Volver a la tierra para salir de la pobreza - Alfa y Omega

Volver a la tierra para salir de la pobreza

Manos Unidas presenta hoy su campaña 2016 con el lema Plántale cara al hambre: siembra. Los ejes son el apoyo al agricultor local, el fomento del consumo sostenible y la denuncia de un sistema económico

Redacción
Victoria Braquehais, con niñas en el poblado de Kancence, en la República Democrática del Congo. Foto: Manos Unidas

Cerca de 800 millones de personas pasan hambre en el mundo. En las últimas décadas se han producido avances, aunque concentrados en países como China o la India, mientras que la situación sigue empeorando en Asia septentrional o África subsahariana. La buena noticia es que hay solución. Se producen alimentos de sobra para alimentar a todos los habitantes del planeta. Que lleguen a todos depende de las decisiones de los gobiernos y de los organismos internacionales, pero también de pequeños gestos al alcance de cualquiera.

Ese es el mensaje que quiere trasladar a la opinión pública la religiosa Victoria Braquehais, misionera en la República Democrática del Congo. La hermana, de la congregación Pureza de María, es uno de los rostros visibles de la campaña 2016 de Manos Unidas, con la que la ONG de cooperación al desarrollo de la Iglesia en España inicia un Trienio de Lucha contra el Hambre. Los ejes son el apoyo al agricultor local en el tercer mundo, el fomento de estilos de vida y de consumo sostenibles en Occidente y la denuncia de un sistema económico internacional que pisotea los derechos de millones de seres humanos.

Retrasos físicos y psicológicos por la mala alimentación

Joven, a sus 39 años, para los parámetros de España, Braquehais afirma, sin embargo, que por edad es casi un anciana en un país con una esperanza de vida de 49 años. Dirige un instituto en el poblado de Kancence (provincia de Lualaba), al suroeste de país, con 341 alumnos, muchos de los cuales presentan «retrasos físicos y psicológicos producidos por la mala alimentación», asegura.

En varios cursos de la escuela secundaria de Kancence, hay ya tantos chicos como chicas. Cuando ella llegó, en 2009, apenas había estudiantes femeninas. El progreso ha sido todo un logro, aunque la situación de la mujer sigue siendo terrible. El 40 % de las alumnas de Victoria Braquehais han sido violadas al menos una vez. Otras, que no han tenido la suerte de estudiar, son prostituidas por sus familias. La promoción de la mujer es uno de los focos en los que inciden los proyectos que financia allí Manos Unidas.

La religiosa habla con orgullo de muchos de sus alumnos, que tienen hoy buenos trabajos y colaboran en lo que pueden con el instituto y los demás proyectos de las religiosas (dos congoleñas y una nicaragüense, además de Braquehais), que incluyen una escuela primaria y un hospital. En contraposición, la hermana Victoria cuenta que algunos chicos «de repente desaparecen». Los reclutan en las minas de cobalto, cobre o uranio, en el pasado multinacionales norteamericanas y hoy compañías de capital chino. «Empresas que en Europa pasarían estándares de calidad muy rígidos, allí contaminan los ríos y explotan a los trabajadores de seis de la mañana a once de la noche, de lunes a domingo, por 25 euros al mes», dice Braquehais. «Utilizan a niños para descender a las minas. Van desnudos, sin equipo ni protección, drogados… Y con la droga, empiezan a venir otros muchos problemas».

Las compañías mineras se han hecho con miles de hectáreas gracias a que «los campesinos no tienen conciencia de sus derechos ni títulos de propiedad». Con ellas han venido a Lualaba multinacionales de la agroindustria, que han implantado un monocultivo de maíz transgénico, incapaz de satisfacer las necesidades alimentarias locales y cuya semilla, además, no se puede volver a plantar.

Fomentar el apego a la tierra

La agricultura tradicional se ha perdido en apenas un par de generaciones. Para intentar revertir este proceso, las religiosas han puesto en marcha un huerto escolar, con el que tratan de fomentar el apego a la tierra de los chicos.

La minería ha debilitado también los lazos sociales. Han desaparecido las formas comunitarias de labranza de la tierra. Uno de los proyectos de la misión en Kancence es una cooperativa para la canalización y abastecimiento de agua para la población. También algunos profesores han puesto en marcha pequeñas cooperativas agrícolas, como fruto de su reflexión con las religiosas sobre la encíclica Laudato si, del Papa Francisco. Y se ha comenzado a formar a algunos voluntarios en apicultura. «Las abejas son animales muy limpios y muy trabajadores, no hay que vacunarlas ni darles de comer», argumenta la hermana. «En unos años, un buen colmenar llega a producir unos 60 litros de miel al año».

Recuperar la agricultura tradicional es también el objetivo de Germán Jarro, que dirige la organización Programa de Desarrollo Integran Interdisciplinario (PRODII) en el departamento boliviano de Potosí. Al presentar la campaña de Manos Unidas en Valencia, Jarro ha denunciado que la emigración de los jóvenes a las ciudades se ha intensificado debido a la erosión de la tierra por las prácticas de la agroindustria, el cambio climático y la utilización intensiva de fertilizantes químicos. El resultado es nuevas bolsas de pobreza urbana y más pobreza en el campo. «Para romper el círculo vicioso –explica–, contactamos con Manos Unidas y recibimos el apoyo para fomentar una agricultura diversificada y respetuosa con la naturaleza. Esto genera ingresos económicos y empieza a detenerse la emigración de los jóvenes. Además, se han recuperado variedades de semillas de cultivos tradicionales que corrían el peligro de desaparecer».

Ricardo Benjumea / Cristina Sánchez

«Ya no podemos fingir que no sabemos lo que está pasando en el mundo»

A la hermana Victoria Braquehais le gusta citar una frase de la madre Teresa: «A mí Dios no me ha llamado a tener éxito, me ha llamado a serle fiel». África le ha hecho comprender esto: «Muchas cosas que para mí no eran importantes, ahora lo son, y cosas que eran muy importantes, ahora lo son menos». «En España –prosigue la religiosa–, es verdad que hay crisis, pero nos hemos olvidado de valorar cosas muy pequeñas que son muy grandes, como que a uno le salga agua del grifo o pueda comer tres veces al día. Cuando aprendemos a ser agradecidos por lo que tenemos, nos volvemos también sensibles a la situación de aquellos que no han tenido la misma suerte que nosotros».

Braquehais trata de transmitir en sus charlas y conferencias estos días en España que, con nuestros estilos de vida, «podemos cambiar muchas cosas, con tan solo hacernos dueños de nuestras vidas, en lugar de dejarnos llevar por el consumismo y la publicidad». En primer lugar, «no podemos seguir acumulando cosas que no necesitamos, cuando muchos otros no tienen lo que necesitan».

Al visitar un instituto en Arévalo, con la delegación diocesana de Ávila de Manos Unidas, los jóvenes –cuenta– se sorprendieron al escuchar que, cuando aquí se tira sistemáticamente la comida a la basura, se fomenta en el resto del planeta unos modelos de producción a gran escala que aniquilan al pequeño agricultor del tercer mundo. Braquehais también les habló del coltán. «Yo no estoy en contra de tener un móvil, pero si nos empeñamos en cambiarlo cada poco tiempo, nos convertimos en cómplices de la explotación en las minas en la República Democrática del Congo, donde mueren muchos niños».

¿Moraleja? «Ya sabemos lo que está pasando en el mundo y no podemos seguir como si no supiéramos nada. Tenemos que actuar y hacer todo lo posible para que las cosas cambien», concluye.