Y Madrid tuvo por fin su catedral - Alfa y Omega

Y Madrid tuvo por fin su catedral

Telemadrid desvela en La catedral del cielo los entresijos de cómo, con el apoyo de tres administraciones socialistas, Madrid culminó en 1993 la construcción de la Almudena

Ricardo Benjumea
Felipe González saluda al Papa san Juan Pablo II a su llegada a la Misa de consagración de la catedral de la Almudena
Felipe González saluda al Papa san Juan Pablo II a su llegada a la Misa de consagración de la catedral de la Almudena. Foto: Telemadrid.

Corte desde 1561, centro de un imperio en el que no se ponía el sol, Madrid, sin embargo, no tenía catedral. Intentaron remediarlo Felipe III y Felipe IV. Con el conde duque de Olivares llegó a colocarse una primera piedra a la que nunca le siguió una segunda. Hasta que en 1885 León XIII (venciendo las resistencias de Toledo) elevó Madrid al rango de diócesis. Y a la vuelta del exilio, María de las Mercedes convenció a su marido, Alfonso XII, de que reconstruyera la iglesia de la Almudena, frente al Palacio Real, destruida durante el sexenio revolucionario.

Sobre el dolor por la prematura pérdida de su «dulce esposa», como la llamaba el rey, se alzaría el majestuoso diseño neogótico del marqués de Cubas. Tras la guerra civil solo estaba construida la cripta y el esqueleto del templo principal, pero la economía no permitía grandes alegrías. El proyecto de Fernando Chueca se alzó con el concurso convocado en 1944 por el marqués de Lozoya con una catedral tres veces más pequeña de la inicialmente proyectada.

Así y todo los fondos escaseaban. Chueca llegó a temer que nunca vería la Almudena acabada. Hasta que llegó en 1983 el cardenal Ángel Suquía. La diócesis inició una cuestación popular, pero no bastaba. Otro acontecimiento en aquel año terminaría de desbloquear la situación. «El Gobierno de Felipe González es el que dice: “Madrid debe tener su propia catedral”», cuenta a Telemadrid Ángel del Río, cronista de la Villa.

A lo largo de 54 minutos, la cadena pública madrileña repasa la historia hasta la construcción del templo, junto a los acontecimientos más relevantes en los 25 años transcurridos hasta el día de hoy, como la boda de los actuales reyes o el funeral por las víctimas del 11M. La catedral del cielo, presentado por Inmaculada Galván, se emite este viernes a las 21:45 horas, e incluye entrevistas con el cardenal Carlos Osoro y con su predecesor, el cardenal Rouco, junto a un elenco de protagonistas y testigos de los principales acontecimientos que rodearon la construcción de la catedral.

Uno de los aspectos más llamativos del documental se refiere a la colaboración con las administraciones. Suquía acudió primero al presidente de la Comunidad de Madrid, como cuenta el propio Joaquín Leguina a Telemadrid. Su primera reacción –confiesa– fue escabullirse. «Yo pondré el mismo dinero que ponga el alcalde», Enrique Tierno Galván, le contestó. «Lo dije con un poco de mala fe», cuenta entre risas el histórico socialista. «Una vez paseando por delante del Palacio Real, Tierno me había dicho: “Pero esta historia de la época de Alfonso XII de que querían hacer aquí la catedral, juntar el trono y el altar… ¡Que se queden las ruinas como están, que no están mal!”. Así que pensé: “Este no va a dar un duro”. Pero no, me equivoqué de medio a medio».

Para vencer las vacilaciones del alcalde, el arzobispo dio un giro a su argumento: «Vamos a dejarnos de hablar de catedral. Esta es la cornisa panorámica de Madrid», le espetó, mostrándole un dibujo de Chueca con una simulación de las vistas del conjunto palacio-catedral tal como quedarían.

Se retomaron las obras, pero seguía faltando una inyección final de capital. Así que la diócesis acudió al presidente González, quien convocó en una cena en la Moncloa a los máximos responsables de la banca y de las principales empresas del país, conminándolos a aportar una cantidad anual que él mismo fijó, y que todos desembolsarían escrupulosamente.

El 15 de junio de 1993 todo estaba dispuesto para que san Juan Pablo II consagrara la primera catedral dedicada por un Papa fuera de Roma. Solo un detalle ensombreció aquel día histórico para la ciudad: los pitos de algunos fieles a González y Leguina. «Me entró la risa, pero a Felipe González no le hizo ninguna gracia», cuenta el expresidente madrileño. «Le dije: tú recuerda que cualquier buena obra siempre lleva su castigo».

La carta de Felipe González

Participé en la solmene celebración en la que hace 25 años san Juan Pablo II bendijo la catedral de Santa María la Real de la Almudena con mi abuelo, ya muy anciano. Aunque yo ya era sacerdote desde hacía cuatro años, no concelebré, sino que le pedí al cardenal Ángel Suquía poder acompañar a mi abuelo entre los fieles. Fuimos andando despacito desde su casa, no muy alejada de la catedral, y en uno de sus bancos esperábamos la llegada del Papa cuando entró el presidente del Gobierno, Felipe González. Fue recibido por una parte de los fieles dentro de la catedral, todos ellos con invitación (no se trató de una algarada callejera), con insultos y abucheos bastante desagradables.

Mi abuelo, que podía pasarse el día entero criticando al Gobierno de entonces, no daba crédito. Menos aún cuando le conté cuánto el presidente González había facilitado la terminación de la catedral. Su indignación no le dejó siquiera disfrutar de la celebración, aunque estaba muy contento de haber podido ver pasar al Papa Magno. De vuelta a casa, me hizo prometerle que le escribiría una carta al presidente de su parte, mostrándole nuestra indignación y el testimonio de que no todos los católicos éramos tan maleducados.

Cumplí mi promesa, y la sorpresa fue que a los pocos días recibí una carta de respuesta con membrete oficial de La Moncloa, firmada por Felipe González, en la que me decía que no me preocupase, que como todo político con responsabilidad de Gobierno estaba acostumbrado a este tipo de episodios, que le diese las gracias a mi abuelo y que en ningún momento se le pasó por la cabeza que aquel abucheo fuera representativo de los católicos madrileños. Creo que fue, por su parte, un gesto que le honra, y este 25 aniversario es una buena ocasión para contarlo.

Manuel María Bru
Delegado de Catequesis del Arzobispado de Madrid