La fe no es un añadido - Alfa y Omega

La fe no es un añadido

Alfa y Omega

El anuncio de la fe cristiana «a la cultura implica también un anuncio a las culturas profesionales, científicas y académicas. Se trata del encuentro entre la fe, la razón y las ciencias»: así dice el Papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium, y no duda en añadir que es preciso ayudar «a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos», sencillamente porque, «cuando algunas categorías de la razón y de las ciencias son acogidas en el anuncio del mensaje, esas mismas categorías se convierten en instrumentos de evangelización; es el agua convertida en vino. Es aquello que, asumido, no sólo es redimido, sino que se vuelve instrumento del Espíritu para iluminar y renovar el mundo».

No es la fe cristiana, desde luego, un añadido piadoso al mundo de la enseñanza, es, como bien dice el Papa, el agua convertida en vino, y la razón es tan sencilla como que, para ver, hace falta la luz. Se explica bien claro en la encíclica Lumen fidei, al poner en evidencia que «el hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino», y cuando falta esa luz grande, «todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija». En cambio, «quien cree, ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso».

La defensa de la escuela católica interesa a la sociedad entera, como bien lo demuestra su demanda creciente por parte de los padres, «los primeros y principales educadores de sus propios hijos», en expresión del Beato Papa Juan Pablo II, en su Carta a las familias, de 1994, cuando es verdaderamente católica, es decir, cuando la luz de la fe no se oculta bajo el celemín y así se ilumina todo el trayecto del camino. Se suele hablar en el mundo de la enseñanza de que ésta debe ser integral, y ha de buscar la formación completa de la persona, en una palabra: educar, pero, como subraya el Papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, «para educar es preciso saber quién es la persona humana, conocer su naturaleza». ¿Y cómo puede saberse en esta cultura nuestra, relativista, que rechaza esa luz grande que ilumina todo el trayecto del camino? Esta «visión relativista de dicha naturaleza plantea serios problemas a la educación, sobre todo a la educación moral, comprometiendo su difusión universal». Y concluye el Papa: «Cediendo a este relativismo, todos se empobrecen más».

Sí, el poner obstáculos a la escuela católica empobrece a todos, y su defensa no sólo es un derecho-deber de los padres, que «se califica como esencial –recuerda Juan Pablo II en la Exhortación Familiaris consortio, de 1981–, como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros», pues al mismo tiempo es un bien precioso para todos. De tal modo que asegurar «absolutamente el derecho de los padres a la elección de una educación conforme con su fe religiosa», y consiguientemente que el Estado y la Iglesia cumplan con su «obligación de dar a las familias todas las ayudas posibles, a fin de que puedan ejercer adecuadamente sus funciones educativas», es un bien de primer orden para la sociedad entera. Y si, «en las escuelas, se enseñan ideologías contrarias a la fe cristiana, la familia junto con otras familias, si es posible mediante formas de asociación familiar, debe con todas las fuerzas y con sabiduría ayudar a los jóvenes a no alejarse de la fe», precisamente porque está en juego vivir en la luz, con la luz grande que es la fe, o quedar a oscuras.

¿O es que hay alguna luz en esta cultura del descarte, en expresión del Papa Francisco?; ¿o en la dominante dictadura del relativismo, como la definió Benedicto XVI, fuente de las más flagrantes contradicciones? Vale la pena escuchar lo que nos dijo en Caritas in veritate: «Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas».

¿Y todo esto, no está sucediendo en numerosas escuelas? Se necesita, sí, cada día más, la escuela católica, porque fe y educación no se pueden separar. Mas es preciso tener muy en cuenta la advertencia de Juan Pablo II, ya en su Exhortación apostólica, Catechesi tradendae, la primera, de 1979: «La escuela católica: ¿seguiría mereciendo este nombre si, aun brillando por su alto nivel de enseñanza en las materias profanas, hubiera motivo justificado para reprocharle su negligencia o desviación en la educación propiamente religiosa? ¡Y no se diga que ésta se dará siempre implícitamente o de manera indirecta! El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la educación de los alumnos».