10 de septiembre: san Nicolás de Tolentino, el monje que ayunaba hasta cuatro días por semana
El duro ascetismo al que se sometía san Nicolás de Tolentino escondía a un hombre «simplemente imantado por Dios». Cuando aún no eran muy conocidas, irradió a toda la Iglesia prácticas como la adoración eucarística o la oración por las almas del purgatorio
El gran Lope de Vega le llamó «el santo de los milagros» por la extraordinaria devoción que alcanzó, tras su muerte, en toda Europa. San Nicolás de Tolentino se convirtió en el primer agustino que subió a los altares.
Sus padres, Compagnone y Amada, no lograban tener un hijo a pesar de llevar varios años casados y fueron en peregrinación hasta la localidad italiana de Bari a pedirle a san Nicolás el favor de tener descendencia. El santo que daría origen siglos más tarde al personaje de Santa Claus cumplió su misión y, al cabo de un año, los esposos tuvieron en brazos a un retoño al que dieron el nombre de Nicolás en homenaje a su milagroso origen. El ambiente piadoso y santo que vivió en su hogar hizo que la fe prendiera con fuerza en el niño. A los 12 años resolvió entregarse como oblato en una comunidad de ermitaños que apenas un año antes acababa de configurarse como la que actualmente es la Orden de San Agustín. Con ellos inició su formación religiosa, en la que destacó por su inteligencia y elocuencia. Tras ser ordenado presbítero en 1269, fue enviado a una vida itinerante como predicador de pueblo en pueblo. Todos aquellos años de misiones populares en Advientos y Cuaresmas por pueblos, ciudades y conventos, llamando a la conversión a todos con mucho fruto, mermaron sin embargo la salud del joven. Sus superiores decidieron retirarlo de la predicación durante un año, al cabo del cual resolvieron enviarlo de manera estable al convento de Tolentino.
En esta pequeña localidad cercana al Adriático el religioso vivió lo que a ojos de todos parecía superar los límites del heroísmo. Ayunaba cuatro días por semana —en tiempos litúrgicos fuertes incluso más—, y se alimentaba de pan y verduras: no probaba la carne salvo por obediencia de un superior. Además, dormía muy poco y como almohada utilizaba una piedra.
Sin embargo, lejos de constituir una personalidad ficticia, Nicolás tenía claras sus prioridades. Dice el agustino Pablo Panedas en su biografía El primogénito de la familia agustiniana que «lo que nosotros juzgaríamos modestia timorata, en él era entrega consciente a Dios. Si llevaba la capucha calada o los ojos bajos, hasta el punto de que penitentes asiduas confesaron no haberle visto los ojos, no era por pusilánime o esquivo; simplemente estaba imantado de Dios en su más profundo centro».
En sus 30 años en Tolentino llegó a confesar a todo el pueblo, incluidos visitantes, peregrinos, enfermos y presos. Dicen que podía recordar el nombre de todos y de boca en boca circulaban las conversiones prodigiosas, curaciones y otros hechos extraordinarios que protagonizaba, como las pruebas de la liberación de algunos fieles del purgatorio. «No digan nada a nadie. Den gracias a Dios y no a mí. Yo no soy más que un pobre pecador», solía excusarse.
Contaban en Tolentino que la aparición misteriosa de una estrella en el horizonte anunció que la vida de su santo llegaba a su fin, como sucedió días después de haber celebrado la fiesta de san Agustín en 1305. Moría así un santo que, como señala el agustino Ángel Martínez Cuesta, «afirmó con su vida doctrinas y prácticas religiosas como la adoración eucarística, la confesión auricular, la honra a los difuntos o la doctrina del purgatorio, destinadas a dejar profunda huella en la vida cristiana de los siglos futuros».
- 1245: Nace en Sant’Angelo in Pontano, en Italia
- 1257: Entra en la recién creada Orden de San Agustín
- 1269: Comienza su vida de presbítero itinerante
- 1275: Se establece de forma estable en Tolentino
- 1305: Muere en Tolentino
- 1446: Es canonizado por Eugenio IV