Se han cumplido seis años de la sorprendente llegada de un jesuita argentino a la sede de Pedro y para este aniversario la prensa mundial no gasta fuegos artificiales. Como dice el vaticanista Gianni Valente, «la Iglesia parece ahora un boxeador noqueado, castigado por el mundo». Curioso, muchos de los que anunciaban que la revolución de Francisco iba a forjar una «nueva Iglesia» hablan sin ambages de un «pontificado fallido». La misma banalidad antes que ahora.
Ni el brillo de sus momentáneas victorias ni el vértigo de sus amargas derrotas definen realmente el paso de la Iglesia, sino la relación con su Señor. El Papa no se salía por la tangente cuando hace pocos días advertía a los curas de Roma sobre la autosuficiencia, «como si fuéramos Pueblo de Dios por nuestro propio mérito; no, somos y seremos siempre el fruto de la acción misericordiosa del Señor».
Ya escucho risas por el fondo. No es que no pase nada, ¡por favor! Como ha dicho Francisco, los escándalos que ocupan las portadas de los periódicos provocan un dolor insoportable. Pero a través de esta vergüenza, el Señor está purificando a su Esposa, nos hace entender que sin Él somos polvo. Lo dice el mismo Papa que, no hace mucho, algunos pintaban como un superhéroe con un proyecto de cambio radical, y ahora dibujan abatido y fracasado.
Conviene recordar que Jesús eligió como roca a un pescador impetuoso y voluble al que tuvo que reprender con dureza, pero que al final siempre mostraba un amor desarmado, como de niño, hacia su Señor. Y no olvidemos que acabó crucificado cabeza abajo. Quizás no haya tarea más radical para cada sucesor de san Pedro que dar testimonio de aquello que permite a la Iglesia seguir en pie y regenerarse, como está haciendo Francisco.
En este sexto aniversario no faltan grandes ideas para salir de la tormenta, proyectos de reforma sin los cuales, según sus defensores, la Iglesia quedaría irremediablemente varada. También abundan las acusaciones, las críticas cruzadas, los toques a rebato. Todo bastante inútil, cuando no dañino. El pontificado seguirá su camino dentro de la gran historia de la Iglesia. Hay muchas cosas que pueden quitarnos el sueño y sumirnos en la impotencia; pero como decía Francisco en su carta sobre la santidad en el mundo contemporáneo, en esta Iglesia, pobre y magullada, el Señor ha depositado todo lo que necesitamos para vivir: la Palabra de Dios, los sacramentos, la enseñanza de los apóstoles, la amistad de los hermanos, el testimonio de los santos de ayer y de hoy. ¡Menudo tesoro!