Yagop (Jacques) Mourad: «Los europeos no distinguen entre musulmanes y fanáticos»
En 2015, Yagop Mourad pasó cinco meses en manos del Estado Islámico. Este religioso de la comunidad Al Khalil, dedicada al diálogo con el islam, se convertirá este viernes en el nuevo obispo sirocatólico de Homs
Homs no se ha visto casi afectada por el terremoto. ¿Participa la Iglesia local en la respuesta humanitaria?
Aquí hay muchas familias y personas desplazadas desde Alepo, Latakia y otras ciudades y pueblos afectados. La semana pasada vinieron casi 700 a nuestro comedor. Además, estamos intentando apoyar toda la labor de los jesuitas, por ejemplo, buscándoles casa.
El terremoto ha vuelto a poner el foco en Siria. Hace cinco años, vaticinó en estas páginas que la derrota del Dáesh no traería la paz. ¿Ve una salida al conflicto?
No. Mientras haya un pedazo de país que no sea libre y donde la gente no viva en paz, consideraremos que la guerra sigue. A los países que han participado no les interesa que termine. Estamos atravesando una experiencia muy difícil. Somos testigos, cada vez más, de las consecuencias del terrible período de guerra y de las sanciones. Ahora vivimos con miedo al terremoto, que ha destruido edificios y construcciones, ha matado a mucha gente, ha dejado a más de un millón de personas sin hogar y ha hecho la vida muy difícil. Antes ya había familias que solo comían una vez al día.
El nuevo obispo sirocatólico de Mosul (Irak), Qusay Mubarak Abdullah Hano, tuvo que huir del Dáesh. Usted estuvo secuestrado. ¿Qué mensaje ha querido dar la Iglesia sirocatólica al elegirlos a los dos?
Tal como yo lo entiendo, que seguimos aquí y seguimos dando testimonio de nuestra fe. El Señor ha querido que nuestra región fuera la tierra donde nació el cristianismo y de donde partió para todo el mundo.
¿Cómo es la diócesis de Homs, Hama y Nabek, al frente de la cual estará desde este viernes?
Es una Iglesia que data del siglo I después de Cristo. Tenemos 13 parroquias en aldeas esparcidas por toda la región del centro de Siria, una zona muy amplia geográficamente. La mayoría de feligreses son campesinos que trabajan la tierra y que viven de ella. Son pobres pero generosos, y conservan su dignidad. Soy afortunado porque en mi diócesis hay pocos refugiados que abandonaran el país. Es cierto que perdí dos parroquias grandes a causa de la guerra, Homs y Qaryatayn, pero la mayoría de nuestros feligreses se están mudando a otras parroquias de nuestra diócesis. Además, la mayoría de los sacerdotes son jóvenes, lo que nos permite trabajar juntos con valentía.
Durante su secuestro vivió una experiencia profundamente espiritual. ¿Cree que le ayudará en esta misión, junto con toda su reflexión de estos años sobre el diálogo y la convivencia con los musulmanes?
Doy gracias a Dios, que me ofreció vivir el sufrimiento, para poder comprender mejor mi vocación con los pobres y miserables. Mi misión como arzobispo de Homs, Hama y Nabek es ayudar a los cristianos a vivir dignamente su presencia en esta tierra. Quiero ser como un mendigo que pide para ellos lo que necesitan para su vida cotidiana y para desarrollarse, de forma que puedan resistir frente a la corrupción y a las sanciones. Mi misión también estará abierta a las demás iglesias, para caminar con ellas hacia la unidad que quiere el Señor, y al mundo musulmán, de forma que podamos vivir con sinceridad y profundizar en nuestro papel social para que nuestro país se desarrolle y salga del aislamiento político y económico. Estoy llamado a vivir esta misión con todo el pueblo sirio en esperanza, que es fruto de la fe cristiana.
Yagop Mourad (Alepo, 1968) era seminarista en el Líbano cuando oyó hablar del italiano Paolo dall’Oglio y su labor reconstruyendo el monasterio de Deir Mar Musa. Juntos fundaron la comunidad Al Khalil, en la que hizo los votos en 1993. Desde el año 2000 estuvo al frente del monasterio de Mar Elian y de la parroquia de Qaryatayn. Durante su secuestro en 2015 pasó tres meses en un cuarto de baño y dos con feligreses en una especie de arresto domiciliario.
Usted participó en la fundación de la comunidad monástica Al Khalil en Deir Mar Musa con el padre Paolo dall’Oglio, desaparecido desde julio de 2013. ¿Cómo nació este carisma?
Conocí al padre Paolo dall’Oglio en el monasterio de Mar Musa en 1986. Yo era un joven seminarista de primer año de Filosofía en el Líbano. Fui allí porque oí hablar sobre él y sobre su proyecto de restauración de un monasterio muy antiguo y la idea me atrajo desde el principio. Luego, a lo largo de los años, leí la historia del monasterio y de la vida monástica en Oriente, que me azuzó. Ya cuando llegué a Mar Musa me conmovió la belleza del desierto, más que la de las montañas del Líbano y el mar. Después, ambos sentimos el deseo de vivir allí, pero él tenía clara la vocación de una comunidad con tres pilares: la vida contemplativa, el trabajo manual y la hospitalidad en la apertura al islam. Dios nos bendijo muy pronto con otros valientes que se comprometieron y empezamos a caminar juntos.
¿Cómo sigue la comunidad tras la desaparición de Dall’Oglio?
En este momento somos ocho, cuatro monjes y cuatro monjas, repartidos en tres monasterios. Ahora que me he desvinculado de la comunidad para servir a mi diócesis quedan siete. Son muy pocas, pero esperamos que nuestro carisma atraiga nuevas vocaciones. También que el trabajo que hemos iniciado con los muchos laicos que nos rodean abra la posibilidad de involucrarlos en nuestro carisma para que a través de esta iniciativa la Iglesia encuentre también nuevas formas de vivir la consagración.
Ha asegurado en el pasado que a pesar de la violencia y las torturas que sufrió durante su secuestro, el carácter pacífico de la comunidad Al Khalil y de los cristianos de su parroquia de Qaryatayn le salvó la vida. ¿Por qué?
Lo que me salvó no fue solo la historia de convivencia entre cristianos y musulmanes de Qaryatayn. Hoy comprendo que el buen Dios tenía otro proyecto para mí. Eso fue lo que me salvó. Y para asegurar que se cumpliera me encomendó a la Virgen María, que me acompañó en ese momento difícil.
Pero a pesar de todo, tras su liberación pasó una temporada en Europa. ¿Por qué?
No fui para recuperarme del trauma, sino para continuar mi misión con los refugiados. En esa época muchas familias sirias llegaban a distintos países de Europa, y al principio estaban solas. Mi visita fue muy importante para animarlas en esa nueva etapa, tan difícil por el idioma y por el cambio de forma de vida. Era como una pérdida de identidad, o como un nuevo nacimiento.
Luego fui a Irak, donde mi presencia entre los desplazados por el Daesh también fue muy importante para su reconciliación y para ayudarles a discernir entre política y religión. En mi opinión, el Daesh fue un grupo creado para dirigir los intereses políticos a un plano religioso y realizar más rápido el proyecto de vaciar Oriente de cristianos. Ahora en Irak solo hay 400.000, casi una cuarta parte de los que había antes. En Siria también queda solo una cuarta parte de los cristianos. Se cree que somos alrededor de 600.000. Es duro conocer la realidad de nuestra situación. Nos enfrentamos a la absoluta miseria si no se hace algo para apoyar a este resto cristiano. Es responsabilidad de todos nosotros.
En España, el asesinato de un sacristán por un musulmán hizo que se mezclaran de nuevo las advertencias sobre el riesgo real del yihadismo con el rechazo hacia los musulmanes. Sin embargo, usted salió de su secuestro aún más convencido de la necesidad del diálogo. ¿Por qué?
El problema es que los europeos no distinguen entre musulmanes y fanáticos; no tienen la experiencia. Existe el problema de los musulmanes que no se presentan de manera clara y no se esfuerzan por limitar la violencia, incluso entre ellos mismos, desgraciadamente. Aquí es donde estamos llamados a servir a la paz.
Los musulmanes en Europa se sienten en un gueto porque los europeos les tienen miedo. Entonces se aíslan y gritan: «No somos peligrosos, estamos en peligro». Nuestro deber es confiar en los musulmanes mucho más de lo que lo hacemos, para que encuentren la estabilidad que les permita ser activos, integrarse en la sociedad europea y abrirse a compartir el desarrollo cultural. Comencemos a vivir una relación justa con ellos. Al darles la mano para saludarlos sienten si confiamos en ellos o no. Y es recíproco.
Hay quienes consideran ingenuo distinguir entre terrorismo e islam, y afirman que la violencia está en sus raíces. ¿Es esta su experiencia?
Dios creó a todo hombre sagrado, con un corazón bueno como el suyo. Así que el origen de nuestra existencia es bueno, estamos creados a Su imagen. Mediante la humildad, cada uno es capaz de reinar sobre el corazón de piedra. El problema es el miedo. Necesitamos sanar de nuestro miedo para poder comunicarnos libremente.
Hace un año presentó el plan de reconstrucción del monasterio de Mar Elian, en Qaryatayn. ¿Le ha dado tiempo a ver los frutos?
Estamos inmersos en el proceso de reconstrucción con la esperanza de alentar a los cristianos a regresar a su lugar de origen y a sus casas. Deseo también encontrar los medios para restaurar sus hogares. Los musulmanes que han vuelto están animados a reconstruir el monasterio y las casas de sus conciudadanos cristianos. Esto me ha conmovido mucho.