Y Sevilla juró derramar su sangre por la Inmaculada Concepción - Alfa y Omega

Y Sevilla juró derramar su sangre por la Inmaculada Concepción

La archidiócesis andaluza custodia en sus fondos numerosos documentos de esta devoción, que se pueden visitar en una exposición hasta el 20 de diciembre

María Martínez López
Un expositor de la muestra
Un expositor de la muestra. Foto: Pedro Fernández Muñoz.

8 de septiembre de 1613, Natividad de la Virgen. En el convento dominico sevillano de Regina Angelorum —ya desaparecido— el fraile Domingo Molina comentó que no creía que María hubiera sido librada del pecado original y que, por tanto, fue concebida «como vos y yo y Martín Lutero». «Se armó un escándalo grandísimo», relata Amparo Rodríguez Babío, doctora en Historia y bibliotecaria de la Biblioteca Benedicto XVI, de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla. En una ciudad donde la religiosidad popular era mariana desde antes de la invasión musulmana, se sintió esa afirmación como una afrenta. «Insultaban, pegaban y se ensañaban con los dominicos como si hubieran atacado a su madre. El obispo tuvo que amonestar para que no se predicara eso, pero también a la gente» para que cesaran las agresiones, relata Rodríguez. Lo narró el cronista local Diego Ortiz de Zúñiga en sus anales, que se conservan en archivos civiles. Lo que sí se recoge en los fondos de la Institución Colombina, que gestiona los archivos y bibliotecas diocesanos, son los numerosos actos de desagravio, rosarios, procesiones y celebraciones en honor de la Inmaculada Concepción que se sucedieron. «Muchísimos frailes y sacerdotes escribieron opúsculos» a su favor. 

No en vano la ciudad estaba impregnada de la devoción a la Inmaculada desde tres siglos antes. «Los libros más antiguos de la catedral, a partir del siglo XIV, ya recogen esta fiesta» que, si bien no era exclusiva de la ciudad, allí se celebraba con especial solemnidad y en 1512 se fijó como obligatoria. Ya «en 1477 la reina Isabel la Católica dotó una Misa durante su octava», asignándole una cantidad fija de dinero. 

Así, cuando se vio atacada, todas las congregaciones, las hermandades y la propia catedral hicieron suya su defensa. Para las actividades con este fin, además de los estandartes propios de cada una, se creó uno especial, el simpecado, que acabó siendo adoptado por todas las hermandades andaluzas. El franciscano Francisco de Santiago, los sacerdotes Mateo Vázquez de Leca y Bernardo del Toro y el poeta Miguel del Cid «convocaron una justa poética» para elegir un himno para la Purísima. Ganó Todo el mundo en general, de Del Cid, del que se difundieron copias en toda la ciudad. «Hoy en día se sigue cantando», resalta la bibliotecaria. 

Hasta el dogma

Estas manifestaciones de piedad confluyeron en 1617 en el voto concepcionista de la ciudad. El 8 de diciembre el arzobispo, Pedro de Castro y Quiñones, «presidió en la catedral, reunidos el cabildo eclesiástico y el ciudadano», precursor del Ayuntamiento, «un acto público en el que juraron defender la Inmaculada Concepción de María incluso derramando su sangre». El fondo documental diocesano custodia tanto las actas capitulares previas como un documento con el «orden y forma» de la celebración y, finalmente, una relación del mismo. Todos ellos, junto con otros textos vinculados a esta devoción —sermones, poemas, estampas o villancicos—, ocupan dos expositores de la exposición Sedes Hispalensis, fons pietatis que se puede visitar hasta el 20 de diciembre en la catedral. «A partir de ahí cada hermandad y cofradía hizo su voto. Aún se siguen realizando cuando se lee la protestación de fe en las funciones principales», puntualiza Rodríguez Babío, autora del capítulo sobre esta devoción en el catálogo de la muestra.

Además, el obispo y el rey Felipe III encargaron a los cuatro personajes públicos ya citados ir a Roma a pedir al Papa Pablo V que declarara la Inmaculada Concepción como dogma. Durante los dos siglos que tardó en lograrse, la Casa Real española, «sobre todo los Austrias», le dio bastante impulso. Carlos III «logró que se proclamara patrona de España. Pero para el dogma habrá que esperar hasta 1854». 

Azul celeste

A pesar del papel clave de los franciscanos en la defensa de la Inmaculada, a causa de la desamortización la orden cuenta con pocos documentos. En el convento sevillano de Loreto guardan un breve en el que Sixto VI les permite rezar su oficio. También el juego de vestiduras más antiguas que se conservan en azul celeste, privilegio concedido a España y a esta orden.

Paradójicamente, por aquel entonces «las circunstancias de la Iglesia sevillana no eran las mejores» por las turbulencias del siglo XIX español. «La mitad de los conventos estaban desamortizados y la catedral había perdido bastantes posesiones». Sí se hicieron rogativas en 1849, como había pedido el Papa Pío IX, para que se diera el paso. Pero, cuando por fin el Santo Padre hizo la proclamación el 8 de diciembre de 1854, «el Gobierno anticlerical impidió que se publicara en los periódicos el texto». No se conoció hasta mayo de 1855. «Se hizo una solemne función en la catedral,«costeada por los duques de Montpensier, y se iluminó la Giralda», recuerda la bibliotecaria. Se acordó también erigir un monumento, pero «no se hizo hasta 1918 porque costó mucho reunir el dinero».