Rocío Goncet, dominica contemplativa: «Yo intento vivir para Dios, y Dios te da las cosas sin más»
De los dulces que hacéis, ¿cuál es el que mejor te sale?
Lo más fácil de hacer y lo que más bueno está son las trufas.
¿Qué tienen de especial los dulces que se hacen en la clausura?
Aparte de que están muy buenos, se hacen con mucho cariño. Creo que las cosas hechas despacio, a un ritmo normal, acaban llegando al paladar.
Dominica contemplativa… ¿qué quieren decir estas dos palabras?
Pues dominica habla de la pertenencia a la Orden de Predicadores. Esta familia lleva por excelencia la predicación, pero la predicación no se entiende sin la oración, sin la contemplación. Santo Domingo nos fundó antes que a los hermanos. Nuestro carisma es muy importante para darle fundamento al resto de la familia.
¿Cuál es vuestra misión?
La oración, la contemplación y el silencio. Todo eso es como la profecía de que la vida religiosa, que está en medio del mundo, muestra que las cosas se pueden hacer según el Evangelio.
Llevamos poco hablando y sale mucho la oración.
La oración forma parte de toda nuestra vida, desde la mañana a la noche. Vivimos exclusivamente para eso, aunque hagamos muchas cosas durante el día.
O sea, que la clausura es para estar en oración.
Por supuesto. No se entendería de otra manera. Ese encerramiento que la gente ve no tiene otro sentido que dedicar el tiempo a la oración.
¿Cómo decides entrar?
Me confirmé con 18 años y viví ese momento como el compromiso real que tenía que hacer con la Iglesia y con el mundo. Comenzamos a realizar unas oraciones con las hermanas, y me llamó mucho la atención la alegría que tenían…
Lo de la alegría se repite mucho en las vocaciones.
Es inevitable. Esa alegría tiene muchos matices, como la libertad interior, el desprendimiento de las cosas materiales… No sé, como que no te sientes agarrada ni preocupada, y entonces puedes vivir desde esa alegría profunda.
¿Dentro del convento se ve de otra manera la clausura?
Claro, al principio todo es muy asustadizo, lo ves un poco oscuro. Ahora me considero una persona completamente libre, que puede tomar decisiones, que puede seguir soñando, que puede decir cosas que antes no era ni capaz de ver, porque el contacto con el Evangelio, el contacto con Dios, te va dando una visión que antes no tenías.
¿Qué aspectos de la vida de clausura te han costado más?
Te he dicho antes que la vida comunitaria es preciosa, pero a veces es un peso… (ríe). ¡Hay días que pienso que necesito estar sola! Sí, la vida comunitaria puede costar un poco.
¿Tenéis momentos donde compartir esa experiencia de Dios?
Por ejemplo, la Lectio Divina la hacemos a nivel individual diariamente, pero una vez a la semana la hacemos comunitaria. Luego, las reuniones comunitarias acaban siendo como una oración en común.
¿Os preocupan las vocaciones?
Esas cosas las maneja Dios. Tú estás aquí para vivir tu propia vocación, y para que otras personas se interroguen y conozcan a Cristo, pero no para vivir preocupada con el futuro.
¿Echas del menos el mundo y la libertad?
No. Es que no me hace falta nada. A veces echo de menos pasear por el mar, por ejemplo. Pero no lo vivo con angustia, lo vivo con tranquilidad y sabiendo que no me hace falta. Yo intento vivir para Dios y Dios te da las cosas sin más.
Hablo con Rocío unos días antes de Navidad. Nació hace 32 años en Castilleja de la Cuesta. El pueblo está en Sevilla, muy cerca del monasterio Santa María la Real de Bormujos de clausura donde ahora vive. Estos días están a pleno rendimiento haciendo dulces. Viven de eso, y en estas fechas no dan abasto. Bueno, en realidad viven de Dios. Eso me cuenta esta sevillana que entró en la clausura cuando tenía 20 años.