Caminando por los senderos de Cézanne - Alfa y Omega

Caminando por los senderos de Cézanne

Desde hacía 30 años, España no dedicaba una exposición al padre del arte moderno, precursor del cubismo y, en estos momentos, el pintor más cotizado de la Historia del Arte. El museo Thyssen-Bornemisza continúa su serie de grandes exposiciones en torno al impresionismo con la dedicada a Paul Cézanne, que puede disfrutarse en Madrid hasta el próximo 18 de mayo

Eva Fernández
'Nieve fundiéndose en Fontainebleau' (1879-1880)
Nieve fundiéndose en Fontainebleau (1879-1880).

Un par de pinceladas más y por fin concluiría el retrato que tenía entre manos. Había dejado para el final lo más importante: su rostro, la esencia de ese viejo campesino en cuyas arrugas quería reflejar la historia de una vida que a él se le estaba escapando. A pesar del mal tiempo, Paul Cézanne se había empeñado en subir un día más hasta la ladera de su querida montaña, la Sainte-Victoire, pero una terrible tormenta le hizo desvanecerse en el camino, donde pasó varias horas a la intemperie hasta que unos lugareños le acercaron a casa. Esa mañana cogió por última vez los pinceles, pero apenas pudo esbozar las facciones de quien, para muchos, sería su último autorretrato. Ese misterioso rostro inacabado, indescifrable, el Retrato de un campesino, fue de los últimos lienzos que tocaron sus manos. Murió de neumonía el 22 de octubre de 1906. El mundo ya estaba preparado para entender la extraordinaria originalidad de este pintor. Sólo al final del camino encontró los aplausos durante tanto tiempo robados. Había nacido el mito.

'Retrato de un campesino' (1905-1906)
Retrato de un campesino (1905-1906).

El título de la exposición que nos presenta el Thyssen: Cézanne, site/non site ha sido escogido por su comisario, don Guillermo Solana, tomando como referencia la denominación del artista Robert Smithson, en la que se relaciona la pintura al aire libre y el trabajo en el estudio: paisajes y naturalezas muertas que se influyen mutuamente, senderos que Cézanne transitó durante toda su vida. Hijo de un rico sombrerero, se empeñó en pintar pese a la oposición de su padre.

'Naturaleza muerta con flores y frutas' (1890)
Naturaleza muerta con flores y frutas (1890).

De la misma generación que Renoir y Monet, amigo íntimo de Zola, su maestro reconocido fue Pisarro, pero nunca se sintió parte del grupo que formaban los impresionistas. Junto a ellos, expuso en 1874 y 1877, pero fue vapuleado por las críticas. Se le consideraba el más torpe y excéntrico del grupo. En esa época, conoció a Hortense, con la que tuvo a su único hijo, Paul. Decidió entonces retirarse a Aix en Provence, dispuesto a seguir su camino.

'La montaña Sainte-Victoire' (1904)
La montaña Sainte-Victoire (1904).

En 1895, cuando Cézanne tenía 56 años, un joven marchante llamado Ambroise Vollard, organizó una exposición que logró situar su obra en el mercado. Sólo disfrutó de reconocimiento los últimos 10 años de su vida. Senderos sin meta aparente

'El aparador' (1877-1879)
El aparador (1877-1879).

Siempre que podía, salía a los caminos con su caja de pinturas al hombro. Los caminos en curva se convierten en uno de sus temas favoritos. Curvas en senderos, como El camino del bosque (1870-1871), que en lugar de crear ilusión de profundidad, no llevan a ninguna parte. Siempre hay obstáculos que impiden adivinar la meta. Se repite esta sensación en Nieve fundiéndose en Fontaineblau (1879-1880), un lienzo que, además, Cézanne no pintó del natural, sino fijándose en una fotografía en blanco y negro.

'Gardanne' (1885-1886)
Gardanne (1885-1886).

En la exposición, se desvela otra de las características que hacen única su pintura: bodegones y paisajes se enlazan en una misma frecuencia. Si contemplamos juntos La montaña de Sainte Victoire (ca. 1904) y Naturaleza muerta con flores y frutas (ca. 1890), podremos descubrir que el pliegue del mantel evoca la silueta de la montaña, y que la atracción entre el gran ramo de flores y el mantel se refleja en el diálogo que establece el pino con la montaña. Cézanne consigue plasmar en sus naturalezas muertas todas esas formas que su mente ha grabado en los paseos por el campo. El perfil de su montaña mágica, la Sainte-Victoire, también puede descubrirse en El aparador (1877-1879). La majestuosidad de la mole resulta indiscutible. Cézanne estaba obsesionado con ella. Montaña y cielo dialogan entre sí en una intensidad de azules, que hacen sentir el aire. Esta montaña también ejerció una especial atracción en Picasso, que en 1958 compró un castillo en una de sus laderas. Cuentan que comentó a su marchante: «He comprado la Sainte Victoire», ¿Cuál de ellas? -preguntó el marchante, pensando que se refería a alguno de los cuadros de Cézanne-. «La original», fue su respuesta. Paisajes que abrieron las puertas al cubismo

'Casa en Provenza' (1885)
Casa en Provenza (1885).

Cézanne quizás llegó demasiado temprano. En sus paisajes ideaba territorios propios. Esa construcción que aparece en Casa en Provenza (1885) parece sellada. No hay humo en la chimenea, ni cortinas en las ventanas. Ni rastro de presencia humana. Sólo le importan las formas. En la vista de Gardanne (1885-1886), se descubre esa forma de estructurar los paisajes, que tendrá una influencia decisiva en los primeros pasos del cubismo: el pueblo se sitúa en una suerte de escalera que empuja nuestra mirada hacia arriba y hacia el fondo. Parece una maqueta sembrada de tejados rojos. En esta particular manera de mirar la realidad radica su éxito. Cézanne aseguraba que, «cuando juzgo el arte, cojo mi cuadro y lo pongo junto a un objeto obra de Dios como un árbol o una flor. Si desentona, no es arte». Recordemos que, hace sólo dos años, Los jugadores de cartas fue vendido por 250 millones de euros. Jamás se había pagado una cifra tan alta por una obra de arte. Jamás se imaginó Cézanne que su rostro inacabado haría Historia.

'El camino del bosque' (1870-1871)
El camino del bosque (1870-1871).