Seglares en la era Francisco
¿Cómo afectan a la misión del laico las novedades que aporta a la Iglesia el pontificado de Francisco? A esta gran pregunta tratará de responder la Jornada de Apostolado Seglar de Madrid
Leer el resumen del coloquio publicado en el número 924
Laicos en medio del mundo, alegres en la misión, es el lema de la XV Jornada de Apostolado Seglar de Madrid, que se celebra el sábado, de 9 a 19 h, en el Colegio Valdeluz. Rafael Serrano, Secretario General de la Delegación de Apostolado Seglar, y hasta hace unos días Secretario General de Manos Unidas (responsabilidad que desempeñó durante casi 15 años), y el sacerdote y periodista Manuel María Bru, ponente principal de la Jornada, debaten sobre cómo se trasladan al apostolado de los laicos las prioridades y acentos que va marcando el Papa.
¿Por qué debería acudir alguien este sábado a la Jornada de Apostolado Seglar?
Rafael Serrano: Ésta es la jornada donde tenemos la posibilidad de hacer presente toda la dimensión seglar de la Iglesia en Madrid en torno a nuestro arzobispo. Es un día de celebración, de reflexión, de compartir. Son ya 15 años, en los que se ha ido poniendo cada vez más de manifiesto la necesidad que tiene el apostolado seglar de un lugar encuentro de estas características. Lo que más feliz me hace es ver el avance que habido en la comunión, en la aceptación de unos y otros carismas, a veces tan dispares. A veces cuando digo al número la gente se asusta, pero en Madrid hay más de 600 asociaciones reconocidas. Y tenemos cada vez mayor participación en la Jornada de las parroquias. También es un lugar para conocer las tendencias. Nosotros buscamos siempre un buen ponente que hable sobre el tema que queremos tratar y por dónde tiene que avanzar hoy la tarea evangelizadora de los seglares.
Ese buen ponente vas a ser tú, Manuel. ¿Qué te propones aportar?
Manuel María Bru: La idea es glosar el título de la Jornada, Laicos en medio del mundo, alegres en misión. Estamos en un momento de renovación en la vida de la Iglesia, de entusiasmo, marcado por el pontificado del Papa Francisco, y yo creo que ésa es la clave fundamental que está inspirando a toda la Iglesia. Hemos pasado de la propuesta de san Juan Pablo II de la nueva evangelización, que luego Benedicto XVI acentuó tanto, a esta visión de la Iglesia en salida y de la opción por las periferias existenciales. Uno de los interrogantes principales que se plantean es algo sobre lo que el arzobispo Carlos Osoro está insistiendo mucho: lo que él llama la pastoral de la mirada. La pregunta es cómo mirar el mundo, cómo mirar la Iglesia y cómo mirarnos a nosotros mismos como llamados a la evangelización, porque los laicos están en la vanguardia de la evangelización.
¿Cómo veis reflejados en Madrid los acentos y prioridades del pontificado de Francisco?
R. S.: Yo, personalmente, creo que ha venido muy bien el cambio de pastor en Madrid para responder a una serie de necesidades. Nuestra Iglesia diocesana ha estado durante un tiempo enfrascada en la preparación del Sínodo diocesano, la Jornada Mundial de la Juventud… Ha sido un tiempo orientado hacia una pastoral de un tipo de presencia muy determinada. Pero muchos estaban deseando escuchar otro tipo de mensajes. Y es verdad que nada de lo que está diciendo el Papa es nuevo en la doctrina, pero sí es nueva la manera de decirlo. Mucha gente se está reconciliando con la Iglesia. Esa forma de decir las cosas del Papa empalma de manera muy directa con la sensibilidad del hombre de nuestro tiempo, por esa perspectiva, digamos, de Pastoral de la Misericordia. Eso yo creo que es también una llamada para nosotros. Que lo hagan nuestros pastores, estupendo, pero también tenemos que aplicárnoslo nuestros movimientos, en nuestras parroquias, en nuestros entornos…. Éste es el camino. Cuando, ante un tema conflictivo en el que tiene la Iglesia una posición muy clara, en lugar de una actitud de reprobación, se enfocan los mismos problemas desde la cercanía y la compasión, se abren nuevas perspectivas, y yo entiendo que eso es lo que nos pide hoy el Espíritu Santo a la Iglesia, sin negar para nada todo lo anterior. Hubo una época, por ejemplo, con la cuestión obrera, en que muchos sectores de la Iglesia veían aquello como anatema, y después esto ha sido visto como natural.
M. M. B.: Estoy de acuerdo. Cada momento histórico tiene sus desafíos. Es verdad que ha habido un desafío muy importante que ha ocupado en gran medida los últimos 30 años de la vida de la Iglesia en el mundo, en España, y de un modo muy claro en Madrid, que ha sido el de fortalecer la identidad de la comunidad cristiana, porque, ante el proceso de secularización, se veía el peligro de que esa identidad se diluyera. Pero llega un momento en el que la Iglesia toma conciencia, en la línea de renovación del Concilio, de la necesidad de salir más hacia afuera. Juan Pablo II lo vio con la nueva evangelización. De Francisco, si tuviera que elegir una expresión para entender la novedad de este momento, citaría una idea suya en las Congregaciones Generales [previas al cónclave en el que resultó elegido, NDR], cuando el todavía cardenal Bergoglio decía que siempre hemos leído esa expresión del Apocalipsis de que el Señor llama a la puerta de la Iglesia como una llamada a entrar en la Iglesia, pero que hoy tendríamos que entenderla también al revés: que el Señor llama a la puerta desde dentro para que le dejemos salir al mundo, porque el mundo lo necesita, y a veces la Iglesia actúa de freno.
¿Existen hoy nuevas oportunidades de acercamiento a la gente?
M. M. B.: Estamos en un momento de crisis de las ideologías, un momento en el que se superan muchos prejuicios, y eso facilita el acercamiento. Hay también sectores en la Iglesia en Madrid que se habían podido sentir un poco marginados en el pasado, y ahora se sienten reconocidos por estos subrayados en lo social del Papa, del arzobispo Carlos Osoro, y en general por ese nuevo entusiasmo misionero, en un contexto, también, en el que se han superado las disputas ideológicas de antaño, que permiten que ahora podamos sentirnos todos unidos en lo esencial.
R. S.: Yo lo entiendo de una manera muy simple: todo lo que sea quitar dificultades para que la gente se entusiasme con Jesucristo y con su Iglesia me parece que es el mejor servicio que se puede hacer a la evangelización. Hacer amable, hacer atractivo el mensaje…, y que todos se sientan parte de la Iglesia, queridos y escuchados. Nuestro arzobispo yo creo que va por este camino.
A veces, suponemos que ahí afuera hay multitudes esperando a que la Iglesia vaya a su encuentro, y no es así…
M.M.B.: Depende de cómo entendamos esa salida, porque si es una salida con pretensiones –y por tanto, con intereses–, no es una salida desinteresada, no es una auténtica salida evangélica. Uno de los aspectos que se están subrayando en este nuevo momento es el de interpretar el diálogo en su sentido más profundo, algo que ya Pablo VI hizo en Ecclesiam suam: el diálogo es una forma de amar, forma parte de la misión de la Iglesia, y no es simplemente un método interesado para convencer al otro.
Aquí no hay rupturas, sino complementariedad. Cuando se hace un llamamiento y la comunidad cristiana en su conjunto va con toda su buena fe en una dirección, es muy fácil que se olvide de algún aspecto, y luego hay que recular un poco para recoger eso que había quedado más olvidado. En el afán por combatir el relativismo, hemos podido dar la imagen de estricta condena de la cultura contemporánea por esta dimensión relativista. El Papa, don Carlos Osoro, muchos movimientos eclesiales, van en la línea de asumir plenamente todo ese discernimiento sobre el relativismo. No se le pone ni una coma, pero sí se plantea la pregunta: ¿Cuál es el efecto principal del relativismo? El sufrimiento de la gente, la desorientación, la soledad… De ahí esa imagen de la Iglesia como Hospital de campaña. Ya no es el discurso de Qué malo es el relativismo, sino de El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Porque todos estamos heridos de relativismo, los de dentro y los de fuera. Pero cuando uno ve que el otro se preocupa de verdad por él, ahí desaparece el relativismo.
R. S.: Es verdad que la gente no nos está esperando haciendo palmas, deseando que llegue un cristiano a hablarles de Jesucristo. La única manera de llegar es el testimonio. No hay otro camino. Es ir sembrando desde un testimonio de coherencia, que es lo que de verdad de interpela.
En cuanto al diálogo, en el Sínodo de 1987 sobre los laicos se plantearon dos modelos de evangelización: el modelo de la oferta y el diálogo, y el modelo de la confrontación. El Sínodo no zanjó el debate, pero en la práctica, se fue configurando como hegemónico el modelo de la confrontación con una sociedad que nos arrincona. Eso cambia ahora con el Papa Francisco.
Lo veo y lo digo ahora, pero yo, con Benedicto XVI, he sido feliz empapándome de sus razonamientos. Y con Juan Pablo II tuve una relación bastante fluida en los años en que colaboré con el Consejo Pontificio para los Laicos. Hablé muchas veces con él, y aquel hombre marcó mi vida. Eran los tiempos de la pastoral obrera, y él entendía muy bien el mundo del trabajo.
M. M. B.: Un botón de muestra es el tema del atrio de los gentiles de Benedicto. Era algo arriesgadísimo y muchos no lo entendieron: era como meter al enemigo en casa para ponernos a dialogar con él. Pues bien, ese diálogo, que se movía en un terreno muy intelectual, se ha universalizado, y trasladado a la chabola, a la trata de personas, a las periferias… Todos somos conscientes de que hay mucha gente a la que le está costando entender esta novedad, que requiere una conversión al Evangelio. Es difícil asumir lo del amor al enemigo. Estamos viendo ahora la protesta del hermano mayor del hijo pródigo. Oye, que yo llevo aquí en casa toda la vida y ahora resulta que los principales son los que están fuera.
R. S.: Y falta también conciencia de que la Iglesia es santa y pecadora. Antes esto era algo para decirlo en las charlas y en los cursillos, pero en realidad nadie se creía lo de pecadora. Y ahora parece ser que sí, que somos pecadores, y estamos intentando limpiar el cortijo hasta donde se pueda, y eso también es un símbolo y un gesto que ya se había empezado, pero la manera tan dura y tan clara con la que Francisco está diciéndole al mundo que sí, que somos pecadores de verdad y estamos tan corrompidos como todos, o sea, que el mal también lo tenemos dentro y estamos intentando limpiarlo… Esto lleva a la gente a interrogarse mucho, porque los partidos dicen que van a limpiar, pero luego nadie limpia nada. Y aquí se acabaron las prebendas. Si antes el obispo de no sé dónde tenía que ser cardenal, ahora tenemos a un cardenal perdido por ahí en una diócesis de chichinabo. Eso son símbolos y esos testimonios le van dando a entender a la gente que esto es más serio de lo que pensaban, y que merece la pena engancharse.
¿Cómo se engancha un seglar a este nuevo tiempo en la Iglesia?
R. S.: No hay más que un camino, lo tengo clarísimo, que es creer de verdad en la Iglesia de Jesucristo. Tendemos a ver el mundo con nuestras propias ideologías, y a valorar a la iglesia o a tal Papa desde esa óptica, y si no van en nuestra línea, nos rebelamos. Yo tengo mi ideología. Me gustaría no tenerla. Pero uno de los pecados más grandes que yo veo en muchas personas es que estamos ideologizados, y todo lo medimos con el metro de la ideología, y así es muy difícil abrirse a ver la posible verdad que te pueden traer otros. Hay personas con una comprensión de la fe muy razonada, a quienes los cambios les están resultando muy difíciles.
M. M. B.: Quería añadir que esta visión en salida vale para todos. Puede parecer que requiere un plus de capacidad de diálogo, de encuentro… Pero volviendo a esa distinción de esas dos tendencias de una Iglesia más dialogante o más de confrontación, o lo que es lo mismo, en el lenguaje el Concilio, una dinámica de presencia o de fermento: ahora hace falta el acento en el fermento, que se había posiblemente descuidado en favor de la presencia. Para la confrontación, hay que levantar el primer lugar la bandera de la verdad, y la verdad es un don, no como una cosa que poseemos, sino que nos posee. Esto forma parte indiscutiblemente de la evangelización, pero para levantar la bandera de la verdad no vale cualquiera, hace falta una gran formación, entre otras cosas (y no quiero negar que sea buena y necesaria cada vez más la formación). Pero cuando la bandera que hay que levantar ahora no es la primera de todas las de la verdad ,sino la de la caridad, para la caridad valemos todos. Para querer, para escuchar, para acoger…, valemos todos. Cuesta mucho más, cuesta mucho más eso que discutir. Ésa es la Iglesia en salida. La Iglesia en salida no es una visión de grandes manifestaciones o de grandes proclamaciones, es mucho más silenciosa, se trata de algo mucho más del día a día, es algo mucho más oculto a los ojos de la imagen pública, está mucho más en el entramado de las relaciones humanas. Pero para esto valemos todos. Nadie puede decir: yo no valgo. Sí, para amar valemos todos.
R. S.: A mí, algunas cosas que dice la Evangelii gaudium me recuerdan a un sacerdote de Sevilla ya mayor, compañero mío en la HOAC, que se metió en unos poblados a cura obrero. Su padre decía: «Este hijo mío es el más tonto del mundo. Todo el que estudia es para quitarse de trabajar, y él se tira 12 años estudiando y se va a trabajar de jornalero». Algo parecido está pasando ahora en la Iglesia, con un Papa que se va a vivir a Santa Marta, se pone esos zapatos y va de un sitio a otro. Eso es revolucionario. Tanto, que a mí me da miedo pensar que ahora Dios pueda decirme, como al joven rico: Deja todo lo que tienes. Porque a estas altura de mi vida, con los 66 años cumplidos, y las poquitas comodidades que he logrado, ya no sé si me encuentro con fuerzas para eso… Y esto es algo que está pasando mucho en el interior de la Iglesia: obispos, vicarios, sacerdotes, laicos…, que llegaron a adquirir un estatus dentro de la Iglesia, ven que llega un Papa que cuestiona tantas cosas.