70 años y 4.000 kilómetros después, se confesó y comulgó
La historia la cuenta el sacerdote José Luis Teijeiro, misionero en Rusia, en uno de los autores del boletín Icono de Fátima, de la Asociación de amigos de Rusia San Nicolás. En este tiempo de misión en la tierra que evangelizó san Andrés, don José Luis ha conocido muchas historias de fe y amor a los sacramentos, como la de Sofía
Sofía nació en Ucrania, en una familia católica de origen polaco. Tenía seis años cuando una noche se presentaron en su casa los temidos policías soviéticos, que sin dar ningún tipo de explicación se llevaron a su padre. A ella y a su madre, les obligaron a abandonar su hogar, y les ordenaron establecerse en cualquier lugar al menos a cien kilómetros de allí. Decidieron irse a Siberia, donde vivía otro de los hijos de esta familia.
Al final de la II Guerra Mundial, su madre y su hermano ya habían fallecido, y Sofía, con 16 años y totalmente sola, decidió irse a Cracovia (Polonia), donde vivían otros hermanos suyos bastante más mayores. pero antes de llegar, la interceptaron los soldados soviéticos que ocupaban Polonia. Por haber intentado abandonar el país sin permiso, fue detenida y condenada a cinco años a un campo de trabajo en la República de Komi.
Allí conoció al que luego fue su marido, con el que tuvo cuatro hijos y vivió una vida que no se puede considerar fácil. Por fin, en el año 2006, después de muchos años de penalidades, pudo viajar a su tierra natal, para visitar la tumba de su padres.
Y por fin pudo también confesarse y comulgar, después de setenta años sin poder hacerlo. Con ese objetivo viajó los cuatro mil kilómetros que separan Komi de Ucrania occidental.
Don José Luis piensa de ella que «el Señor premió ese esfuerzo por acudir a los sacramentos, y por fin pudo recibirlos en nuestra pequeña parroquia, a unos veinte kilómetros de la casa de su niñez. Venía feliz cada mes, y a mí me edificaba mucho verla llegar, ya con más de 80 años, con unas temperaturas bajísimas, en transporte público además».
Sofía falleció hace unos pocos años y ya está en las manos de Dios, y don José Luis afirma que «pienso de verdad que el Señor premió su fidelidad a la fe, su paciencia en el sufrimiento y su esfuerzo enorme por recibir los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Se nos fue preparada y en paz. Seguro que desde arriba nos ayudará, y seguirá siendo para muchos el testimonio de que vale la pena seguir luchando, puestos los ojos en el Cielo en el que ella nos espera».