Y entonces… ¿qué hacemos? - Alfa y Omega

Y entonces… ¿qué hacemos?

3er domingo de Adviento / Lucas 3, 10-18

Sara de la Torre
'La predicación de san Juan el Bautista'. Bartholomeus Breenbergh en el Metropolitan Museum of Art
La predicación de san Juan el Bautista. Bartholomeus Breenbergh en el Metropolitan Museum of Art, Nueva York.

Evangelio: Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué debemos hacer?». Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».

Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga». Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.

Comentario

Señor, ¿entonces qué hago? ¿Qué quieres que yo haga? Esta pregunta, tan sencilla y directa, surge en el corazón de todos aquellos que buscan una respuesta en medio de la incertidumbre, especialmente en este tiempo de Adviento. Nuestro corazón inquieto se pregunta, como las personas que se acercaban a Juan el Bautista, cómo podemos responder hasta que descansemos en Él, parafraseando a san Agustín. 

Este Evangelio propone pautas claras y directas que brotan del corazón de Dios y tocan las fibras más profundas de nuestra humanidad. «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Esta enseñanza va más allá de un simple acto de caridad ocasional en este tiempo prenavideño; nos invita a la generosidad cotidiana, a salir de nuestra zona de confort. No se trata solo de dar de lo que nos sobra, sino de reconocer la necesidad del otro y responder a ella. No es un camino de grandes ritos externos o gestos vacíos, sino de una vida transformada desde dentro, reflejada en nuestras acciones diarias.

Por todo ello, no basta con preguntarnos qué debemos hacer; la clave está en el ser. Ser más humanos, ser más justos, ser más compasivos. La verdadera conversión comienza cuando entendemos que nuestra vida no nos pertenece, que es un regalo de Dios que debemos ofrecer a los demás. Este tiempo de Adviento es una oportunidad para mirar nuestra vida con honestidad. ¿Estoy realmente compartiendo lo que tengo? ¿Estoy atento a las necesidades de los demás? ¿O vivo encerrado en mi bienestar, en mis preocupaciones y en mis comodidades? Es fácil colaborar en situaciones puntuales o participar en actividades caritativas, pero la Palabra nos reta a ir más allá: a vivir una vida coherente con el mensaje de Cristo, una vida que transforme no solo nuestras acciones, sino también nuestro corazón.

La alegría de este tiempo litúrgico no es una emoción superficial, sino una profunda certeza de que el Señor está cerca. Pero, como nos recuerda san Juan Bautista, no podemos recibir al Mesías con un corazón lleno de egoísmo, soberbia o indiferencia. Vivimos en un mundo que nos invita a buscar constantemente más comodidad, pero el Evangelio nos llama a romper con esta lógica. Nos desafía a no quedarnos atrapados en un cristianismo a nuestra medida que se conforma, sino a ser discípulos verdaderos que construyen el Reino de Dios con gestos concretos para que, cuando llegue la Navidad, el encuentro con el Niño que nace sea una fiesta llena de alegría y gratitud, que transforme nuestras vidas y nos dé la plenitud que solo Él nos puede ofrecer.