Asís a su nueva hermana de religión, Inés de Praga.

Santa Clara siempre se dirigió a ella con sentimientos de una profunda maternidad, hasta el punto de que en su última carta le pidió: «Acuérdate de tu pobre madre, sabiendo bien que llevo tu amado recuerdo inseparablemente impreso en lo más profundo de mi corazón, porque tú eres la más querida de todas para mí. Oh, bendita hija, mi lengua es completamente impotente para expresar mejor el amor que te tengo».

Lo que pasó entre los muros de las clarisas de Praga después de su ingreso allí ha quedado oculto a los ojos de la historia, pues Inés se encerró hasta su muerte, en 1282. Sin embargo, su memoria siguió viva entre el pueblo checo durante siglos, hasta el punto de que muchos la consideran patrona de la Revolución de terciopelo, la que acabó con el comunismo en el país en 1989.

Bio
  • 1211: Nace en Praga
  • 1226: Hace un voto de virginidad y rechaza a todos sus pretendientes
  • 1234: Ingresa en las clarisas de Praga
  • 1282: Muere en el convento
  • 1989: Es canonizada por Juan Pablo II