Y tú... ¿por qué tienes siempre esa cara de felicidad?
Antonio y Mercedes están casados desde hace 38 años. Hay circunstancias que nos permiten entender mejor qué significa eso de ser una sola carne. A ambos les ha tocado mirar la vida desde una silla de ruedas desde hace 19 años. Mercedes en ella, Antonio a su lado. Pozuelo del Rey (en la Alcarria madrileña) es su hogar y allí dicen tener dos casas: la suya y, a unos metros, la iglesia, un templo por el que han pasado hombres y mujeres recios y valientes. Y Mercedes es digna hija de la tierra. Confiesa que echa de menos caminar por el campo pero lo hace sin blandenguerías, no mirando sus piernas, solo la añoranza de los lirios del campo
A veces los que sostienen el mundo no tienen un discurso de la teodicea, tampoco de la suya particular. Simplemente están, y su estar es todo lo que el mundo necesita. Mercedes se encoge de hombros cuando se le pregunta cómo aceptó quedarse en una silla de ruedas para siempre. Era el 30 de agosto de 1997. Se subió a la escalera para cambiar una bombilla fundida de la iglesia. No había subido ni la mitad de los peldaños cuando se cayó para atrás.
¿Cómo acogiste la noticia?
Poco a poco. No me dijeron que me iba a quedar parapléjica. Fíjate cómo sería que yo le dije al médico: «Si usted me trae dos muletas yo me levanto del sofá».
¿Qué pasó ese tiempo?
Estuve ocho meses en el centro de parapléjicos de Toledo. Pude quedarme más pero no quise. Ya sabía lo que tenía y no se podía hacer nada más.
¿Cómo fue la vuelta?
En Toledo estaba muy bien pero el reto fue al salir, el mundo era totalmente diferente. Tuve que educar a mi propio pueblo. Había trabas en las que nunca me había fijado.
¿Cuál ha sido tu apoyo?
Mi marido y mi hija. Solo tenía doce años cuando me ocurrió, pero como estaba bien enseñada… Nosotros trabajábamos en el campo y ella tenía que ayudarnos en casa. El primer día que Antonio tuvo que planchar, ella le dijo: «Yo lo hago, papá», y así empezó la nueva vida… No es el dinero lo que ayuda a salir adelante. Los seguros y el dinero hacen a la gente vaga.
[Antonio, que mira a su mujer en silencio y sonriendo, de pronto irrumpe:]
Lo llevó bien. Ni una queja. Si puede hacer ella algo por sí misma lo hace. Y yo, pues ayudo y ya está. Mercedes no anda, ¡pero habla!
Mercedes, ¿y no te has enfadado?
Muchas veces le digo a Dios: «Pero bueno, ¿dónde estuviste ese día? ¿Estuviste de bacalao? Estaba en tu casa, ¿por qué no te pusiste debajo? Claro, como era sábado por la tarde…, estabas de fiesta, ¿no? [Y ríen ambos, como el que esto ya lo tiene muy hablado con Dios]. ¿Qué voy a ganar con enfadarme?… nada. Sigo en la iglesia. 37 años ocupándome de sus cosas. Es mi casa. Canto, toco el órgano, llevo la contabilidad… Mucha gente me dice: «Y tú, ¿sigues yendo a la iglesia?». ¡Anda! Y ¿por qué no? Pero si me podía haber pasado en cualquier lugar… Si hubiera sido aquí, ¿tampoco hubiera vuelto a mi casa?
¿Realmente la Iglesia ha sido la casa que dices que es para ti?
Sí, siempre me ha ayudado.
[Antonio sale al paso para ejemplificarlo:]
En Toledo conocimos al padre Justino. Conmigo se ha portado tan bien… Llegué en ambulancia con mi mujer, y estaba él esperándonos. Enseguida se interesó por lo que le había pasado. Luego me llevó a comer a un sitio estupendo. Como no tenía lugar para dormir, llamó a los hermanos maristas y tuve una habitación gratis todo el tiempo que necesité. Comía con ellos y vivía como en familia. En esos meses tuve casa gracias a ellos.
[Mercedes continúa:]
También con ayuda económica. Les dije que, si tenía que pagar algo el obispado, yo no quería nada. Me caí en la iglesia como me podía haber caído en cualquier lugar. La iglesia era mi casa y entré a limpiar porque quise. Pero desde el obispado me dijeron que para eso tenían seguros como cualquier institución. Que era justo tener esa ayuda. También me dieron la silla.
¿Esta experiencia te ha enseñado algo de la vida?
Fortaleza. Hay muchas cosas que podemos hacer esforzándonos un poco. Tener autonomía te hace bien. Por ejemplo, me he sacado el carnet de conducir. Sabía que no me iba a servir de mucho, pero siempre había tenido esa ilusión. Es bueno hacer cosas que te hagan ver que no eres una inútil. Tienes que llevar todo lo que te da Dios. ¿Puede ser verdad que los creyentes tengamos siempre cara de felicidad?