«La reconciliación en Corea es la única alternativa a la guerra nuclear» - Alfa y Omega

«La reconciliación en Corea es la única alternativa a la guerra nuclear»

El Vaticano reúne a once premios Nobel de la Paz para promover la abolición de las armas nucleares y el desarme integral. Entre ellos está Mairead Maguire, que ha desafiado las fronteras internas de Irlanda del Norte e, incluso, la que divide Corea

María Martínez López
Mairead Maguire durante una visita en 2009 a Dharamsala (India) para conmemorar los 50 años en el exilio del Dalai Lama. Foto: Iniciativa de Mujeres Nobel

El 10 de agosto de 1976, Anne Maguire paseaba por las calles de Belfast (Irlanda del Norte) con sus tres hijos, de 8 y 2 años, y 6 meses. De repente, un coche se abalanzó sobre ellos. El conductor, Danny Lennon, era un miembro del grupo terrorista IRA Provisional. Soldados británicos lo habían abatido mientras estaba al volante, y el vehículo quedó sin control. Los tres pequeños murieron.

Unos días después, una pequeña manifestación de mujeres pasó por delante de la casa de Mairead, la hermana de Anne. La lideraba Betty Williams, que había sido testigo del atropello y había comenzado a recoger firmas y convocar a otras mujeres para exigir paz. Mairead se sumó a la marcha, y empezó a trabajar con Betty a favor del diálogo. Una segunda manifestación atrajo a 10.000 mujeres, católicas y protestantes, hasta la tumba de los niños. Por el camino tuvieron que enfrentarse a los insultos de los terroristas. Antes de que acabara el mes, 35.000 norirlandesas caminaron desde una zona católica de la ciudad a otra protestante.

El movimiento siguió creciendo, con el nombre de Gente de Paz. Una palabra en la que «creíamos apasionadamente. En esa época, en Irlanda del Norte estábamos al borde de la guerra civil –recuerda Maguire en declaraciones a Alfa y Omega–. La violencia por parte de ambos bandos estaba fuera de control. Cuando convocamos a la gente a salir a la calle para pedir diálogo, les ofrecimos una alternativa. Empezaron a darse cuenta de que no habría una solución por la fuerza para lo que era un profundo conflicto étnico y político. Eso solo se podía solucionar mediante la negociación. Hablábamos mucho de soluciones pacíficas, y la gente se animó a pronunciarse en sus propias comunidades en contra de la violencia». El conflicto norirlandés se prolongó aún dos décadas, pero el valor de Williams y Maguire les valió, en el mismo 1976, el Premio Nobel de la Paz.

Desde entonces, esta norirlandesa de origen católico ha trabajado por la no violencia y los derechos humanos de diversas formas. En 2006, junto con otras siete ganadoras del Nobel de la Paz como Jody Williams (líder de la campaña para la abolición de las minas antipersona) y Rigoberta Menchú (activista indígena guatemalteca), fundó la Iniciativa de Mujeres Nobel. Esta plataforma acompaña, forma, asesora y trabaja en red con movimientos de mujeres en todo el mundo, prestándoles su voz. En situaciones de conflicto o violaciones de los derechos humanos –explica–, «las mujeres pueden aportar compasión y empatía para buscar soluciones alternativas al militarismo».

Una apuesta fuerte

Este sábado, Maguire compartirá su experiencia en el congreso Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y para el desarme integral, organizado los días 10 y 11 de noviembre en el Vaticano por el Dicasterio para el Servicio del Progreso Humano Integral. La Santa Sede ha apostado con firmeza por esta cuestión, y ha convocado a once premios Nobel de la Paz, junto con personal de las Naciones Unidas como la alta representante para Cuestiones de Desarme, la japonesa Izumi Nakamitsu.

Entre los premios Nobel que viajarán a Roma se encuentra la ganadora de este año, la sueca Beatrice Fihn, promotora de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares. En julio, la campaña obtuvo una victoria importante al aprobar la ONU un tratado para prohibirlas. Lo apoyaron 122 países, aunque entre ellos no estaba casi ninguna nación norteamericana o europea. Entrará en vigor cuando lo hayan ratificado 50 estados, y será vinculante para ellos. Pero habrá que esperar: de momento, solo lo han hecho tres; entre ellos, la Santa Sede. La Iglesia católica ha sido una de las grandes valedoras del tratado, y ahora quiere utilizar la cita en el Vaticano para impulsarlo.

La frontera más hermética

Este logro ha sido eclipsado por el anuncio del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de que romperá el acuerdo nuclear con Irán si no se endurecen las condiciones del mismo y, sobre todo, por la escalada de pruebas nucleares y militares realizada por Corea del Norte y las amenazantes respuestas de Trump, que esta semana ha visitado Corea del Sur.

Algunas de las mujeres de Women Cross DMZ que cruzaron la frontera de Corea. Foto: Niana Liu

La situación de Corea no le es ajena a Mairead Maguire y sus compañeras. En 2015, ella y la liberiana Leymah Gbowee, también Premio Nobel de la Paz, junto con otras 30 mujeres de 15 países, realizaron un gesto de gran valor simbólico: cruzar a pie la zona desmilitarizada de la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur, posiblemente la más controlada del mundo. No resultó fácil: antes hubo arduas negociaciones con las autoridades de ambos países y con el comando de la ONU que controla la zona, y su recorrido sufrió varios desvíos.

La iniciativa, conocida como Women Cross DMZ (Las mujeres cruzan la zona desmilitarizada), incluía visitas a Pionyang y Seúl, las capitales de ambos países. A pesar del férreo control que ejerce el régimen comunista norcoreano sobre su territorio, lograron los permisos para hablar en la universidad y reunirse con mujeres intelectuales. Tuvieron que pagar un peaje: su presencia y sus declaraciones fueron manipuladas tanto por medios norcoreanos como surcoreanos, y recibieron acusaciones de complicidad con la dictadura. «No hemos querido apoyar ningún sistema político o económico. Creemos equivocado afirmar que cualquier intento de diálogo con un régimen represivo es una apología de la represión», argumentaron en su día. Sí las comprendió y apoyó el arzobispo de Seúl. El cardenal Andrew Yeom Soo Jung recibió a Mairead, y la animó a seguir promoviendo la paz y la reconciliación.

«Son gente como nosotros»

Dos años después, la norirlandesa asegura que valió la pena conocer a la población del país más hermético del mundo: «Es gente como nosotros. Nos decían claramente: “No queremos guerra, queremos un tratado de paz. Queremos poder ir a Corea del Sur y encontrarnos con nuestros familiares antes de morir”. Ese pueblo ha sufrido enormemente». La guerra de Corea, uno de los conflictos más graves de la Guerra Fría, solo cesó por un armisticio en 1953. Nunca llegó a cerrarse definitivamente, y dejó el país, y a millones de familias, divididos. «Las mujeres con las que nos reunimos en Corea del Norte tenían ideas para organizar conferencias de paz y empezar a dialogar con los países de alrededor para poner fin a esa guerra abierta. Y en Corea del Sur, encontramos exactamente lo mismo».

En la actualidad, Women Cross DMZ continúa intentando construir puentes entre las mujeres de Corea del Norte y del Sur y con las de otros países. «Puede que suene como algo muy lento, pero es la única alternativa a la guerra nuclear». En septiembre, en plena escalada de las tensiones con Estados Unidos, tanto Women Cross DMZ como la Iniciativa de Mujeres Nobel se dirigieron el secretario general de la ONU, António Guterres, para pedirle que negociara el cese de las pruebas nucleares de Pionyang y de las maniobras militares conjuntas de Estados Unidos y Corea del Sur en la región; que se revisaran las sanciones económicas contra Corea del Norte y que se empezara a trabajar por un acuerdo de paz definitivo.

Desde su residencia en Reino Unido, Maguire celebra «que el Papa esté abordando estas cuestiones tan importantes de nuestra época, como el problema de la guerra y las armas. Espero que en el congreso se pronuncie con fuerza. El mensaje “no a las armas nucleares, no a las armas, no a la guerra”, viniendo de un líder espiritual como él, sería maravilloso, porque puede inspirar a otras muchas personas. La religión debe enseñar que es una virtud ser constructores de paz. Desde una perspectiva cristiana, es el sermón de la montaña. Todavía queda mucho por hacer. Hay que dialogar con otras religiones, y desarrollar una teología de la no violencia. Espero que el Papa escriba algún día una encíclica sobre ello».