Y plantar un manzano
Zabala impresiona porque no ha tirado la toalla con la vida. Al revés. «Soy consciente de que no va a ser un camino fácil, pero soy feliz porque sigo teniendo metas y sueños por cumplir»
De pequeño se me quedó grabada una de esas frases del Taco que acompañan todos los días a la fecha: «Si supiera que voy a morir mañana, hoy plantaría un manzano». Martin Luther King. Lo que —para mí— volvió la cita memorable fue su especificidad: aquel hombre quería plantar un manzano, no un tilo ni un sauce ni un ciprés. Tenía un sueño.
He pensado en eso al leer la historia de Loida Zabala. Con 11 años, una mielitis —una inflamación de la médula espinal— la sentó para siempre en una silla de ruedas. De naturaleza optimista, Zabala se propuso hacer levantamiento de peso, y lo hizo muy bien. Participó en los Juegos Paralímpicos hasta en cinco ocasiones: Pekín, Londres, Río, Tokio y finalmente París. Sufrió abusos por parte de su pareja. Para colmo de males, hace casi un año le diagnosticaron un cáncer de pulmón terminal. Pero su alegría parece incorruptible. Ante la perspectiva de una muerte a la vuelta de la esquina, Zabala eligió seguir haciendo su trabajo y echar toda la carne en el asador para llegar a los Juegos de París. Llegó, y quedó la novena de su categoría.
La historia del cine nos ha dejado cantidad de títulos con argumentos parecidos: ¿qué harías si supieras que vas a morir mañana? El interrogante se ha abierto incontables veces en las conversaciones que los adolescentes mantienen las noches de verano a la orilla del mar. Se cuenta que esa misma pregunta se la formularon un día a san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, durante una partida de ajedrez. «Su eminencia, ¿qué haría si supiera que morirá esta noche?». «Terminaría esta partida de ajedrez —respondió el santo—. La empecé para la gloria de Dios y quisiera terminarla con la misma intención».
En el fondo, la pregunta es todas las veces la misma: cuál es el sentido de la vida. Cabe responder de tres modos: la vida no tiene sentido —en cuyo caso ni manzano ni Olimpiadas, ni ajedrez, ni pepinillos en vinagre—; la vida tiene un sentido inmanente o la vida tiene un sentido trascendente. Esas sutilidades son una lámpara encendida en medio del mundo. Zabala impresiona porque no ha tirado la toalla con la vida. Al revés. «Soy consciente de que no va a ser un camino fácil —dice en su web—, pero soy feliz porque sigo teniendo metas y sueños por cumplir». Usa palabras así: felicidad, sueños, libertad. Y lo hace a la vez que se extiende un tumor maligno por sus pulmones, su riñón, su cerebro. Es difícil que pueda comprender esto alguien que entienda la felicidad como la satisfacción de los propios placeres o la libertad como posibilidad pura. Zabala deja al mundo, digámoslo así, temblando de asombro, incapaz de comprender. La felicidad casi nunca se entiende.
No quiero dármelas de teólogo, pero quizá la vía de la causa eficiente que desenredó el Aquinate —que se puede conocer la existencia de Dios retrotrayendo los efectos a sus causas primeras— funcione también en dirección contraria. Vamos irremediablemente a alguna parte porque los efectos se convierten a su vez en causas. La cadena no es infinita. El moribundo que hoy planta el manzano atestigua su esperanza y el devenir del mundo.
A Loida Zabala le preguntaron después de su éxito en París si tenía una próxima meta y dijo que sí. Ahora se prepara para Los Ángeles 2028.