Y Dios triunfó en Dachau
Los santos y los mártires son la esperanza de Europa, «porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo», escribía Juan Pablo II en la Exhortación post sinodal Ecclesia in Europa, de la que se cumplen mañana 10 años. La Europa del euro alcanzaba el rango de primera potencia económica mundial y la guerra fría caía en el olvido, pero el Sínodo de los Obispos de 1999 (del que fue Relator General el cardenal Rouco), advertía de que a Europa empezaba a faltarle el aliento vital. Hacían falta testigos del Evangelio que devolvieran la esperanza al continente, necesidad que se ha acentuado una década después, en una situación de grave crisis y desprestigio del proyecto comunitario. La Comisión de Episcopados de la Comunidad Europea celebra estos días en Bruselas la Semana para la Esperanza, para conmemorar la Exhortación de Juan Pablo II. Siguiendo las indicaciones del Beato, la COMECE propone a los europeos de hoy diversos testimonios de santidad, como el del Beato alemán Karl Leisner, perteneciente al movimiento de Schönstatt, ordenado en Dachau:
Karl Leisner descubrió su vocación en 1933, a los 17 años. Ingresa en el Seminario, pero desea también formar una familia. Duda. Se ordena diácono en 1939. Al poco tiempo le detiene la Gestapo, y es deportado al campo de concentración de Sachenhausen, y después a Dachau. Contrae la tuberculosis y su salud se deteriora rápidamente.
El 9 de septiembre de 1944, llega a Dachau un obispo francés, monseñor Gabriel Piguet. Los nazis tienen la guerra perdida, e intensifican la detención de sacerdotes. Algo más de 2.700 acabaron en Dachau, donde existía un barracón para clérigos. La gran mayoría eran sacerdotes católicos (sobre todo, polacos), aunque también había ortodoxos y pastores protestantes. Una cuarta parte moriría por las duras condiciones de vida.
La oración y el culto están proscritos. «Aquí no hay Dios», le dijo un guardia al obispo Piguet, ahora llamado preso 103.001. No se permiten las reuniones; ningún sacerdote debe acercarse a la enfermería, medida de precaución para evitar que se administre la extremaunción… Pero, a veces, se celebra la Misa, y los cristianos de las distintas confesiones se juntan para rezar, en lo que Benedicto XVI llamó un «testimonio impresionante del ecumenismo de la oración y del sufrimiento».
El fin de la guerra se ve cerca, pero los sacerdotes alemanes temen que Karl Leisner no aguante. Debe ser ordenado de inmediato. Se ponen en contacto con el preso 103.001, que inicialmente se resiste. «Una ordenación de un sacerdote en el campo de exterminio de sacerdotes sería una revancha de Dios y un signo de victoria del sacerdocio sobre el nazismo», dice, para convencerle, el padre De Connick, un jesuita belga. El obispo accede, pero advierte de que es necesario seguir los pasos debidos, y obtener las autorizaciones del obispo de Münster (la de procedencia del diácono) y del arzobispo de Munich, la diócesis de Dachau. Llegar hasta el segundo resultó relativamente sencillo. Acceder a Von Gallen, en cambio, fue una odisea. El prelado se hallaba bajo arresto domiciliario, por sus célebres homilías contra el régimen, que inspiraron el movimiento de la Rosa Blanca. Poco después de la guerra, le crearía cardenal su amigo Pío XII. Benedicto XVI le beatificó en 2005.
La ordenación se fijó para el 17 de diciembre. Los presos confeccionaron como pudieron las vestimentas litúrgicas del obispo. «No se omitió ningún rito», relataría después monseñor Piguet. «Recuerdo el fervor y la emoción. Me pareció estar en la catedral o en la capilla de mi Seminario. Nada, absolutamente nada, se perdió de la grandeza religiosa de esta ordenación, probablemente única en los anales de la Historia».
Se levantó acta de la ordenación, para dar fe al obispo de Münster. Piguet tuvo que recostarse unos instantes. «Después de esa maravillosa ceremonia, estaba agotado», escribió. «En el bloque de los sacerdotes, la alegría y la gratitud a Dios alcanzaron el máximo grado. Verdaderamente, allí donde el sacerdocio había sido humillado y donde debía haber sido destruido, la revancha divina había sido brillante».
El padre Karl Leisner murió, libre, el 12 de agosto de 1945.