XIV Congreso Católicos y Vida Pública: Es la hora de los laicos
¿Qué presencia de los laicos en la vida pública española requiere la nueva evangelización? A esta pregunta ha respondido el XIV Congreso Católicos y Vida Pública, celebrado del 16 al 18 de noviembre, en la Universidad CEU San Pablo, de Madrid. Es necesario —dijo el Nuncio, monseñor Renzo Fratini— «anunciar abiertamente a Jesucristo», defender a la familia, «fundada en el matrimonio, conforme al designo de Dios», y prestar gran atención al mundo de la cultura. El representante del Papa en España habló también del reto que supone para la Iglesia la crisis económica, en particular la «lacerante situación del desempleo». Desde otro punto de vista, la crisis ha abierto una inesperada oportunidad para el Evangelio: «Hace entender la fragilidad de la vida, exige oración, en definitiva, conduce a Cristo»
Son ya 14 ediciones del Congreso Católicos y Vida Pública. «Se mantiene —explicó don Carlos Romero, presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP)— «el mismo espíritu de los congresos anteriores, es decir: ser punto de encuentro y reflexión de los católicos, e impulsar y promover su participación en el debate público. Pero este espíritu debe actualizarse cada año con el espíritu de los tiempos, y hoy Benedicto XVI nos pide que nuestra reflexión se enmarque en el ámbito de tres aspectos concretos: la nueva evangelización, el Año de la fe y el Concilio Vaticano, de cuya apertura se cumplen 50 años».
Ésas son las coordenadas históricas y argumentales, que el cardenal Rouco, en el acto de clausura, vinculó a dos textos de referencia: la encíclica Pacem in terris, y el discurso de Benedicto XVI en el Bundestag alemán. En el primer caso, Juan XXIII percibe un momento en la Iglesia de «plenitud pletórica», y «convoca el Concilio porque cree que hay que llevar el Evangelio de forma más intensa, más honda, a un mundo que ya no lo ve él con tanto optimismo», lo cual «no era de extrañar, porque hacía muy poco tiempo que había terminado la Segunda Guerra Mundial», que «no fue una especie de catástrofe natural, sino efecto de los pecados de la humanidad, de la crisis de fe profunda que se produce desde el siglo XIX en Europa, y que en el siglo XX alcanza una radicalidad desconocida, con los totalitarismos políticos». A principio de los años 60, no sólo estaba muy cercano ese recuerdo, sino que «la Iglesia era perseguida de forma cruel en el bloque soviético», y había peligro real de una nueva guerra mundial (la apertura del Concilio coincide con la crisis de los misiles de Cuba).
Esa secularización a la que el Concilio da respuesta ha ido en aumento, y es el reto que afronta la nueva evangelización. De la mano de esa secularización, en estos años, se han dado peligrosos pasos hacia atrás en la ordenación de la vida política y social, como puso de manifiesto el Papa en su discurso al Bundestag, en el que explicó —resalta el arzobispo de Madrid— que «hay verdades previas, anteriores a lo que las mayorías puedan definir. Que eso es así, como, por ejemplo, con respecto a los derechos fundamentales, parecía que estaba fuera de toda duda» tras la guerra, «pero, tristemente, ha dejado de ser tan claro. Por ejemplo, la cuestión del derecho a la vida ha quedado en el aire», y «ese derecho no está claramente reconocido».
Si de verdad nos lo creyéramos
Don Alberto de la Hera, catedrático emérito de Derecho Canónico de la Universidad Complutense, y director general de Asuntos Religiosos en el Gobierno de don José María Aznar, subraya un curioso aspecto «en relación con los hechos conciliares, al menos desde finales de la Edad Media: los Concilios se proponen un objetivo que no se alcanza, y producen en cambio resultados óptimos que no eran los inicialmente pretendidos». En el siglo XV, el de Ferrara-Florencia no consiguió la reincorporación de la Iglesia ortodoxa griega, pero resultó fundamental para el reconocimiento del primado del sucesor de Pedro, explica el catedrático, en el texto remitido para las Actas del Congreso, del que ofreció en su intervención un resumen. El Concilio de Trento tampoco revirtió la ruptura luterana, pero «sentó en cambio la enseñanza de la Iglesia en muy importantes puntos doctrinales y disciplinares». En cuanto al Vaticano II, su convocatoria partió de un diagnóstico certero: «La Iglesia asiste en la actualidad a una grave crisis de la humanidad…, y tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia», advertía la constitución apostólica Humanae Salutis, en 1961. Pero el diagnóstico de Juan XXIII no sirvió para «contener lo que se anunciaba como una tragedia». Es más, «la propia Iglesia se vio envuelta en la gigantesca crisis que llegó a introducir en ella el humo del infierno», en palabras de Pablo VI. Sin embargo, «aquel aparente fracaso del Concilio —que vio brotar de sus ramas una notable perturbación de los principios que se trataba de consolidar— condujo en realidad, en unos años, a una renovación honda de la espiritualidad; a la brillante y eficaz labor catequética del pontificado de Juan Pablo II; y a una Iglesia mucho más consciente de cuál ha de ser —y está siendo— su respuesta al desafío del paganismo y del secularismo». El profesor Peña González, director del Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala, señaló que el Concilio Vaticano II fue el del diálogo multidimensional, dispuesto a recuperar la confianza en la modernidad; supuso una revolución que tenía que provocar efectos.
El Vaticano II sigue siendo, por tanto, una brújula válida para la nueva evangelización, pero antes es preciso responder a la pregunta: ¿qué fue el Concilio? Cincuenta años después, permanecen divisiones y tergiversaciones en torno a su interpretación. Junto al profesor Alberto de la Hera, presidiendo la mesa redonda dedicada a El Concilio Vaticano II y España, se encontraba el director de Alfa y Omega, don Miguel Ángel Velasco. «No es precisamente la unidad ni la comunión lo que en torno al Concilio más ha brillado a lo largo de este medio siglo», constató. Crisis de fe: ahí radica la raíz de los problemas actuales.
«La Iglesia —añadió— ha superado muchas graves crisis a lo largo de la Historia; sólo en los últimos tiempos, la Revolución Francesa, el nazismo, el marxismo, el post 68…, pero aquellas crisis provenían de fuera». Cuando, por ejemplo, algunos lamentan el proceso de ingeniería social llevado a cabo por el último Gobierno socialista, se pregunta Velasco: «¿Y por qué será? ¿No será que se creen lo suyo más que nosotros lo nuestro? Porque si de verdad nos lo creyéramos, España ¿cómo sería?».
Nueva presencia pública
La situación ha cambiado mucho en España y Europa en estas cinco décadas. De ello habló, en la ponencia inaugural, el exministro de Asuntos Exteriores y antiguo comisario europeo don Marcelino Oreja. Han reaparecido viejas tensiones, que se creían superadas. Desde algunos ámbitos políticos, y proyectada «por poderosos medios de comunicación social», se ha extendido una ideología laicista, que «ha conseguido impregnar difusamente el ambiente general de la sociedad española, alcanzando incluso la opinión vacilante de algunos católicos». De modo que, «quienes lean en España cierta prensa, oigan ciertas radios y vean algunos programas de televisión», sin el contrapeso de «una información rigurosa y una vida espiritual personalizada», terminan debilitando su fe y «volviéndose contra la propia Iglesia», advirtió. «¡Cuánto echamos de menos periódicos como el diario Ya!», dijo.
«Negarle a la Iglesia la legitimidad para su propia expresión es inmoral y antidemocrático, y lo es también otorgar credibilidad a la increencia, despreciando la fe», añadió el ex ministro. Pero no vale quedarse en el lamento. La realidad es la que es: «Hemos salido de un mundo anterior, el de la infancia y juventud de mi generación, que era un mundo política, moral y religiosamente unificado, al menos en apariencia, pasando ahora a un mundo» donde «la fe ha tenido que comenzar a vivirse» en un ambiente de «increencia difusa y ateísmo explícito». En la propia Iglesia, «hay que reconocer preocupantes síntomas, como «la caída de la participación de los fieles en la vida sacramental», o «la disidencia respecto de algunas orientaciones morales». Ahora bien, conviene matizar: «Si es cierto que existe una crisis de la fe, también lo es que en Europa y en España permanecen aún vivos los estratos más profundos que el cristianismo ha incrustado durante siglos en las conciencias. Y aunque esa permanencia está hoy amenazada por las transformaciones casi totales de la vida, existen potentes movimientos de renovación y de creatividad a la búsqueda de una encarnación cultural y social coherente con la fidelidad al Evangelio, a la vez que a la modernidad cultural y política».
¿Qué presencia pública?
Hoy toca renovar «la siembra de la Palabra para que pueda dar fruto», dijo, en la inauguración del congreso, el obispo auxiliar de Madrid y consiliario de la ACdP, monseñor Fidel Herráez. «Sabemos que las semillas del Verbo están esparcidas por toda la tierra, y queremos poner nuestra vida en el surco, para que la encarnación del Verbo siga siendo realidad en cada lugar y en cada momento de la Historia».
Promover esa tensión evangelizadora y «habituarnos» a entender así nuestra misión en el mundo, es precisamente un propósito central del Año de la fe, explicó a continuación el nuncio, monseñor Renzo Fratini, que habló sobre el tipo de presencia que debe tener la Iglesia hoy en la sociedad. Un aspecto hoy insoslayable —dijo— es el kerigma, anunciar «abiertamente a Jesucristo». También es preciso estar presentes, especialmente los laicos, en ámbitos como la familia, «fundada en el matrimonio, conforme al designio de Dios creador, lugar de transmisión natural de la fe», sobre la que la Iglesia debe desarrollar «un especial cuidado». El representante del Papa en España aludió además al diálogo fe y razón, y a la presencia en el ámbito de la educación y la cultura, incluyendo el arte y los medios de comunicación, «lugar donde muchas veces se forman las conciencias». Y se refirió, con especial atención, al «ejercicio de la caridad» y al testimonio cristiano en «el mundo del trabajo, propugnando a la persona como centro del desarrollo económico. Es especialmente lacerante —dijo— la situación del desempleo, particularmente de los jóvenes en este tiempo». Con respecto a quienes hoy más padecen la crisis, la Iglesia está llamada a hacerse «cercana a los que sufren y a las pobres». Pero también ese sufrimiento tiene un gran valor pedagógico, que la Iglesia no debe pasar por alto. «Esta pobreza, sobre todo, en este tiempo de crisis, hay que pensar que también cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración, en definitiva, conduce a Cristo», resaltó el nuncio.
Audacia, humildad y coherencia
Sobre cómo llevar a cabo en los diversos ámbitos de la sociedad esa nueva evangelización habló, en la conferencia de clausura, el profesor Francesc Torralba, consultor del Consejo Pontificio de la Cultura. El laico —dijo— debe ponerse ante Dios, al modo de san Agustín, y descubrir su vocación en la Iglesia: «¿Qué deseas de mí ahora? ¿Qué estoy llamado a hacer yo?».
El entorno social es a menudo hostil. Por eso, el cristiano necesita hoy audacia. «Si uno, además de minoría, no es audaz, se diluye», y, «si sólo expresamos aquello que creemos ante quienes ya lo creen, entramos en el círculo de la endogamia». Pero la audacia requiere vida interior y formación: «Resulta esencial saber dar razón de la fe, de nuestra esperanza. Si no, la audacia se convierte en un grito desesperado».
También hace falta humildad, saber que uno es sólo «una vasija de barro» y que «otros pueden ayudarme a transmitir mejor. Cuando uno experimenta la dificultad de transmitir la fe, incluso a sus propios hijos, surge la pregunta: ¿Usted cómo lo hace?».
Y coherencia… Sin testimonios de vida, no hay modo de comunicar la novedad del cristianismo, a un mundo que a menudo percibe el cristianismo como reliquia del pasado. «El valor del cristianismo no es que tenga dos mil años de Historia; lo que le hace valioso es el valor permanentemente válido del Evangelio. Hay que superar ese prejuicio de que el cristianismo es algo antiguo, y mostrar que colma el anhelo de plenitud, de felicidad».