Necesitamos más bendiciones - Alfa y Omega

Necesitamos más bendiciones

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: CNS

Sucedió el pasado día 25 en la plaza de San Pedro. Aquí lo ven en la foto. Su Santidad el Papa bendice a la ciudad y al orbe, es decir, a Roma y al mundo. No se debe minusvalorar el poder de las bendiciones. La palabra pronunciada puede transformar la realidad, puede elevar los espíritus y –cuando se dan las condiciones– puede perdonar las penas merecidas por los pecados. La Escritura está llena de bendiciones. El Creador bendice a Abraham, los patriarcas bendicen a sus hijos, los profetas recuerdan las bendiciones que el Señor va a derramar sobre aquel que se convierte, Zacarías rompe a hablar y dice inspirado: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por la boca de sus santos profetas». La bendición es, pues, un acto de amor que indica el camino de la salvación.

Al final, del amor trata todo. Así lo recordaba el Papa Francisco en la homilía de la Misa del Gallo: «Mientras que aquí en la tierra todo parece responder a la lógica de dar para tener, Dios llega gratis. Su amor no es negociable: no hemos hecho nada para merecerlo y nunca podremos recompensarlo». Resulta que este amor también es inagotable. Hay bendiciones para Abraham y para Noé, para Isaac y para Ismael, para Esaú y para Jacob. Dios hace salir el sol sobre justos e injustos y viene para curar a los enfermos y rescatar a los que estaban perdidos. Viene para consolar a los que lloran y para liberar a los cautivos. Como decía el Sumo Pontífice en su videomensaje conjunto con el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, el pasado día 20 de diciembre, «la Navidad, en su genuina sencillez, nos recuerda que lo cuenta verdaderamente en la vida es el amor».

Tan grande es ese amor que Dios mismo se abre y se entrega al hombre. Lo recordaba Benedicto XVI en la homilía de Navidad del 25 de diciembre de 1979 que ha publicado la editorial Herder en un precioso libro, El camino de la vida. Homilías en el año litúrgico (Herder, 2019): «Dios toma la naturaleza humana para que el ser humano pueda participar en la naturaleza de Dios […]. El mísero ser humano es introducido en el océano de la divinidad. En el corazón de Dios se encuentra el ser humano». Casi nada.

Sin embargo, a veces da la impresión de que el pecado es más poderoso que el amor. Se corre el riesgo de pensar que el mal puede vencer al bien. ¡Es inmenso el padecimiento que contemplamos a diario en los pobres, los abandonados, los excluidos! ¿Cómo redimir a un mundo sumido en lo que san Juan Pablo II el Grande llamó una «cultura de la muerte»?

Necesitamos más actos de amor que recuerden al ser humano quién es y a qué está llamado. Necesitamos escuchar más a menudo que el ser humano –hecho a imagen y semejanza de Dios– ha sido elevado por Cristo a una dignidad que nada ni nadie le puede arrebatar y que es Cristo mismo quien padece cuando el hombre sufre. Necesitamos palabras que muevan a la acción en pos de Cristo.

Necesitamos, pues, más bendiciones.