Creo que no traiciono la confianza de un buen amigo divulgando un mensaje que me envió por WhatsApp: «El verdadero secreto de la felicidad reside en sentir un interés genuino por los pequeños detalles de la vida cotidiana». La cita es de Morris, y precisamente este amigo me venía a recomendar una exposición que ha organizado la Fundación March sobre este artista inglés (William Morris y compañía: el movimiento Arts and Crafts en Gran Bretaña, hasta el 21 de enero). Hay que hacer caso a los amigos, sobre todo si dos o más coinciden porque, poco después, otra amiga venía muy impresionada tras una visita guiada a la exposición.
Morris defendió a ultranza la idea del «disfrute en el trabajo», expresión que era sinónimo del arte. Provocado por las enormes injusticias en la Inglaterra de su época, intentó cambiar esa situación oscura con una gran pasión en forma artística («todo lo que hace, lo hace de forma espléndida» diría de él un amigo) y política.
Al salir de la exposición me pregunté si esa mirada novedosa sobre la ficticia separación entre el homo faber y el homo ludens en la que quizá una moderna antropología nos ha envuelto, es insalvable. La intuición de William Morris parece entonces poder conciliar esa confrontación producida por la revolución industrial: el artista miraba con recelo al empresario: «¡fariseo, traidor!», le gritaría. Y el empresario igualmente al artista: «¡inútil!».
Y entonces han venido en mi ayuda dos testimonios biográficos. El primero es la biografía del editor Max Perkins, que fue el descubridor de talentos como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald o Thomas Wolfe. Rialp ha tenido el acierto de publicarlo en España. La figura del editor como artesano, que muestra ese interés genuino por los detalles y una sensibilidad dispuesta a dejarse herir por la belleza.
Después eché mano del compendio epistolar de Italo Calvino como editor de la prestigiosa editorial italiana Einaudi, que Siruela publicó con el título Los libros de los otros. La labor de Calvino consistía en la lectura de miles de manuscritos de autores y la decisión de proponer o no su publicación, todo ello con una honestidad asombrosa, como se puede comprobar en las cartas en las que supera la simple información al interesado sobre el resultado de su deliberación, sino que explica, movido por lo que Benedicto XVI llamaría años después caridad intelectual, sus decisiones. De este modo, y ahora acompañado por Morris, Perkins y Calvino, pero sobre todo por amigos, me planteo el reto de renovar la mirada de lo cotidiano.