Hace unos meses, alternando con unos jóvenes en un bar, hablamos un poco de todo. Fue un rato agradable, pues uno descubre en estas conversaciones su ilusión y preocupaciones. Al rato me di cuenta de que a uno de los jóvenes no le conocía y me presenté: «Hola, soy el padre Fernando, el cura del pueblo». El muchacho, después de presentarse, me dijo: «Ya te aviso de que soy ateo y no me vas a convencer, por eso no pierdas el tiempo conmigo».
Ante aquella respuesta me quedé un poco frío y no quise entrar en polémicas. Los jóvenes salieron en mi defensa y dijeron cosas a mi favor, pero yo no quise dejar allí la conversación. Mis años en este pueblecito me han hecho descubrir la pasión de los alcuesqueños. «Si eres ateo, ¿pasarás también de la Virgen del Rosario?». «Yo no creo en Dios, pero mi Virgen del Rosario ni me la toques. Y el día de la procesión, estoy allí el primero».
Después de escuchar esta respuesta dije para mis adentros: «No hay problema, este muchacho está salvado. Ya se encargará la Virgen de llevarlo a Jesús». Como diría santa Teresa, «estamos en tiempos recios» y tenemos que dar respuesta de nuestra fe. No podemos rechazar a Dios pero volvernos locos por la Virgen. Vivimos un momento importante en que el Papa Francisco quiere llevar a la Iglesia al mundo de la autenticidad y la coherencia. Quiere hacer de los cristianos hombres y mujeres sin complejos, con los pies puestos en el suelo y completamente felices de serlo.
Estamos en mayo, mes de María, y celebrando muchas fiestas patronales con la devoción a la Virgen. Tenemos que ponernos las pilas y celebrar este mes de la Madre desde el corazón, desde el cambio de nuestras vidas para ser mejores. Nuestra devoción nos tiene que llevar a conocer a Jesús y a sentirnos todos Iglesia. La Virgen, cuando más orgullosa está de nosotros es cuando ve cómo adoramos a su hijo Jesús.
En todo el territorio español, muchas de las cimas de nuestros pueblos están coronadas por una ermita dedicada a María bajo alguna advocación. La Madre está presente en cada pueblo. Siempre se hace presente en la vida del cristiano, aunque a veces dudemos de Dios o nos rebelemos contra él. Aunque tengamos dudas, María se hace presente como la madre tierna que busca a sus hijos para llevarlos a Jesús. No tengamos miedo si nos vienen las dudas y los momentos de bajón y de oscuridad. Si no vemos con claridad a Jesús, María se encargará de llevarnos a su hijo.