Espacio Mambré: ¿Y si hospedáis ángeles...?
La comunidad jesuita de Padre Rubio, en el barrio madrileño de la Ventilla, da un paso más en su apuesta por el encuentro y la hospitalidad con Espacio Mambré. Cada jueves, abre su casa al barrio, a los que colaboran con ellos en trabajos y apostolados, a las familias migrantes e incluso a aquellos que están discerniendo su vocación. «La diversidad nos enriquece como comunidad y nos ayuda a vivir más conectados a Dios», explica Alberto Ares, jesuita de la comunidad
En el corazón del barrio de la Ventilla, en el norte de Madrid, a los pies de las cuatro torres que marcan la cima de la capital, vive una pequeña comunidad jesuita que lleva como nombre el del Padre Rubio. Es una de las muchas presencias –entre el colegio Padre Piquer, la parroquia San Francisco Javier, la Casa San Ignacio, la ONG Pueblos Unidos…– que la Compañía de Jesús tiene en este barrio más propio por sus condiciones, no por su localización, de la periferia. También es una comunidad de referencia en hospitalidad, como tantas otras repartidas por España. ¿Y esto qué significa? Sencillamente, que se comparte vida y proyecto con personas necesitadas. En el caso de esta comunidad, con migrantes. Además de un lugar en el que cobijarse, les ofrecen un entorno, una familia, en la que desarrollarse y ser acompañados de manera integral hasta que recuperen la autonomía y la confianza.
En la actualidad, viven bajo el mismo techo nueve personas: cuatro jesuitas ya formados, otros dos en formación y tres jóvenes subsaharianos, cada cual con su problemática y su situación legal.
En los últimos meses, la comunidad ha hecho una apuesta todavía más fuerte por la acogida y el encuentro y así, el pasado mes de septiembre, surgió el Espacio Mambré. Alberto Ares, jesuita de la comunidad del Padre Rubio, además de director del Instituto Universitario de Estudio sobre Migraciones de la Universidad Pontificia Comillas, explica su génesis: «Nació como concreción de un espacio donde hacer más expreso el espíritu de hospitalidad que queremos vivir en nuestra comunidad. Por eso escogimos Mambré, un lugar de encuentro, de acogida, de promesa de Dios. En el Espacio Mambré, cada jueves abrimos de una forma más intencionada y cuidada nuestra puerta al barrio y a nuestros amigos y amigas, compartimos la fe y mucho más con una Eucaristía primero y una cena compartida después».
Es 21 de marzo y es el mismo Alberto Ares quien abre a Alfa y Omega la puerta de este espacio. En la última planta de la casa, una habitación con forma de tienda, la capilla, acoge la Eucaristía. El espacio en sí mismo, con sus colores y decoración, invita a la oración. Siguiendo el sentido contrario a las agujas del reloj, un brazo de pintura marrón se va aclarando y, tras pasar por la intercesora Virgen María y por la cruz de Jesús, desemboca en una pared amarilla que acoge los nombres de Dios en tantas lenguas como las de las personas –Adolfo Nicolás estrenó la pared en japonés– que han pasado por la casa. Y delante, el sagrario.
Por el nombre
Antes de comenzar la Eucaristía, nos presentamos por nuestros nombres y contamos algo de nuestra vida. Unos se conocen; otros no. Están los jesuitas, dos religiosas –una de ellas la jesuitina María Luisa Berzosa, que participó en el Sínodo de los jóvenes–, una familia, laicos, migrantes que ya han echado raíces… En lo que va de curso, según detalla Ares, se han acercado muchas amigas y amigos del barrio, de las parroquias, de los trabajos y apostolados de cada uno, familias migrantes, compañeros que vienen de paso y que se hospedan en la casa, jóvenes que están discerniendo su vocación… La casa también se ha abierto a personas en situaciones de emergencia, algunas de ellas en gran vulnerabilidad, y para acoger a un grupo de jóvenes de Polonia y Ucrania que participaron a finales del año pasado en el Encuentro Europeo de Jóvenes de Taizé en Madrid.
Es una celebración sencilla, recogida y hermosa; todos participan. Se cogen de la mano y rezan juntos el padrenuestro, luego se dan un abrazo de paz. «Es una manera de encarnar nuestra vocación, de vivir la hospitalidad, de dejarnos impactar por la realidad que nos rodea, de sentirnos parte del proyecto de Dios, de permitir que entren en nuestro hogar aires nuevos y frescos. Significa que nuestros amigos y amigas, la gente que pueda estar interesada, conozca un poco más cómo celebramos y cómo vivimos. Es un lujo celebrar juntos la Eucaristía y la cena compartida. La diversidad nos enriquece como comunidad y nos ayuda a vivir más conectados con un Dios que se hace presente en este mundo de diversas maneras y a través de tantas personas y comunidades», comenta Alberto Ares.
Compartir la mesa
Acabada la celebración eucarística, toca compartir una mesa más terrenal. Entre pinchos de tortilla, ensalada y empanada es momento de entablar conversación, de encontrarse otra vez. La religiosa María Luisa Berzosa cuenta que, tras su participación en el Sínodo, le llueven las invitaciones para contar su experiencia por toda España. La acompaña de alguna que otra anécdota con el Papa Francisco y en los grupos de trabajo con obispos de habla hispana. Seve Lázaro, que ejerce de coordinador de todas las obras de los jesuitas en Ventilla, habla de los últimos ciclos de conferencias que organizaron en la Casa San Ignacio sobre migraciones y sobre reconciliación. En la conversación se cruzan nombres como David, migrante que vive en la casa y que está teniendo dificultades para tener la documentación en regla, o Jacob, que tras años de esfuerzo personal ya es independiente. Tres de los asistentes recuerdan su experiencia de voluntariado en la India, donde se conocieron, al servicio de los últimos.
Todas las personas y las historias son acogidas en Espacio Mambré; también las risas y las bromas, la alegría y las tristezas. Porque se tiene siempre presente aquello que san Pablo dice en su carta a los hebreos, que además sirve de lema para la iniciativa: «No os olvidéis de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles».
Las hospitalidad es uno de los ejes sobre el que se asienta el proyecto apostólico y social de la Compañía de Jesús: «La vida en comunidades insertas en barrios populares, o abiertas a personas en situación de exclusión, y la proximidad afectiva hacia las personas a las que se sirve y se acompaña». Esta postura no es ninguna novedad, pero sí una actualización de la experiencia de las comunidades de inserción que lideraron muchos jesuitas tras el Concilio Vaticano II, que junto a otros se fueron a vivir a barriadas y favelas junto a los excluidos. «Las comunidades de hospitalidad quieren adaptarse a los nuevos tiempos y ser espacio de acogida y encuentro allí donde los jesuitas nos sentimos llamados. En muchos de los contextos donde han ido surgiendo comunidades de espiritualidad se ha producido una vida renovada dentro de nuestra familia ignaciana. De hecho, este estilo de vida y cercanía son un referente para la misión de la Compañía de Jesús en sus contextos locales», explica Alberto Ares.
Es un modo, continúa, de cambiar las estructuras injustas del mundo, pues entra en lo más profundo del corazón de las personas y de las culturas. «Las comunidades de hospitalidad introducen, a partir del encuentro con el Señor, nuevos valores en su modo común de vida, contagiando a su alrededor la pasión por el Reino. Es una propuesta que está abriendo caminos para la revitalización de la vida en común».