Cuentan que G. K. Chesterton tuvo una conversación con un tabernero de Calais, al desembarcar en Francia. Este último se lamentaba amargamente de la vida y de la falta cada vez mayor de libertad: «Es lamentable haber hecho tres revoluciones para volver a caer siempre en el mismo lugar». Y Chesterton le contesta que una revolución es el movimiento de un móvil que recorre una curva cerrada y vuelve así al punto de partida.
Pero descubrimos en nosotros una indignación ante el mal que nos empuja a… ¿reaccionar?, ¿cambiar? ¿buscar la felicidad? A veces sentimos un anhelo de eso, de revolución, de golpe contundente… Jonathan Sacks, rabino principal de Gran Bretaña, avisaba en Celebrar la vida que nuestra época «ha presenciado el predominio de dos instituciones inmensamente poderosas, el Estado y el mercado. Se pensaba que entre las dos se podían solucionar la mayoría de los problemas humanos. La felicidad consiste en lo que tenemos; el mercado se concentra en lo que no tenemos. La felicidad reside en el bien que hacemos; el Gobierno se ocupa del bien que pagamos que otros hagan».
En mi necesidad de respuesta aparecen dos relatos geniales con los que me he cruzado: Aristócratas anónimos, de Enrique García-Máiquez, y Las señoras, de José Jiménez Lozano. Los dos tienen en común mostrar cómo una minoría creativa actúa en la búsqueda del bien, la verdad o la belleza… o de las tres a la vez. Aristócratas anónimos se publicó este verano a la vieja usanza, es decir, por entregas en el Diario de Sevilla. Ahora se pueden leer todos del tirón en la versión digital del diario (lástima, pero esa emoción que vivimos sus lectores de estar esperando el siguiente capítulo ya no se repetirá). En este relato, un grupo misterioso realiza una serie de atentados contra aquello que afea las ciudades. Todas sus actuaciones se saldan sin ninguna víctima, por supuesto, y además exageran la cortesía y los buenos modales.
En Las señoras (Seix Barral), dos afables ancianas, Clemencia y Constancia, que se definen como «agustinianas, demócratas, republicanas, anarquistas y reaccionarias», muestran un delicioso y divertidísimo sentido de la resistencia cultural ante las diversas manifestaciones de las corrientes actuales. En los dos relatos hay un deseo de felicidad. En los dos vemos como no se pueden conformar con eso que llamamos bienestar. En los dos el motor de la acción es el don de sí: reconocer al mirar al otro una solidaridad desde un mismo Creador y un mismo Redentor.