Xavier Colás: «Me dieron 24 horas para salir de Rusia»
Después de doce años informando en el país, Moscú acabó por negar el visado a este corresponsal español. Una herramienta para atacar la libertad de prensa, que se celebra este viernes
Llegó a Moscú en 2012. ¿Cómo era la situación para los periodistas?
Rusia no estaba tan claramente enfrentada con Occidente. Era un país relativamente abierto al exterior. La primera fractura entre nosotros y ellos fue en 2014 con la anexión de Crimea. Un acto empíricamente ilegal y, sin embargo, sentimentalmente sagrado. Incluso los descontentos con el Gobierno lo vieron como un proceso natural que tenía que hacerse.
¿Y después de la invasión de Ucrania?
Rusia giró hacia una dictadura total que también afectó a los corresponsales. Pero el hostigamiento ha sido mucho más brutal contra los periodistas rusos.
¿Cuándo fue la primera vez que vio amenazada su libertad?
A partir de la guerra, que me pilló en Kiev y fue un shock. Yo sabía que la invasión se iba a producir, pero no esperaba que fuese tan rápida ni tan amplia. Después regresé a un país que se convirtió en el enemigo público número uno del orden mundial y que, en paralelo, se revolvió contra sus propios ciudadanos: echó el cierre a los medios críticos, forzó al exilio a los periodistas y estableció una censura que impedía incluso hablar de la guerra o dar cualquier versión que no fuera la del Ejército.
¿Cómo lo viven los periodistas rusos?
A los independientes, los vi desaparecer. Tuvieron que elegir entre irse o callarse. Fueron doblemente penalizados. Por un lado, eran perseguidos en su país, pero, en cuanto cruzaban la frontera, se convertían en ciudadanos rusos enemigos de la UE. Sus tarjetas de crédito no funcionaban. Eran vistos con sospecha. Y en Rusia les podían confiscar la casa o represaliar a sus familiares y amigos. Muchos, desde el extranjero, están haciendo muy buen periodismo.
¿Cómo sabe Rusia si un corresponsal está hablando de «operación especial» en sus crónicas?
Tengo que decir que yo decidí escribir que había una guerra y mis relaciones con el Ministerio de Exteriores siempre fueron correctas. Nunca me llegaron ni advertencias ni instrucciones sobre cómo tenía que escribir. Pero en todas las embajadas rusas trabajan hombres grises que se dedican a recopilar todas las informaciones que publicamos. Las traducen y las envían a Moscú. No tienen opiniones ni criterio. Simplemente obedecen. Les da igual que su país vaya al camino del precipicio o de la gloria. Cobran todos los meses y les pagan por no pensar.
Es habitual en regímenes dictatoriales negar el visado a los periodistas como herramienta para lesionar la libertad de expresión. ¿Cómo fue su caso?
Antes los corresponsales extranjeros teníamos un visado anual que se renovaba cada año, pero después se restringió a tres meses, lo que te hacía tener la espada de Damocles encima. El 19 de marzo, el Ministerio de Exteriores ruso me renovó la acreditación. Un paso fundamental para conseguir el visado. Pero una vez en la oficina de inmigración, que depende del Ministerio de Interior, me comunicaron que mi nombre figuraba en una lista de personas a las que no se les concedía el visado.
¿Tenían una lista con nombres?
Al introducir mi nombre en la base de datos aparecía en una lista policial. Entonces me dieron 24 horas, que en la práctica fueron doce, para salir del país, porque me caducaba al día siguiente y si no me iba incurría en un delito de inmigración ilegal.
¿No trató de recurrir?
Me concentré en meter doce años de mi vida en tres maletas y comprar un billete de regreso.
Acaba de publicar el libro Putinistán. Un país alucinante en manos de un presidente alucinado. ¿Cómo sería una Rusia sin Putin?
Todo el mundo sabe que nada va a cambiar mientras esté Putin. Y nadie sabe lo que va a pasar cuando no esté. Esto genera una cierta inquietud. No es como en las democracias, que sabes que el presidente se irá y vendrá otro. Putin está teniendo un envejecimiento muy malo, sabe que no tiene todo el tiempo del mundo. El futuro está cada vez más enterrado. Solo piensa en los enemigos que actualmente le rodean.
¿Cómo han vivido los propios rusos el relato de la guerra?
Hay que decir que quien quiera se puede informar fuera de los medios oficialistas. En Rusia hay un Manicomio Z con diversas salas a las que la sociedad puede entrar. Está la sala de los radicalizados, dónde están continuamente dando consignas fascistas y nazis; la sala de los confundidos, de gente que no sabe muy bien lo que está pasando, y luego están los aterrorizados, que siguen la información independiente por Telegram y solo están esperando que Putin muera un día.