Wisława Szymborska: la religión de la poesía
Se cumplen 100 años del nacimiento de una de las grandes representantes de la poesía polaca, quien, desengañada del comunismo, se aferró a las letras y a su presencia en la vida cotidiana
Este mes de julio se cumple el centenario del nacimiento de Wisława Szymborska (1923-2012), Premio Nobel de Literatura en 1996 y una de las grandes representantes de la poesía polaca. Su obra no es fácil de encasillar porque no se mueve ni entre las coordenadas de la identidad nacional ni en una desesperanzada poesía de corte social, ni tampoco en la banalidad de ciertos estilos en los que cuenta más la forma que el contenido.
En 2015 dos periodistas polacas, Anna Bikont y Joanna Szczesna, llevaron a cabo un titánico trabajo: el de escribir una biografía de Szymborska, una mujer, conocida entre otras cosas, por esta cita: «Confesarse públicamente es como perder la propia alma». El título de la obra es muy significativo: Trastos, recuerdos. Es una biografía hecha de retazos compuestos por sus poemas, entrevistas con personas cercanas a la escritora y alguna que otra declaración o confidencia —siempre al hilo del relato— de Szymborska a las autoras. Cuando un periodista busca información exhaustiva o quiere satisfacer su curiosidad puede encontrarse con que el sujeto de sus investigaciones le deja solo la puerta entreabierta. ¿Discreción, timidez, sensibilidad? En Szymborska puede haber todo eso en las proporciones adecuadas, pero también hay ironía y sentido del humor.
Es una escritora que vivió con intensidad la historia de Polonia en el siglo XX, aunque se alejó de toda clase de épicas, las del comunismo y las del poscomunismo. Es cierto, y se lo reprocharon sus detractores, que en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial se adhirió, al igual que otros intelectuales, al comunismo polaco, pero en la década de 1960 devolvió el carné del partido, aunque hacía años que se había alejado del estalinismo y de su forzado y ficticio realismo social en las letras y en las artes.
En su ruptura tuvo mucho que ver la expulsión del partido de Leszek Kolakowski, catedrático de Historia de la Filosofía que sometió al marxismo a un análisis crítico. Sin embargo, algunos no entendieron que Szymborska no se adhiriera a la lucha del sindicato Solidaridad en 1980, si bien difícilmente podía agradarle la implantación de la ley marcial y la proscripción del sindicato. Quizás esta actitud se debiera a que la escritora había dejado de creer en la política, de un signo o de otro, y prefería concentrarse en las pequeñas cosas de la realidad cotidiana. Tal y como señaló el periodista Adam Michnik, a Szymborska «el idioma de la política le resulta demasiado seco y plano». En uno de sus últimos libros de poemas, Fin y principio (1993), la autora expresa su preocupación por el crecimiento del odio, ligado a menudo a la confrontación política. En un poema reconoce que la compasión, la fraternidad o la duda no arrastran a las multitudes. Contrario a lo que suele creerse, el odio no es ciego y resulta mucho más seductor que otros sentimientos: «¡Cuántos cantares ha compuesto! / ¡Cuántas páginas de la historia ha numerado!… No nos engañemos: / sabe crear belleza. / Espléndidos son sus incendios en la negra noche. / Soberbias las humaredas de sus explosiones al alba».
De ahí que la escritora prefiriera identificarse con el homo ludens, aunque no con cualquiera, sino con el que tenía un libro en la mano. Gracias a ese libro el hombre podía considerarse libre. Por eso Szymborska estaba más cerca de los Ensayos de Michel de Montaigne y de la Ilustración del siglo XVIII, la de la época en la que el sueño de la razón todavía no había producido más monstruos, que de todo aquello que consideraba dogmatismos, que eximían al hombre de la obligación de pensar por sí mismo. En 1991, al recibir en Frankfurt el Premio Goethe, subrayaba que «no podemos meter la realidad en la maleta de la ideología». La autora, aficionada al cine, recordaba una escena de una película de Chaplin en la que, al cerrar una maleta, la ropa le sobresalía y no se le ocurría otra cosa que cortarla con unas tijeras.
Aunque Polonia suele identificarse con una tradición católica, que forma parte de sus raíces, Wisława Szymborska, que menciona con frecuencia el Antiguo Testamento en sus poemas, no cultivó ese legado. Había puesto, aunque fuera por breve tiempo, sus esperanzas en el régimen comunista con toda su grandilocuencia retórica, y aquella religión la había desengañado. Por eso adoptó la religión de la poesía, hecha presente, según ella, en la vida cotidiana. La poesía podía hacer realidad esta cita de la autora: «Prefiero amar a la gente que amar a la humanidad». La cita refleja además una actitud ante la vida, propia de una mujer muy despierta, llena de inteligencia y sensibilidad, unas cualidades que engrandecen la cultura porque la hacen más humana.