De origen noble provenzal, el padre de Juan de Mata esperaba de su hijo que fuera un valiente soldado y señor de sus posesiones; por el contrario, su madre prefería que se limitase a ser un buen cristiano. Y gano la batalla: desde muy niño, mostró asiduidad en la asistencia a Misa, no teniendo, al final de cada Eucaristía, ninguna prisa en abandonar el templo, donde dedicaba largos ratos a la oración. En paralelo, practicaba con celo la virtud de la caridad. En este sentido, abundan los ejemplos de pobres y necesitados que encontraban en Juan ayuda y consuelo para vencer sus calamidades.
Al ser época de Cruzadas, Juan de Mata empezó a preocuparse por el destino de los cautivos en manos de los musulmanes: baste recordar que en 1187, Saladino, látigo de cristianos, conquistó Jerusalén y arrasó todos sus templos con la excepción del Santo Sepulcro. Semejante escenario consolidó el deseo de Juan de Mata, que se encontraba en París estudiando Teología con el objetivo de ser ordenado sacerdote.
Mientras celebraba su primera Misa en 1193, le sobrevino una visión celestial que le otorgó el mandato de fundar la Orden Religiosa de la Santísima Trinidad, para la redención de cautivos. Un conocido, Felix de Valois —que también alcanzaría la santidad— decidió ayudarle. Juntos viajaron a Roma. Allí recibieron apoyo decidido de Inocencio III. El 17 de diciembre de 1213, se publicaba la Regla de la Orden, exactamente quince años después, Juan de Mata rendía su alma a Dios. Fue canonizado el 21 de octubre de 1666 por Alejandro VII.