14 de julio: san Camilo de Lelis, el ludópata que tenía corazón de madre - Alfa y Omega

14 de julio: san Camilo de Lelis, el ludópata que tenía corazón de madre

«Dios lo es todo, el resto es nada», le dijo un fraile a Camilo de Lelis cuando este era un mercenario sin fortuna que había tocado fondo arruinado por el juego. Después vivió para cuidar a los enfermos como una madre

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Éxtasis de san Camilo de Lelis, de Cristóbal Lozano. Museo de Arte de Lima (Perú).

Dios es capaz de sacar agua de las piedras y santos de los mayores pecadores. Nadie está perdido para él, todos tenemos un valor inmenso, y a todos nos hace capaces de dar la vida por otros. Sin importar el pasado ni el futuro, el presente de Dios se llama misericordia, y eso lo experimentó en su propia carne san Camilo de Lelis.

Nació en la región italiana del Abruzo en Pentecostés del año 1550, cuando su madre rozaba ya los 60 años, porque nada es imposible para Dios. Dicen que dio a luz en un establo para que ese hijo tan esperado viniera al mundo como hizo Jesús, a pesar de que su familia gozaba de una buena posición. Camilo tuvo la desgracia de perder a su madre con solo 13 años, quedando al cuidado de su padre, soldado a las órdenes del emperador Carlos I. Debido a ello, se acostumbró muy pronto a la vida en la milicia y a uno de los pasatiempos con los que los soldados aguantaban los largos períodos de guardias: el juego.

Pronto se volvió bravucón y pendenciero, y todo el dinero que obtenía en las batallas se lo gastaba sin remedio apostando a los dados. A los 20 años murió su padre, y Camilo recibió en combate una herida que le llevó a tener el primer contacto de su vida con un hospital. Cuenta Antonio Sicari en Retratos de santos que «en el siglo XVI los enfermos estaban en manos de mercenarios. En los hospitales, su cuidado se dejaba a delincuentes obligados a ese trabajo para redimir penas, y a otros que no tenían otra posibilidad de obtener ingresos».

Tras su curación volvió a tomar las armas y a llevar la vida de antes. En otoño de 1574 perdió todo su dinero jugando en Nápoles y tuvo que dedicarse a mendigar el pan por las iglesias de la ciudad. Algo más tarde, entró al servicio de un convento de capuchinos en Manfredonia para hacer algunas obras y llevar y traer materiales de construcción, y ahí fue donde le esperaba Dios.

El 2 de febrero de 1575, los frailes le enviaron a un encargo en el convento de San Giovanni Rotondo —en el que después viviría durante muchos años el padre Pío de Pietrelcina—. Allí, uno se acercó para decirle una confidencia: «Dios lo es todo. El resto es nada». Aquello debió de impresionar a Camilo, que durante el viaje de vuelta tuvo, a imitación de san Pablo, su personal caída del caballo… pero en este caso del asno. Así lo cuenta su primer biógrafo, Sancio Cicateli: «Durante el camino, montado en el asno entre dos alforjas, pensaba ensimismado en lo que le había dicho el fraile. Y mientras cabalgaba le asaltó un rayo de luz interior, y creyó que el corazón se le hacía pedazos roto por el dolor. Incapaz de mantenerse a lomos del animal, se dejó caer a tierra y allí mismo, con lágrimas regando sus mejillas, repetía: “No más mundo. No más mundo…”».

Ese fue el primer momento de inflexión que cambió su vida y le llevó a pedir su ingreso en los capuchinos. Ellos lo aceptaron, pero pronto volvió al hospital, porque el hábito rozaba su antigua herida y se le abrió una llaga en la piel. Para él fue una segunda conversión, porque, como dice Sicari, al entrar de nuevo en el centro sanitario «un pensamiento fijo le perseguía: reemplazar a todos los mercenarios con personas dispuestas a estar con los enfermos solo por amor». Así, él mismo, una vez curado, comenzó a trabajar para los enfermos en el Hospital de Santiago, en Roma, una aventura que emprendió de la mano de otro gran santo, Felipe Neri, que se convirtió en su confesor y en su director espiritual.

En esta labor se le empezaron a unir algunos amigos, y para ofrecer a todos un mejor servicio, Camilo decidió hacerse sacerdote. Dice Sicari que «para ellos el hospital lo era todo, y allí dejaban la huella que Camilo iba transmitiendo a sus seguidores: la cualidad carismática de la ternura». De hecho, el santo pedía a sus colaboradores «un amor como de madre hacia su prójimo, para que pueda servirle tanto en lo espiritual como en lo corporal», y así acompañar a los enfermos «con aquel amor que tiene una cariñosa madre cuando atiende a su único hijo enfermo».

En esto él era el primero, hasta el punto de que un testigo declaró en su proceso de canonización que lo vio una vez arrodillado ante un enfermo que desprendía un hedor intolerable, y al que Camilo «decía palabras de tanto cariño que parecía enloquecido por su amor. “Señor mío, alma mía, ¿qué puedo hacer por tu servicio?”, le decía, como si fuera Jesucristo». Poco a poco, su carisma y su labor atrajo a tantos que hacia el final de su vida ya había fundado 14 conventos y ocho hospitales por toda Italia.

El 14 de julio de 1614 murió finalmente en Roma aquel que de vez en cuando salía al pasillo y a las salas de los hospitales gritando a sus médicos y enfermeros: «Más corazón, más cariño maternal, más alma en las manos».

Bio
  • 1550: Nace en Bucchianico
  • 1575: Se convierte en el camino de San Giovanni Rotondo a Manfredonia
  • 1584: Es ordenado sacerdote
  • 1614: Muere en Roma
  • 1746: Es canonizado por Benedicto XIV