El pasado domingo, en la Fundación Pablo VI, pude asistir a la apertura e inauguración del seminario internacional dedicado a Una Iglesia sinodal: de Pablo VI a Francisco. Un aporte para la reforma de la Iglesia. Las intervenciones de los ponentes me llevan a pensar en el Pueblo de Dios que camina aquí y ahora, a través del cual tenemos la dicha de anunciar el Evangelio en nuestra Iglesia diocesana. Y pienso también naturalmente en toda la Iglesia, en ese camino que ha emprendido de vivir la sinodalidad.
El anuncio del Evangelio debe apoyarse en una lectura previa de los signos de los tiempos, de la situación en la que están y viven aquellos a los que hemos de anunciárselo. Y ello lo tenemos que hacer todos los cristianos. Qué modo más bello tiene el Concilio de decirnos que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1) y que, por ello, hemos de «conocer y comprender el mundo en que vivimos» (GS 4). Si somos capaces de seguir el itinerario que nos marca la constitución Gaudium et spes, responderemos a esos perennes interrogantes y a esas aspiraciones, comprenderemos el mundo y daremos la respuesta que nos demandan.
El Papa Francisco, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium, también subraya que nuestras comunidades cristianas tienen que estar vigilantes para leer esos signos. El sucesor de Pedro nos está invitando a promover, en la Iglesia local, una vida sinodal; a buscar entre todos, con todos y para todos el modo y la manera, lo urgente y lo que es secundario, en el anuncio del Evangelio.
¿Qué significa la vida sinodal en una Iglesia diocesana? Fundamentalmente se trata de poner en marcha un proceso comunitario de discernimiento, viendo el contexto en el que estamos llamados a anunciar el Evangelio, y descubrir ante el Señor qué conversión misionera tenemos que realizar en ese entorno. Las expresiones de Papa son claras: «Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor le pide; pero todos somos invitados a aceptar esta llamada: salir de la propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio» (EG 20). Ello requiere, por parte de cada uno de los que formamos la Iglesia diocesana, entrar en un «proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma» (EG 30).
Para vivir en este proceso que el Señor pide a la Iglesia, hay algo previo que es necesario realizar: encontrarnos con Jesucristo, dejar que Él entre en nuestra existencia. Convencidos, como aquellos que inician el anuncio del Evangelio, de que Él es la luz que elimina de nuestras vidas la oscuridad, el sinsentido, la cerrazón y los miedos que nos paralizan. Se coloca en medio de nosotros para decirnos: «Paz a vosotros». Una Paz que es dadora de luz y produce apertura de nuestra vida a todos en las distintas situaciones en las que estén.
Salgamos en su búsqueda siendo creyentes y no incrédulos. No podemos decir como Tomás: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creo». Se nos da la gracia de ir a los caminos de los hombres y poder tocar sus heridas, que son las de Cristo, las de sus manos, costado y pies. Y cuando, con el atrevimiento que nos da la gracia de Cristo, somos capaces de tocar las heridas de los hombres, somos capaces de decir con fuerza: «¡Señor mío y Dios mío!».
Con ese aliento del Espíritu Santo que el Señor ha dado a la Iglesia y con esa fe y adhesión a Cristo hemos de salir. La nueva evangelización «debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados» (EG120) y, por ello, hemos de cultivar tres aspectos:
1-. Una sinodalidad que está orientada al anuncio del Evangelio. Hemos de buscar figuras y formas institucionales que nos den un marco y un estatuto de práctica de la sinodalidad. Ello implica un tipo particular de relaciones, de colaboración y participación en una obra común y de interdependencia entre el ministerio y todos los bautizados. Se ha de realizar en el intercambio común de todos los bautizados, en un proceso de información, comunicación y toma de decisiones desde el diálogo evangélico, donde todos se escuchan, que es mucho más que oír.
2-. Decididos a integrar a todos los bautizados como protagonistas de la vida de la Iglesia. Hemos de eliminar las exclusiones. Cada bautizado ha de participar activamente en la vida de la Iglesia y es responsable del anuncio del Evangelio. Supone comprendernos más y más como Pueblo de Dios.
3-. Aprendiendo a hacer esta vida sinodal en las diversas instancias de la comunidad cristiana. La parroquia es el marco adecuado; hemos de dar más protagonismo a las familias y a los laicos en las estructuras de la parroquia, en los consejos y en los diversos grupos con tareas concretas. La vida sinodal es constitutiva, es una propiedad que procede de la naturaleza de la Iglesia Y expresa su naturaleza como comunión de los santos. Hagámosla actual.