Alonso García de la Puente, psicólogo: «Nos habéis regalado al padre que nunca tuvimos»
Fue leyendo un poema de Machado como supo que quería estar junto a aquellos que viven el momento final de su vida. Alonso García de la Puente, psicólogo, se convirtió al cristianismo trabajando en cuidados paliativos y descubrió que su trabajo es «poner todo el amor y la profesionalidad para aliviar la falta de amor», que es «lo que verdaderamente nos hace sufrir»
Alonso, ¿Cómo descubriste los cuidados paliativos?
En la universidad, leyendo un poema de Antonio Machado que se llama «Ars moriendi». A partir de ahí sentí la necesidad de ayudar a quien está en el momento final de su vida. Hice un trabajo sobre la deshumanización de la sociedad y la tecnificación de la muerte, y me di cuenta de que esto sucede porque nos da miedo acercarnos al sufrimiento. El sufrimiento necesita un sentido, un para qué. Descubrí entonces la figura del paliativista; me puse a investigar y supe que en la antigua Roma existía ya una figura que acompañaba.
¿Cómo llegaste al centro Laguna?
De manera providencial. Antes de entrar era un ateo acérrimo. Una compañera me dijo que había una plaza libre de psicólogo en este hospital. Mandé mi currículo y, finalmente, entre muchísimos candidatos, me contrataron a mí. ¿Por qué? Porque Dios estaba detrás preparando un plan. Aquí encontré el cristianismo, viendo cómo la gente se quería y quería a los demás. También vi la pérdida, y eso me provocó dos reacciones. La primera, un cambio. Me convertí porque experimenté de manera científica que las personas con fe mueren mejor que las personas sin fe. Y la segunda, querer solucionar el sufrimiento. Desde la psicología y la ciencia, la falta de amor es lo que nos hace sufrir. Descubrí que yo tengo que poner todo el amor y la profesionalidad para aliviar esa falta.
¿Y cómo se alivia el sufrimiento?
El sufrimiento debe tener sentido, el sentido no es sufrir porque sí. Sin embargo, yo como psicólogo no puedo darle sentido, eso es algo que tiene que hacer la propia persona, y no se improvisa al final, sino a lo largo de toda la vida.
¿Hay algún paciente, alguna persona, que te haya influido especialmente?
En una ocasión vino un enfermo muy encerrado en sí mismo. No podía hablar con él porque no se dejaba y su familia lo estaba pasando mal. Me pasé por la habitación y vi que llevaba el mismo Cristo de Dalí que yo, también sin cruz. Le dije: «¿Sabes por qué tú y yo llevamos esta imagen? Porque Cristo nos pide que le llevemos la cruz un rato». Empezó a llorar y me dio las gracias, pero fue Dios quien le enseñó a llevar el sufrimiento.
Como psicólogo, qué opinas, ¿sería mejor acabar cuanto antes?
Vino un paciente con todos los síntomas de aquel a quien le faltan pocas horas para fallecer. Sorprendentemente, con el tratamiento, la situación fue revertiendo, el paciente despertó del coma y pude hablar con él. Me confesó que durante toda la vida había maltratado a su mujer y a sus hijos, llevado por el alcoholismo. Hablando conmigo, empezó a sentir la gravedad de lo que había hecho y le sugerí pedir perdón a su familia. Después de pensarlo, se disculpó humildemente con su mujer, y habló con el capellán. Mejoró tanto que vivió dos años más en su casa y nunca más volvió a levantar la voz ni a su mujer, ni a nadie de su familia. Un día hablando, me dijo: «Alonso, hago lo que me dices: cuando me enfado mucho me voy a pasear, me fumo un cigarro, y se me pasa». Cuando falleció, dos años después, su esposa y sus hijos me decían con lágrimas: «Nos habéis regalado al padre que nunca tuvimos, al marido que nunca tuve».