Walmor Muniz, una vida dedicada a la educación a través de la magia
Un mago de la educación o un educador mago. A sus 94 años, el hermano Walmor Muniz reside en la comunidad salesiana de Niterói, en Brasil. Es un salesiano apasionado por la educación y uno de los tesoros de la Familia Salesiana brasileña. Su magia ha traspasado fronteras y su trabajo tiene un lugar de honor en el Libro Guinness de los Records
¿Como era su vida antes de profesar como salesiano?
Yo nací pobre, mis padres eran hijos de esclavos. Llegaron a Río de Janeiro en busca de trabajo después de ser liberados. Mi padre se convirtió en electricista y trabajó 40 años como tal. Mi madre, ama de casa, era una buena cocinera y una maravillosa madre para sus tres hijos. Mi familia no tenía muchos conocimientos de religión y tampoco practicaba ninguna, sin embargo, sí existía en casa un fuerte sentimiento religioso.
En 1929 yo tenía 8 años y se abrió en Riachuelo, donde nosotros vivíamos, un oratorio salesiano. Los Salesianos eran muy buenos, nos trataban muy bien, había actividades que nos encantaban, canto, teatro… Eso me fue uniendo a los Salesianos. A mí me gustaba su trabajo y su religiosidad se me fue contagiando, fui abriendo mis ojos a mi vida futura. Comencé a ver la vida de otra manera, por ello, aunque era un buen estudiante y pensaba en estudiar ingeniería, me decidí por un futuro junto a ellos. Entonces me mandaron a Lorena, São Paulo, donde comencé mi vida religiosa como aspirante y asumí el trabajo de profesor y de animador en el oratorio. Comencé a hacer las cosas de los Salesianos: cantaba para los niños, organizaba partidos de fútbol, obras de teatro…
¿Y allí surgió su talento para la magia?
Exacto, pero sin querer. Llegó el carnaval de 1944 y durante esas fechas acostumbrábamos a organizar muchas actividades lúdicas para los niños más pobres. La idea era alegrar a los chicos y apartarles de las calles. Pero para el tercer día no teníamos organizado nada, y yo inconscientemente dije, «ay, si supiese hacer magia», no me dejaron terminar la frase, «perfecto Walmor, te encargas de hacer una velada de magia». Yo no sabía, nunca antes había hecho magia. Gracias a Dios, otros cuatro o cinco salesianos sabían algún truco, los fui persiguiendo todo el día, me pasé la noche entera practicando sus trucos delante del espejo sin poder dormir de los nervios… Entonces recordé lo que había visto hacer a un mago en el oratorio de Riachuelo. Llamé a los chavales más mayores para que me echaran una mano pactando algunas respuestas. Hicimos una velada de magia e hipnotismo y fue un gran éxito, los niños estaban entusiasmados.
¿Y desde entonces nunca paró?
Al día siguiente un salesiano alemán me llamó y me dijo: «Tienes un talento excepcional, cuando usted miraba a los chavales muchos de ellos de verdad se creían hipnotizados. Sería bueno que aprendiese más, Don Bosco utilizó también la magia para educar a sus chicos de Valdocco». Desde aquel día fuera donde fuera todo el mundo me pedía que hiciera algún truco de magia. Comencé a conseguir libros de magia de aquí y de allá, a estudiarlos, pero no encontraba nada que colmara mi curiosidad. No tenía muchas herramientas, así que hacía trucos sencillos: hacía aparecer un anillo dentro de un huevo, convertía un periódico en un pañuelo… Pero en 1948, en un gran festival para celebrar la fiesta de Don Bosco en Cachoeira de Campos, tomé la decisión de hacer lo que el mago de mi infancia hizo en el oratorio de Riachuelo. Fui aprendiendo a manipular objetos, hacía aparecer y desaparecer cosas. Y allí decidí hacer un número más complejo, empecé a multiplicar pelotas de ping pong hasta que cuando tenía 8 las convertía en un pañuelo. Allí hice 2 ó 3 espectáculos muy buenos. Pero la magia era sólo manipulación, todo cambió al llegar a Niterói.
Niterói era un internado por entonces, y el director que había oído hablar de mí me pidió que hiciera magia para los internos pero variando los espectáculos, a lo que le dije, «padre, yo sé algunos trucos, pero no puedo hacer más porque no tengo materiales y cuestan caros». Él me dijo que no me preocupara, que los compraría. Con esa motivación empecé a construir mis propios objetos de magia y desde entonces empecé a recorrer las casas salesianas haciendo números de magia e hipnotismo para todas las fiestas salesianas. Con una maleta llena de chatarrillas de mago me recorrí Brasil.
¿Fue en esa época cuando entró en el Club de Magos y fundó el festival?
En 1956 supe que existía un Club de Magos, allí intercambiaban experiencias y trucos. Todos los magos tenían que tener un seudónimo, así que me llamé el Príncipe Negro. Entonces decidí llamar a los mejores magos del estado de Río de Janeiro para hacer en Niterói un festival por la fiesta de Don Bosco. Todos venían, Don Bosco es el patrón de los ilusionistas, cada uno hacía dos o tres números, una hora y media de espectáculo, yo comenzaba y luego venían mis colegas profesionales. Mientras estuve estudiando en Europa hice muchísima magia, me fue muy útil para relacionarme con la gente y con los demás salesianos, a fin de cuentas desde 1944 hasta ahora son más de 70 años de magia y más de 1.200 espectáculos distintos.
¿Cuál es la importancia de la magia en la pedagogía salesiana?
No sólo en el colegio, sino también en la universidad utilicé la magia para aclarar ciertos temas pedagógicos. En el colegio utilizaba la magia para explicar cuestiones religiosas, por ejemplo, la Trinidad. La magia sirve también como atracción para los niños, para que ellos se acerquen al oratorio, a la catequesis, al colegio… porque es como un imán para ellos, les fascina.
Magia para sacarlos de las calles
La vida del hermano Walmor Muniz es mágica: famoso en todo Brasil como educador y como mago. Al mismo tiempo que desarrollaba su carrera artística cultivó una amplia formación académica, siendo licenciado en Filosofía y Pedagogía por la Universidad de Río de Janeiro, en Psicología en Bélgica, en Lengua y Literatura Francesa en Francia y doctor en Educación por la Universidad Federal Fluminense.
Creó y organizó durante más de 15 años uno de los festivales de magia más antiguos de Brasil, en Niterói, encantando a los alumnos con números de malabares, ilusionismo e hipnotismo. El festival entró en el Libro Guinness de los Records como el festival de magia con más años de actividad ininterrumpida.
El hermano Walmor se acerca mucho a lo que contaba el padre Ramón Reguart sobre Don Bosco: «Debido a su enorme imaginación y extraordinaria capacidad intelectual, llegó a ser un excelente prestidigitador, con el firme objetivo de aprovechar esta habilidad para ganar almas». Don Bosco desarrolló su arte como prestidigitador desde su infancia. Gracias a ello atrajo a muchos niños de la calle alejándoles del mal camino y enseñándoles el catecismo.