Niños devueltos, criaderos humanos… la oscura realidad tras los vientres de alquiler
Una pareja que sólo acepta a uno de los niños que ha encargado porque el otro tiene síndrome de Down; una famosa que espera ansiosa el nacimiento por vientre de alquiler de su hijo, hasta que se divorcia y ya no quiere saber nada de él; una madre gestante que decide no renunciar a su hijo, y tiene que compartir la custodia con el hombre que la contrató… Por surrealista que parezcan estas historias, son sólo algunos de los escándalos relacionados con los vientres de alquiler que han ocurrido en el último año. Se suman a las condiciones de esclavitud en las que viven muchas mujeres asiáticas mientras gestan a los hijos de parejas occidentales
Los Farnell contrataron a una agencia tailandesa de vientres de alquiler para que una mujer de ese país gestara a dos bebés. Cuando el embarazo ya estaba avanzado, descubrieron que uno de los bebés, un niño, tenía síndrome de Down. En ese momento, exigieron a la empresa que les devolviera el dinero, porque aunque hubieran preferido que el niño fuera abortado, un aborto en un embarazo tan avanzado era peligroso para la madre. Pattharamon Janbua, la mujer que había recibido 12.000 dólares por gestar a sus hijos, ha asegurado que, a pesar de todo, la pareja australiana le pidió que abortara. Su caso no es único: han sido ya varios los casos de personas que desean tanto tener un hijo que contratan a una mujer que lo geste… hasta que el niño viene con algún problema y no quieren saber nada de él. Muchos de estos casos, como todos los que componen este artículo, han sido recogidos por la agencia canadiense LifesiteNews.
Cuando por fin nacieron los niños, los Farnell sólo se llevaron de vuelta a Australia a la niña, que estaba sana. A Gammy, el niño con síndrome de Down, lo dejaron en Tailandia, y Janbua y su marido se han hecho cargo de él, y de los numerosos gastos médicos generados por las complicaciones de su dolencia. Contaron, para ello, con la ayuda de una campaña internacional a favor del niño, que ha recaudado 240.000 dólares.
En un programa de televisión, los Farnell afirmaron que nunca habían pretendido abandonarlo y que querían volver a Tailandia a hacerse cargo de él -aunque en seis meses no habían hecho ninguna gestión para ello-. Janbua respondió que no iba a permitirlo: «Están soñando. Ya son culpables de abandonar a Gammy y ahora creen que se pueden salir con la suya. Quiero que vengan a Tailandia. Llevaré a Gammy a verles. Pero no se van a quedar con mi niño», dijo al Sydney Morning Herald. Este caso ha impulsado al Gobierno tailandés a plantearse una ley que prohíba los vientres de alquiler remunerados.
Granjas de mujeres
No es el primer escándalo relacionado con los vientres de alquiler que ocurre en Tailandia. Hace tres años, 14 mujeres vietnamitas fueron rescatadas del complejo en el que las retenía una compañía de vientres de alquiler. Las mujeres habían sido captadas con la promesa de que recibirían una gran cantidad de dinero, o directamente engañadas. La empresa, llamada Baby 101, les había confiscado el pasaporte para que accedieran a continuar adelante con los embarazos para luego entregar a los niños a las personas que contrataban los servicios de la compañía. Las mujeres recibían 5.000 dólares por bebé, aunque los clientes pagaban 32.000 más los gastos del embarazo. Este caso de trata se descubrió cuando una de las mujeres mandó un correo electrónico a la embajada de Vietnam en Tailandia pidiendo ayuda. A día de hoy, Baby 101 sigue promocionándose en Internet como una compañía de vientres de alquiler eugenésicos.
En la India, donde los vientres de alquiler son legales y están regulados, las empresas cobran a los padres potenciales entre 25.000 y 45.000 dólares. Las mujeres gestantes reciben entre 6.000 y 8.000 dólares por embarazo, pero los pagos cesan si el embarazo fracasa. Por todo el país han empezado a surgir complejos donde viven las madres de alquiler durante el embarazo. Uno de ellos, la clínica Akanksha de Gujarat, es famosa por sus tasas de éxito. El problema es cómo se consigue: en el segundo mes de embarazo, se separa a la mujer de su familia y se la lleva a un complejo en el que diez o 15 madres embarazadas comen y duermen en una sola habitación. Se le exige que lleve con ella a uno de sus hijos, para que al estar pendiente de él no preste tanta atención al que crece en su seno. Además, la clínica incumple los protocolos médicos a la hora de implantar los embriones en el útero de las mujeres. Es, básicamente, una granja humana. Eso sí, ha recibido las alabanzas de la presentadora de televisión estadounidense Oprah Winfrey por «hacer realidad los sueños de las madres». No de las indias, se entiende.
El problema de fondo
Sin embargo, la explotación de mujeres vulnerables no es el único problema que presentan los vientres de alquiler. Incluso si las madres gestantes recibieran un trato exquisito, o si sólo se permitiera esta práctica de forma altruista, persistiría el problema de fondo: la cosificación y explotación tanto de la madre gestante como del niño, que -siguiendo el camino abierto por las técnicas de reproducción asistida- se convierte en un producto de consumo, que se puede encargar cuando se quiera… y devolver cuando la necesidad ya no exista, o no la satisfaga.
Así lo ha demostrado el caso de otra personalidad televisiva estadounidense, la cómica Sherri Shepher (30 Rock). En julio pasado, el Daily Mail informaba de que Shepherd, que «había estado esperando emocionada la llegada del bebé gestado por una madre de alquiler, que salía de cuentas dentro de una semanas», ya «no quería tener nada que ver con el niño no nacido». El motivo: su matrimonio con el guionista Lamar Sally se había roto, y Shepherd no quería que se le exigiera ninguna ayuda económica para un niño que va a venir al mundo porque ella lo encargó, pero que es hijo biológico de una donante de óvulo anónima y de su -ahora- ex marido.
Por otro lado, muchas mujeres que se ofrecen como vientres de alquiler terminan comprendiendo que no hay compensación económica por desprenderse de un bebé al que han llevado en su seno durante nueve meses, y que en muchos casos es también su hijo biológico -en los casos de inseminación artificial con el semen del hombre que la contrata-. Es el caso de J. J. E., una mujer estadounidense que accedió a ser inseminada con el semen de un hombre italiano que había viajado hasta América junto a su novia para encargar un bebé. A cambio, recibiría 73.000 dólares.
Tras el parto, la pareja italiana le pidió a J. J. E. que también amamantara al niño. No estaba en el contrato, pero accedió a hacerlo. Como resultado, se arrepintió de su decisión, y decidió no renunciar a sus derechos como madre del niño. Un tribunal de Tennessee reconoció, aplicando las leyes de adopción, que como no había ratificado su renuncia a su hijo después del parto, la que había hecho durante el embarazo quedaba invalidada. Como resultado, tanto J. J. E. como el aspirante a padre son los padres legales del niño y tienen derecho a solicitar la custodia del niño y derechos de visita, y la obligación de mantener al niño. Mientras, a la pareja del padre no se le reconoce ninguna relación legal con el niño.
LifesiteNews / María Martínez López