Y es solo la punta del iceberg
Estamos hablando de vidas enteras bloqueadas. Anulación de la voluntad. Miedo. Las vidas rotas nunca son secundarias
Hace tiempo que veníamos afrontando en este semanario el melón de los abusos de poder y de conciencia, de momento todavía la punta del iceberg, pero que llevan ya unos años resonando tímidamente gracias a víctimas que sabían que algo sucedía y dieron el paso de poner nombre a aquello que atenazaba —y atenaza— su alma. Un abuso aparentemente invisible, fácilmente desdeñable con el recurso de querer dañar a la institución o no estar bien de la cabeza. Pero nada más lejos de la realidad, y esta semana el Proyecto Repara, formado por profesionales que llevan ya cinco años acompañando a víctimas de abusos en Madrid, ha lanzado un vídeo que pone el foco sobre esta problemática. Y advierte de que el número de víctimas de este tipo de abusos que piden atención en su iniciativa aumenta considerablemente. Cada día más. Y no solo desde la vida religiosa, también y mayoritariamente desde realidades eclesiales. Muchas formadas únicamente por laicos. Dice Miguel García Baró, coordinador del proyecto, que «hay algo de este fenómeno en las estructuras de la Iglesia». Y, siendo un tema «delicado, difícil de trato», advierte de la importancia de ponerse a trabajar sobre ello ya que hay víctimas «desgarradas». El vídeo no propone hipótesis inventadas. Las frases salen de un taller en el que las víctimas comparten sus experiencias. Y de estas experiencias surgen cuestiones tan brutales como que una persona ocupe el lugar de Dios en la conciencia de otra. O que no pueda hablar con su familia. O que si, tras un tiempo de discernimiento, una persona ve que aquel no es su lugar, el sentimiento de culpa por dañar a «quien todo se lo ha dado» sea tan grande que no se atreva a salir de allí. Puede parecer a muchos exagerado comparar los efectos con los de los abusos sexuales, como recalcan desde Repara. Pero estamos hablando de vidas enteras bloqueadas durante años. Anulación de la voluntad. Miedo. Las vidas rotas nunca son secundarias.