16 de febrero: san Giuseppe Allamano, el sacerdote cuya parroquia fue el mundo - Alfa y Omega

16 de febrero: san Giuseppe Allamano, el sacerdote cuya parroquia fue el mundo

Quería ser «párroco en algún pueblito», pero como rector del santuario de la Consolata acabó formando misioneros y contagiando su inquietud a toda la Iglesia universal

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Giuseppe Allamano
Aunque no salió de Italia, su canonización se debe a un milagro en la Amazonia brasileña. Foto: Misioneros de la Consolata.

Parafraseando el dicho «un clavo saca otro clavo», también se podría decir que un santo saca otro santo, como le pasó a Giuseppe Allamano, pupilo de Don Bosco, sobrino de san José Cafasso, vecino de santo Domingo Savio y él mismo canonizado hace pocos meses. Ahí es nada. Nació el 21 de enero en Castelnuovo d’Asti, en la zona donde lo hicieron los tres santos mencionados. De niño ingresó en el oratorio que dirigía el fundador de los salesianos, al que tuvo como director espiritual durante cuatro años. Allí se despertó su vocación y tenía tan claro que quería ser sacerdote que se marchó del pueblo al seminario de Turín sin siquiera despedirse de Don Bosco, un detalle que el santo le reprochó con cariño la siguiente vez que se encontraron. 

Fue ordenado sacerdote en 1873 y enseguida pasó a servir como director espiritual de los seminaristas. Era algo que a él le costaba mucho aceptar, pues llegó a confesarle a su obispo que lo que quería era ser «párroco en algún pueblito». Lejos de ello, el prelado le mantuvo en esa misión varios años más, hasta que en 1880 le eligió para ser rector del santuario de la Consolata, patrona de Turín, entonces un enclave en ruinas. Tampoco era el destino soñado por Allamano. Quizá eso despertó en él un ansia misionera no muy común entonces en un sacerdote diocesano. 

Conocer las culturas

Aparte de organizar el culto y atender a las crecientes peregrinaciones que iba acogiendo el santuario bajo su responsabilidad, también se interesó por los problemas de su entorno. Se preocupó especialmente por los trabajadores y los niños de la calle, al igual que hiciera su maestro, Don Bosco. Pero su mirada iba más allá: su campo de acción abarcaba el mundo entero. «No habiendo podido ser yo mismo misionero, quiero que no dejen de serlo los que desean seguir ese camino», dijo. De ahí que el 29 de enero de 1901 fundase el Instituto de los Misioneros de la Consolata y, nueve años más tarde un segundo, el de las Hermanas Misioneras de la Consolata

«Su objetivo era preparar y enviar misioneros bien formados, no solo en la fe y en la pastoral, sino también en el conocimiento de las culturas y las necesidades sociales de los pueblos a los que irían», explica Ángel Gutiérrez Anaya, del instituto fundado por Allamano. Estas congregaciones fueron pioneras en la misión en África, «donde establecieron comunidades cristianas, escuelas, hospitales y otras obras que mejoraron la vida de muchas personas», añade.  

Bio
  • 1851: Nace en Castelnuovo d’Asti
  • 1873: Es ordenado sacerdote en Turín
  • 1880: Su obispo le nombra rector del santuario de la Consolata
  • 1901: Funda el Instituto de los Misioneros de la Consolata
  • 1910: Funda la rama femenina
  • 1925: Asiste a la beatificación de su tío
  • 1926: Muere en Turín
  • 2024: Es canonizado por el Papa Francisco

Así, desde su puesto en Turín como rector del santuario, Allamano fue un decidido impulsor de la misión ad gentes, hasta el punto de que con los años solo aceptó enviar misioneros a aquellos lugares donde únicamente hubiera pueblos que nunca hubiesen recibido el primer anuncio del Evangelio. De este interés quiso hacer partícipe a la Iglesia universal, y por eso en 1912 hizo llegar al Papa Pío X la urgencia de concienciar a los fieles sobre esta línea pastoral específica: ese fue el origen de la Jornada Mundial de las Misiones, instaurada por Roma por primera vez tan solo unos meses después de la muerte del santo. «Él tenía una visión integral de la evangelización: no solo se trataba de anunciar el Evangelio, sino también de ayudar a las personas a crecer en su dignidad, respetando sus costumbres y promoviendo su desarrollo», cuenta Gutiérrez Anaya.  

Siempre invitó a seminaristas y al clero a «dar a conocer y a amar a Jesucristo a cuantos aún no lo conocen y aman», como solía repetir. En esta línea, se propuso impulsar el proceso de canonización de su tío José Cafasso, en quien vio un modelo sacerdotal y misionero como ningún otro. Tuvo la dicha de asistir en vida a su beatificación, en mayo de 1925.

Apenas unos meses después de aquella ceremonia, Allamano cayó enfermo y entregó su vida el 16 de febrero de 1926, en el santuario que dirigía y que sirvió de faro para la misión en todo el mundo. «Él sentó las bases de un modelo de misión que combina la fe con el compromiso social», afirma su hijo espiritual Ángel Gutiérrez Anaya. Si en vida el santo tomó como lema el adagio «primero santos, luego misioneros», su testimonio es para los creyentes de hoy «un ejemplo de integridad y compromiso con la misión», concluye.