El judío que se puso el nombre de un Papa tras la Segunda Guerra Mundial
Gran rabino de Roma hasta 1943, su nombre de nacimiento era Israel Zolli, pero después de la guerra cambió su nombre en agradecimiento a Pío XII por su ayuda a los judíos durante la ocupación nazi
Años antes, Zolli había alzado su voz contra las leyes racistas del régimen de Mussolini, que privaron a los judíos de la nacionalidad, y en las horas de las amenazas y represalias contra su pueblo hizo lo posible por evitar las deportaciones. Sin embargo, su conducta heroica fue rápidamente olvidada y salieron a relucir los reproches al saberse la noticia de su conversión al catolicismo, relatada en su biografía Before the dawn, publicada en EE. UU. en 1954, y que solo medio siglo después apareció en italiano y en otras lenguas.
Doctor de la ley, como san Pablo
En Eugenio Zolli se repite el drama de Pablo de Tarso, aquel fariseo, hijo de fariseos, que se rindió ante Jesús de Nazaret en las cercanías de Damasco, pero que nunca renunció a sus orígenes, a «mis hermanos, los de mi raza, según la carne» (Rom 9, 3). Zolli era un prestigioso doctor de la ley, profesor en la universidad de Padua y designado por su comunidad como director del colegio rabínico de Roma, un puesto que no aceptó.
Pero este experto de la Torá también había profundizado en los salmos y los libros proféticos. A quien haya meditado y rezado con estos libros le resultará limitada cualquier religiosidad centrada en aspectos morales o legales. Las palabras de los profetas son demasiado ardientes para una lectura superficial, y en Zolli se cumpliría sobradamente aquello de «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir» (Jer 20, 7). Una vez, aseguró que «el monoteísmo de Israel no es el fruto de la mente sino de un corazón en llamas». Un corazón apasionado, no incompatible con un corazón sabio y comprensivo, tal y como pidió Salomón al Señor al comienzo de su reinado (1 Re, 3, 12). Así debió de ser el de Zolli, cada vez más convencido, en su labor rastreadora de la Escritura, de que Dios es amor.
El sabio va descubriendo a Dios en una búsqueda que es a la vez una peregrinación, hasta el punto de interpelar al lector en su autobiografía: «¿De qué sirve la vida si el hombre se priva del augusto privilegio de ser un peregrino de Dios?».
Las ansias de Zolli son idénticas a la del salmista: «Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?» (Sal 43, 3). Y bien podría decirse que, al final de su itinerario espiritual, el antiguo rabino se ha desprendido de todos sus tesoros de ciencia y de prestigio humano para quedarse tan solo con ese Dios íntimo y personal, al que el desvalido invoca así: «¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo ya no hallo gusto en la tierra» (Sal 73, 25).
«La salvación viene de los judíos»
Pese a incomprensiones y hostilidades, Eugenio Zolli nunca renunciará a sus orígenes judíos. Comparte con Pablo la convicción de que la Alianza con el pueblo judío, un don de Dios, jamás ha sido revocada (Rom 11, 29). ¿Puede esto explicar la perseverancia y la fidelidad de amplios sectores del pueblo de Israel a lo largo de su dramática historia? Aquí hay un sello divino, resaltado en 1987 por el cardenal Jean Marie Lustiger, de origen hebreo: «Si Israel existe, es porque Dios ha elevado a este pueblo para la salvación de todos los hombres. Pero la elección no es un privilegio para un pueblo determinado». Fueron los nacionalismos totalitarios, en especial el hitleriano, los que usurparon la noción de pueblo elegido, hasta convertirla en sinónimo de dominación y privilegio. Los más de mil hombres, mujeres y niños de la comunidad judía de Roma, deportados en 1943, resultaron víctimas inocentes de aquel mesianismo infernal.
Hace más de medio siglo, la declaración conciliar Nostra aetate llamó al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo. Sin ellas, tal y como señala el documento de 2015 de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, la Iglesia correría «el riesgo de caer al final en una gnosis desligada de la historia». De ahí que un antisemitismo cristiano sea una horrenda y amarga contradicción. En ese error cayeron algunos fieles, aunque no los grandes santos cristianos, que asimilaron estas palabras de Jesús a la samaritana: «La salvación viene de los judíos» (Jn 4, 22). Zolli recordó al respecto esta anécdota de san Ignacio de Loyola, con la que se sentía particularmente identificado. El general de los jesuitas le dijo a Pedro de Zárate, tan preocupado por la limpieza de sangre: «Lo habría considerado como una gracia particular si hubiera sido de origen judío. ¡Qué maravilloso para un hombre estar unido por vínculo de sangre al Cristo, nuestro Señor, y a nuestra Señora, la gloriosa Virgen María!».
El 2 de marzo de 1956 fallecía el profesor Eugenio Zolli, gran rabino de la sinagoga de Roma durante los años de la II Guerra Mundial, y que fue bautizado en la Iglesia católica en 1945. Pese a incomprensiones y hostilidades, nunca renunció a sus orígenes judíos, en línea con la posterior declaración conciliar Nostra aetate, que llamó al redescubrimiento de las raíces judías del cristianismo.