Cinco años de la guerra de Siria: «Jesús,¿quieres que participe de tu Pasión?»
Los secuestros de cristianos en Alepo no son algo extraordinario. Al contrario. Desde que comenzó la guerra y con el paso de los años, se han convertido en un auténtico flagelo. Es el caso de Rami, de 35 años. Entre los cascotes de una ciudad destruida por los misiles, se dedicaba a vender partes de coches viejos o estropeados. El 11 de febrero de 2013, día de la Virgen de Lourdes, comenzaba la Cuaresma y el ayuno en Siria. Ese día estaba especialmente contento, le gustaba ayunar y era muy devoto de la Santísima Virgen. Iba tranquilo y feliz al trabajo… Hasta que lo secuestraron.
Esa mañana fue a trabajar, como todos los días, y había quedado con un cliente.
Tenía una cita con uno de mis más antiguos clientes para ir a ver un coche viejo y tasarlo para venderlo. Fuimos hasta el garaje, situado en un barrio kurdo alejado de la ciudad y de difícil acceso por los bombardeos. Una vez en el lugar se presentaron un par de hombres armados. Entonces caí en la cuenta de que eran cómplices de mi cliente. Me había tendido una trampa para secuestrarme. Me encerraron en el maletero durante tres horas, atado y amordazado.
¿Qué se le pasó por la cabeza?
Todo ese tiempo no hice más que rezar, pensaba que había llegado mi hora. Pero estaba preparado. El día anterior me había confesado para disponerme a comenzar bien la Cuaresma. Luego me tuvieron retenido en un retrete, atado a una silla.
Rogaba a los secuestradores que avisaran a mi familia, pero me decían que no lo harían hasta pasados diez o 15 días, para aumentar la angustia de mis padres y así pedir un rescate más alto a cambio de mi vida. Es más, un día me revelaron fríamente que una vez obtenido el dinero me asesinarían, porque los conocía y podía después denunciarles.
Respiraba con dificultad porque tenía cubierta la cabeza y estaba amordazo. Me sangraba las muñecas de la cadena y tenía los brazos hinchados. Lloraba por el dolor.
¿Cómo actuó la fe en esos días?
Fueron los más espantosos de mi vida, pero yo sabía que Dios no me abandonaba. Lo tomé como una oportunidad de reparar mis pecados. «Jesús, hoy empieza la Cuaresma. ¿Quieres que así participe de tu Pasión? Lo acepto. Te ofrezco todos estos sufrimientos para unirme a los tuyos».
Así rezaba, hora tras hora, y sabía que había muchas personas haciendo lo mismo por mí. Eso me daba fuerzas.
Hasta que logró huir…
¡Esperaba de Dios el milagro y sabía que lo haría! En un descuido de mi secuestrador logré romper las ataduras y me asomé por un balcón. Al ver que venía me tiré desde la ventana de un segundo piso. Me rompí la cadera y la pelvis en seis partes. El dolor era impresionante, pero san Miguel, al que le tengo una gran devoción, me protegió y salvé mi vida.
Me llamo Rami. Soy un tipo normal de Siria, con mis altibajos. Uno de los 35.000 cristianos que quedamos. Al comienzo de la guerra éramos 200.000. Me gusta la vida social y los amigos. Cuando tenía 16 años entré a una iglesia por curiosidad con un amigo y, al encontrarla vacía, me conmovió hasta tal punto que le prometí a Cristo acompañarle todos los días. Desde entonces voy a Misa a diario. Estoy sufriendo muchas adversidades por la guerra, pero incluso haber sido secuestrado no ha hecho más que fortalecer mi fe.