En el contexto de la beatificación de siete obispos greco-católicos rumanos, mártires durante el régimen comunista, el Papa estableció un nexo entre aquella persecución cruenta y la aparición hoy de nuevas ideologías que buscan imponerse y desarraigar a nuestros pueblos de sus ricas tradiciones culturales y religiosas, aunque sea con procedimientos más sutiles. Fue inevitable recordar algunas vibrantes homilías de san Juan Pablo II en los años posteriores a la caída del comunismo.
Quizás el silencio de los grandes medios, y de algunos opinadores católicos que suelen asumir una especie de portavocía papal de oficio, responda a que el mencionado nexo les ha parecido no solo audaz sino inapropiado. Pero Francisco no dejó lugar a dudas y se refirió (una vez más) a lo que gusta denominar «colonizaciones ideológicas» que dañan especialmente a los jóvenes «con sus propuestas alienantes, tan ateas como en el pasado, dejándolos desprovistos de raíces desde donde crecer». No puede ser casualidad que el Papa eligiera el escenario, solemne y lleno de emoción, de una beatificación de siete mártires en la ciudad de Blaj, en el corazón de la Europa oriental, para advertir con pelos y señales contra esas nuevas ideologías que buscan cancelar el más rico de los legados de nuestro continente.
Francisco tiene sus registros narrativos, pero no ha dejado de señalar (para quien ha querido oírle) el grave daño que supone para Europa la pérdida de su sustancia vital cristiana. El comunismo trató de secarla (con una violencia brutal que conviene no olvidar) pero se topó con el dique de una fe martirial, de un testimonio de razón, libertad y misericordia como el que ofrecieron estos obispos rumanos. La pregunta que surge es si estas nuevas ideologías que niegan la imagen cristiana del hombre (lo que está en juego es el hombre, han repetido Juan Pablo II y Benedicto XVI) y que sobre todo odian la libertad, van a encontrar una respuesta adecuada, cuya forma concreta habrá que ir descubriendo y perfilando con la inteligencia de la fe y desde la vida real de la Iglesia, no desde laboratorios ideológicos con etiqueta cristiana. Por cierto, el documento Varón y mujer los creó, de la Congregación para la Educación Católica, es una herramienta interesante en ese sentido. Y ha producido escozor.
De momento el aldabonazo del Papa, al que algunos han tratado de poner sordina, está ahí: «Os animo a llevar la luz del Evangelio a nuestros contemporáneos y a seguir luchando, como estos beatos, contra estas nuevas ideologías que surgen. Ahora nos toca a nosotros, como les ha tocado a ellos luchar en aquellos tiempos».