19 de marzo: san José, el hombre que fue una sola carne con la Virgen María
Le pidió matrimonio a la Virgen de Nazaret y acostó cada noche al Hijo de Dios. Nunca ha tenido nadie tanta familiaridad con lo divino como la que tuvo José. Entró en la vida eterna de la mano de María y de Jesús
«Esposo de la Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de padre al Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José y le estuvo sujeto como un hijo a su padre. La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor constituyó sobre su familia». Así menciona el Martirologio Romano a san José, uno de los santos más populares de la cristiandad de todos los tiempos. A pesar de que no ha llegado hasta nosotros ninguna palabra suya recogida en la Escritura, son multitud las iglesias, lugares y apostolados de toda índole que toman su nombre y le tienen como protector y como referente espiritual.
Sin embargo, no siempre fue así, ya que su figura «estuvo bastante olvidada hasta que llegó santa Teresa de Jesús, quien impulsó mucho su devoción», afirma Marcos Vera, uno de los fundadores de la asociación Jóvenes de San José. También menciona como hitos en este sentido la declaración del santo como patrono de la Iglesia universal, en 1870, o las diferentes alusiones que han hecho a él los últimos Papas, tanto en el magisterio como en la liturgia. Todo ello le hace atestiguar que la devoción a san José «no es algo accesorio para un católico», sino que se trata de «algo esencial de nuestra espiritualidad».
Su nombre en hebreo significa «Él añadirá» y se remonta al episodio en el que Dios concede un hijo a Raquel, estéril muchos años. Esta alusión a un embarazo difícil parece un guiño a la situación del custodio de la Sagrada Familia siglos más tarde. Poco se sabe de su vida, salvo que era tekton, una palabra mal traducida como carpintero cuando en realidad alude a una amalgama de oficios: constructor, artesano, herrero, albañil, cantero; un manitas. El Evangelio lo denomina también «justo», es decir, un hombre devoto de la ley y buscador de Dios. No resulta difícil imaginar que esa fe la alimentaría reservando sus momentos de silencio a lo largo de la jornada; momentos que alternaría con su responsabilidad como padre, por ejemplo, acostando cada noche al Niño Jesús.
Lo que más se suele decir sobre san José es que era un hombre de silencio. De hecho, es así, pues los Evangelios no recogen ninguna frase suya. En cambio, sí hay una palabra que seguro que salió de sus labios: Jesús. Según la costumbre judía, era el padre el que debía decir públicamente el nombre de su hijo, por lo que el santo tuvo que pronunciar en algún momento el Nombre sobre todo nombre. Fabrice Hadjadj afirma en Ser padre con san José (Rialp) que este es «su único enunciado comprobable», pues no se conoce de él «otra palabra que no sea el nombre hebreo de un niño: Yehoshua, Dios salva». Así, «igual que el Padre pronuncia a su Verbo en la eternidad, José pronuncia en el tiempo el nombre del Hijo», añade.
Aunque se le ha representado en muchas ocasiones como casi un anciano, esta imagen no fue tal hasta el siglo V. De hecho, las vicisitudes que tuvo que pasar a lo largo de su vida indican un desgaste físico no al alcance de hombres de edad. En cualquier caso, al no aparecer en ningún momento durante la vida pública de Jesús, todos los estudiosos coinciden en que ya debía de haber muerto cuando su hijo salió a predicar por las aldeas y campos de Palestina. El sensus fidei del pueblo de Dios no ha dejado de observar la gracia que supondría para él pasar el último trance de su vida de la mano (literal) de la Virgen y de Jesús. Por eso se le invoca como patrono de la buena muerte en el tránsito de los moribundos.
Pero, sin duda, el elemento que marcó su biografía fue su matrimonio con María, una relación que a lo largo de la historia ha sido objeto de discusión y controversia. Aunque en virginidad, José y María «fueron realmente una sola carne», asegura Vera. «Si su unión solo hubiese sido un fraude necesario para atajar un problema legal, entonces no habrían sido un verdadero matrimonio», añade. Al contrario, «es la unión que más fielmente ha cumplido el plan de Dios sobre el amor humano». Así, «nadie como ellos vivió la grandeza de la comunión de personas que se expresan al tener un mismo sentimiento, un mismo entendimiento y una misma voluntad». Por todo ello, san José «nos acorta el camino» a los fieles de hoy, dice Vera, que destaca en el santo de Nazaret las virtudes de la fe, la esperanza, la caridad y la humildad, «que son precisamente las más divinas». No es de extrañar entonces que crezca su patrocinio y su devoción, porque «igual que siempre preparó el camino y la casa para su familia, también prepara nuestro corazón para que reinen en él Jesús y María».