El Papa pide una «solución pacífica y democrática» para Venezuela - Alfa y Omega

El Papa pide una «solución pacífica y democrática» para Venezuela

Durante el rezo del ángelus, Francisco ha hecho un nuevo llamamiento al fin de la violencia en el país latinoamericano y ha mostrado su cercanía cercanía a «las familias que han perdido a sus hijos en las manifestaciones en la calle»

Redacción

El Papa Francisco ha pedido este domingo una «solución pacífica y democrática» en Venezuela, en una referencia al país latinoamericano con motivo de la próxima conmemoración, el 5 de julio, de su independencia.

El Pontífice manifestó que reza «por esta querida nación» y expresó su «cercanía a las familias que han perdido a sus hijos en las manifestaciones en la calle».

«Hago un llamamiento para que se acabe con la violencia y se encuentre una solución pacífica y democrática a la crisis», añadió el Papa ante los fieles congregados en la Plaza de San Pedro que asistieron al rezo del Ángelus.

«¡Que Nuestra Señora de Coromoto interceda por Venezuela!», concluyó el Papa, en alusión a la patrona del país caribeño.

El pasado 8 de junio el Papa recibió en el Vaticano a una representación de la Conferencia Episcopal de Venezuela (CEV), formada por seis obispos, después de que estos le pidieran audiencia para informarle sobre la situación del país.

El Vaticano participó en la fracasada mesa de negociación y el Papa ha instado en diferentes ocasiones a resolver la crisis que vive la nación caribeña.

No es la primera vez que el papa se refiere tras el rezo del Ángelus a la situación en Venezuela, pues el pasado 2 de abril hizo un llamamiento a evitar «toda violencia» y abogó por buscar «soluciones políticas» en el país.

Antes del rezo del Ángelus, al comentar el pasaje del Evangelio, el Papa explicó que la primera condición del discípulo misionero es poner en el centro de su vida al Señor, y que el resto pueda percibirlo.

«La doblez no es cristiana», añadió, con palabras improvisadas. «Por eso Jesús reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo».

Efe / Redacción

Palabras del Papa antes del rezo del ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia del día nos presenta las últimas líneas del discurso misionero del capítulo 10 del Evangelio de Mateo (cf. 10, 37 a 42), con el que Jesús instruye a los doce apóstoles, en el momento en que por primera vez los envía en misión a los pueblos de Galilea y Judea. En esta parte final, Jesús subraya dos aspectos esenciales para la vida del discípulo misionero: el primero, que su vínculo con Jesús es más fuerte que cualquier otro vínculo; el segundo, que el misionero no lleva a sí mismo, sino a Jesús, y a través de Él, el amor del Padre Celestial. Estos dos aspectos están conectados, porque cuanto más Jesús está en el centro del corazón y de la vida del discípulo, más este discípulo es «transparente» a su presencia. Van juntos, ambos.

«El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí…» (v. 37). El afecto de un padre, la ternura de una madre, la dulce amistad entre hermanos y hermanas, todo esto, aun siendo muy bueno y legítimo, no puede ser antepuesto a Cristo. No porque Él nos quiera sin corazón y privados de reconocimiento, al contrario, sino porque la condición del discípulo exige una relación prioritaria con el Maestro. Cualquier discípulo, sea un laico, una laica, un sacerdote, un obispo: la relación prioritaria. Tal vez la primera pregunta que debemos hacer a un cristiano es: ¿Tú te encuentras con Jesús? ¿Le rezas a Jesús? La relación. Casi se podría parafrasear el libro del Génesis: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a Jesucristo, y serán una sola carne. (cf. Gn 2, 24).

Quien se deja atraer a este vínculo de amor y de vida con el Señor Jesús, se convierte en un representante suyo, un «embajador», sobre todo con la forma de ser, de vivir. Hasta el punto que Jesús mismo, enviando a los discípulos en misión, les dice: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió» (Mt 10, 40). Es necesario que la gente pueda percibir que para aquel discípulo, Jesús es verdaderamente «el Señor», es verdaderamente el centro de su vida, el todo de la vida. No importa si después, como toda persona humana, tiene sus limitaciones e incluso sus errores —siempre que tenga la humildad de reconocerlos—; lo importante es que no tenga el corazón doble: esto es peligroso. «Yo soy cristiano, soy discípulo de Jesús, soy sacerdote, soy obispo, pero tengo el corazón doble». No, esto no va. No tiene que tener corazón doble, sino el corazón simple, unido; que no tenga el pie en dos zapatos, sino que sea honesto consigo mismo y con los demás. La doblez no es cristiana, por eso Jesús le reza al Padre para que los discípulos no caigan en el espíritu del mundo. O estás con Jesús, con el Espíritu de Jesús, o estás con el espíritu del mundo.

Y aquí nuestra experiencia de sacerdotes nos enseña una cosa muy bella, una cosa muy importante: es precisamente esta acogida del santo pueblo fiel de Dios, es precisamente aquel «vaso de agua fresca» (v. 42), del cual habla el Señor en el Evangelio de hoy, dado con fe afectuosa, que te ayuda a ser un buen sacerdote. Hay una reciprocidad también en la misión: si tú dejas todo por Jesús, la gente reconoce en ti al Señor; pero al mismo tiempo te ayuda a convertirte cada día a Él, a renovarte y purificarte de los compromisos, y a superar las tentaciones. Cuanto más un sacerdote sea cercano al pueblo de Dios, más se sentirá cercano a Jesús, y cuanto más esté cercano a Jesús, tanto más se sentirá cercano al pueblo de Dios.

La Virgen María ha experimentado en primera persona lo que significa amar a Jesús separándose de sí misma, dando un nuevo significado a los lazos familiares, a partir de la fe en Él. Con su materna intercesión, nos ayude a ser misioneros libres y gozosos del Evangelio.