14 de mayo: santa Gema Galgani, una chica normal y corriente... y con estigmas - Alfa y Omega

14 de mayo: santa Gema Galgani, una chica normal y corriente... y con estigmas

La llamaron histérica y embustera por compartir con el Señor las marcas de su Pasión. Pese a todo, fue una joven normal que ayudaba en casa y rezaba, como cualquier otra

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
‘Santa Gema Galgani’, de Isabel Guerra. Santuario de Santa Gema, en Madrid. Foto cedida por el Santuario de santa Gema

En apenas 25 años se pueden recorrer kilómetros hacia el cielo. Fue lo que hizo Gema Galgani, una de los únicos diez santos estigmatizados en la historia de la Iglesia.

Nació en la provincia italiana de Lucca el 12 de marzo de 1878. Fue la cuarta de ocho hijos, y rápido se le notó algo especial. Cuando tenía 4 años, sus abuelos la sorprendieron en su cuarto, de rodillas ante un crucifijo. «Estoy rezando. Salid que estoy en oración», les dijo.

«Cuando yo era pequeñita, mi madre acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando, me enseñaba un crucifijo y me decía que Jesús había muerto en la cruz por los hombres», aseguró años después la joven. Esta relación tan especial con su madre se rompió cuando tenía apenas 7 años, el día en que Gema recibió la Confirmación. «¿Quieres darme a tu mamá?», notó que Jesús le decía en el corazón. «Me llevaré a tu mamá al cielo, ¿me la darás de buena gana?», insistió el Señor. Al recordar ese episodio, Gema reconocería más tarde que «tuve que decir que sí» y que, al acabar la Misa, volvió a casa y «miraba a mamá y lloraba, no podía contenerme». No habían pasado seis meses cuando su madre murió.

Este suceso fue un mazazo para toda la familia, y la pequeña fue enviada a un internado de monjas. Fueron los años en los que debía prepararse para recibir la Primera Comunión, para lo que se preparó a conciencia, llegando a pasar los diez días previos en un convento. El 17 de junio de 1887 llegó el momento: «Me siento incapaz de describir la experiencia de aquel encuentro. Comprendí que las delicias del cielo no son como las de la tierra. Hubiera anhelado no interrumpir nunca aquella unión con mi Dios».

Diez años después, su padre murió de cáncer de garganta. La familia estaba llena de deudas y los acreedores ni siquiera respetaron el duelo. Antes incluso del entierro se abalanzaron sobre la casa para llevarse todo lo que pudieron, y hasta metieron las manos en los bolsillos de la joven para coger unas monedas. En la miseria, Gema tuvo que ser acogida por una familia del pueblo.

Fue una época de mucha agitación. Durante el año siguiente se despistó y comenzó a olvidarse poco a poco de Jesús. «El amor del mundo comenzó a apoderarse de mi corazón», dijo, pero «Jesús vino otra vez en mi ayuda».

Lo hizo a través de la enfermedad y la cruz: una parálisis se apoderó de sus piernas, comenzó a dolerse de los riñones, y una otitis purulenta la llevó a quedarse en cama. Al no ver mejoría, los médicos llegaron a desahuciarla. «¿Para qué me tratas así?», se quejaba a Jesús. «Si Él te aflige en el cuerpo es para purificarte cada vez más en el espíritu», le respondió su ángel guardián.

Fue en aquel momento cuando empezó a recibir la visita de Jesús: «No me ofendas más, ámame como yo te he amado siempre», decía Él. El 8 de junio de 1899 se presentó ante ella y, con sus llagas como de fuego, tocó las manos, los pies y el corazón de la joven. Gema quedó estigmatizada, pero a ese dolor compartido con el del Señor se añadió la incomprensión de los que la rodeaban. Fue tachada de embustera y de histérica, y hasta su mismo confesor pensó que las heridas se las causaba ella misma.

Por estos hechos, santa Gema ha pasado a la historia como un alma víctima, «pero esta expresión hay que entenderla bien», afirma el padre pasionista José Luis Quintero, del santuario de Santa Gema en Madrid, templo que custodia la reliquia del corazón de la santa y que celebra ahora un Año Jubilar por los 300 años de la fundación de la orden.

Quintero se refiere a este don místico como «una ofrenda que la une con Dios para ayudarla a vencer el mal». Para el pasionista, la identificación con Cristo sufriente que vivió la santa «no es dolorismo, sino amor que empatiza. Eso lo muestran muy bien las palabras que ella le dirigía al Señor: “Jesús mío, padecer contigo, me amas, soy un retoño de tus llagas, fruto de tu Pasión”. En realidad, todos sus dones no fueron más que el signo de su presencia».

Estas gracias extraordinarias «son la punta del iceberg», incide el padre Quintero, porque, frente a su espectacularidad, santa Gema vivió a Dios «desde lo cotidiano. Enferma y limitada, estaba sumida en un contexto de fragilidad, como muchos de nosotros hoy. Pero ella nunca dejó de ser una joven normal que ayudaba en casa y que llevaba al día su vida sacramental y la oración. Ese es el mismo camino para nosotros hoy».

Finalmente, tras una encarnizada lucha espiritual –y física– en sus últimos meses contra el demonio, murió abrazada a una cruz el 11 de abril de 1903, Sábado Santo en la liturgia antigua. «Ella muere mirando la cruz, pero la gloriosa, que no anula la experiencia de dolor pero la envuelve. Así vivió y murió».

Bio
  • 1878: Nace en Capannori, en la provincia de Lucca (Italia)
  • 1885: Jesús le pide que le entregue a su madre
  • 1897: Muere su padre y la familia queda en la miseria
  • 1899: Recibe los estigmas de la Pasión del Señor
  • 1903: Muere en Lucca
  • 1940: Es canonizada por Pío XII