Llamados a ser comunidad de paz
Personas de todas las confesiones nos han demostrado la capacidad de la compasión y la resistencia no violenta como camino de la paz, escribe el secretario general de Cáritas Española, Sebastián Mora, en un comentario al mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2017
Vivimos momentos convulsos y bañados por una incertidumbre radical en todos los órdenes vitales. Un mundo fragmentado y dividido por guerras, desigualdades, violencia terrorista, desastres ecológicos y desplazamientos forzados de millones de personas y familias. Tal como dice el Papa en su mensaje para la celebración de la 50 Jornada Mundial de la Paz, es harto difícil comparar si estos tiempos son mejores o peores que los que nos precedieron. Hay suficiente densidad histórica de sufrimiento, violencia, guerras y aniquilación de lo humano como para aventurarnos a catalogar nuestro tiempo como «la noche más oscura de la humanidad» (Zambrano). La misma teoría de Francisco sobre la tercera guerra mundial a fragmentos, que vuelve a esgrimir en su mensaje, puede ser aplicada a otros tiempos de la humanidad aunque no fueran retrasmitidos por internet a tiempo real.
No son momentos para establecer rankings de sufrimiento y lanzarnos proclamas ideologizadas de estimativa histórica. Necesitamos chispas para la esperanza, anhelamos estilos y testimonios que hagan creíble otra forma de ser más allá del pragmatismo romo o del idealismo evasivo. Testimonios teñidos desde la realidad de las víctimas y el poder de la sencillez. Lo que nos jugamos como humanidad es la misma posibilidad de «vivir juntos desde las diferencias». Por ello necesitamos «la no violencia para construir una política para la paz» (Francisco). Pero, ¿no es un puro deseo buenista la no violencia?, ¿no significa un brindis al sol sin poder real de cambio profundo?, ¿no nos hace más débiles y vulnerables frente a los riesgos que vivimos? El Papa es claro y contundente en su mensaje: la única vía de la paz es la justicia, la verdad y el amor. Y ese camino ya lo han experimentado otras personas, testigos de la paz antes que nosotros, demostrando su profunda capacidad transformadora. «La no violencia practicada con decisión y coherencia ha producido resultados impresionantes», nos señala el Papa, aunque pretendamos ocultarlos o minusvalorarlos.
El Papa nos alienta con ejemplos concretos e históricos. Madre Teresa, Mahatma Gandhi, Khan Abdul Ghaffar Khan, Martin Luther King, Jr. y Leima Gbowee. Son personas que desde diferentes cosmovisiones religiosas y sociales han sabido liderar el cambio desde un estilo no violento. Todas son personas que han vivido su compromiso desde una profunda espiritualidad y una presencia cercana a las víctimas. Han sabido rescatar el inmenso potencial de compasión de las religiones huyendo de la tentación de usar el nombre de Dios para justificar la violencia. Pero, por encima de todo, nos han mostrado con humildad serena que el mundo puede cambiar. La humanidad tiene capacidades inéditas para la construcción de la paz. No es una quimera adánica, sino una realidad histórica, la existencia de personas tocadas por la brisa del Espíritu que han puesto a rezar y reivindicar otro mundo posible a musulmanes y cristianos, que han puesto el bien común por encima de sus propios intereses y que han combatido pacíficamente desde el corazón por la justicia social.
La revolución empieza con una sonrisa
Madre Teresa desde una llamada incesante a la conversión del corazón y a la conmoción por el sufrimiento inocente ha abierto una vía única para la paz: el amor a los desheredados. Gandhi nos mostró que los muros se deben y se pueden derribar desde la resistencia pacífica de un pueblo compasivo. La vida de Ghaffar Khan, condenado al exilio, la incomprensión y la cárcel, atestigua las consecuencias de optar por los pequeños y luchar por la justicia. Luther King nos enseñó a soñar mundos posibles nacidos de la memoria de una historia inmisericorde con los vencidos y excluidos. Y, por último, Leima Gbowee nos revela que las grandes revoluciones empiezan desde abajo y desde lo pequeño. El corazón de una familia pacífica es capaz de proponer la revolución de la ternura que codiciamos día a día. Revolución que empieza, como en Teresa de Calcuta, con una sonrisa amable en un contexto cotidiano. Hay gestos revolucionarios que brotan principalmente de tantas mujeres mártires de un mundo que las expulsa a los márgenes del olvido.
Estas personas nos han demostrado la capacidad de la compasión y la resistencia no violenta como camino de la paz. Nos han enseñado a soñar juntos en colinas de justicia e igualdad y han sabido insuflarnos el poder de la ternura. Es verdad que han sufrido la persecución y la incomprensión en nombre de la paz, pero han proclamado con sus vidas que la paz es posible desde el estilo de la no violencia.
Para nosotros, desde nuestra confesión creyente en el Dios de Jesucristo, no es solo una opción más entre otras. La no violencia es «el camino, la verdad y la vida» (cfr. Jn 14,6) en un mundo que «sigue sufriendo bajo dolores de parto» (cfr. Rom 8, 22). La Iglesia ha estado empeñada en la construcción de la paz pero, en estos momentos, debe tener un mensaje rotundo y claro en defensa de la paz. Los últimos Papas desde Juan XXIII a Francisco han clamado sin cesar para que «la justicia sea el nuevo nombre de la paz» (Pablo VI). Así lo proclamó con valentía san Juan Pablo II y su empeño por derribar muros físicos y mentales en la Europa de los años 80.
Llamados a ser comunidad es el lema de la campaña de Navidad de Cáritas para este año. Estamos convencidos de que solo siendo comunidades con un estilo no violento seremos comunidades de paz, de caridad y justicia. El manual de las bienaventuranzas, como lo llama el Papa, es el camino que debe marcar la dirección en un mundo desnortado.
Iconos de la no violencia
Teresa de Calcuta: santa Teresa de Calcuta (1910-1997), canonizada el 4 de septiembre, ha sido un ejemplo en este Año de la Misericordia. Al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1979, la fundadora de las Misioneras de la Caridad lo hizo en nombre de los más pobres, a quienes dedicó gran parte de su discurso. Tres años después, viajó hasta el Líbano y logró un alto el fuego durante la guerra civil que asolaba el país para evacuar de la zona oeste de Beirut a un grupo de niños huérfanos con discapacidad, abandonados a su suerte en un orfanato.
Mahatma Gandhi: durante casi 30 años, Mahatma Gandhi (1869-1948) defendió la independencia de la India del dominio británico mediante la no violencia, la desobediencia civil e incluso la huelga de hambre, que él mismo practicó. Una vez lograda la independencia en 1947, comenzó a trabajar por la integración de las castas más bajas y el desarrollo rural. Un fanático hinduista asesinó un año después a Bapu (padre en gujarati) por defender que se compensara económicamente a Pakistán.
Khan Abdul Ghaffar Khan: a Khan Abdul Ghaffar Khan (1890-1988) se le conoce como el Gandhi musulmán. «Os voy a dar un arma a la que ni la Policía ni el Ejército podrán hacer frente. Es la paciencia y la rectitud», decía a los Servidores de Dios, el grupo que fundó para luchar pacíficamente por la independencia de la India. Como su amigo Gandhi, se opuso a la creación del Estado de Pakistán para la población musulmana, si bien una vez creado le juró lealtad. Durante el resto de su vida sufrió arrestos, prisión y exilio por parte de las autoridades pakistaníes.
Martin Luther King, Jr.: un boicot contra los autobuses tras el arresto en 1955 en Alabama de la joven negra Rosa Parks por no ceder su asiento a un blanco fue el primer acto de resistencia no violenta de Martin Luther King Jr. (1929-1968). Este pastor baptista se convirtió en el rostro visible del movimiento por los derechos civiles de los negros, que culminó en la Marcha sobre Washington D. C. de 1963. Poco después se aprobaron la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto. En 1964 ganó el Premio Nobel de la Paz. Fue asesinado por un supremacista blanco.
Leima Gbowee: el trabajo de Leima Gbowee (1972) como terapeuta con ex niños soldado durante la segunda guerra civil de Liberia (1999-2003) la convenció de que cualquier cambio social tendría que pasar por las madres. En 2002, organizó el Movimiento de Mujeres de Liberia por la Paz, organizando a cristianas y musulmanas de Monrovia para rezar y manifestarse por la paz en el mercado donde se reclutaba a los niños para el frente. En 2011, ella y la presidenta liberiana Ellen-Johnson Sirleaf ganaron el Premio Nobel de la Paz.