Volver a la Luna, un signo de paz - Alfa y Omega

Desde primeras horas de la madrugada del pasado lunes 29 de agosto, miles de fanáticos de la exploración espacial fueron buscando un sitio para ver el lanzamiento de la misión Artemis 1, desde los diferentes puntos de observación a la orilla de la laguna Río Indio, que comunica la península de Florida, con Cabo Cañaveral, donde está el Centro Espacial Kennedy de la NASA.

Los lanzamientos atraen a un nutrido grupo de aficionados que llegan en familia, aparcan sus coches junto al lago, llevan neveras con comida y refrescos, se instalan a esperar en sillas de playa, colocan trípodes con cámaras de fotos, y compiten entre ellos para ver quién sabe más sobre las misiones espaciales de la NASA. Aquella madrugada yo también estaba allí. Me instalé debajo del puente nuevo junto a Sonny y Toni Flint, una pareja de abuelos de 80 años que viven cerca y no se pierden un lanzamiento. «Yo incluso vi el accidente del Challenger en 1986. Fue muy triste, murió mucha gente», me cuenta Sonny subido en la parte de atrás de su enorme furgoneta Chevrolet.

Durante la noche se distinguía perfectamente, en la distancia, al otro lado del lago, la silueta del enorme edificio de ensamblaje del centro espacial y el inmenso cohete SLS de la misión Artemis 1, situado sobre la plataforma de lanzamiento 39B, iluminado con reflectores nocturnos que destellaban en las nubes.

La alarma que apareció el lunes 29 de agosto durante la cuenta atrás era de las más temidas. La refrigeración del motor número tres no funcionó a plena capacidad, con el riesgo que supone un aparato demasiado caliente en la parte inferior de un tanque de 2,5 millones de litros de combustible líquido altamente inflamable. A las 8:21 horas de la mañana se canceló el lanzamiento.

Algo parecido sucedió el pasado sábado 3 de septiembre en el segundo intento fallido. Tendremos que esperar ahora, al menos, hasta octubre para que la NASA vuelva a intentarlo.

La expectación levantada por el lanzamiento del Artemis 1 está justificada. Se trata del primer cohete capaz de llevar seres humanos a la Luna que sale de la Tierra desde hace 45 años. Es además, el cohete más grande y más potente jamás construido. Y abre camino para el establecimiento de una base lunar permanente.

La gran diferencia con el programa Apolo del siglo pasado es que, esta vez, los responsables del programa Artemis tienen previsto llegar a la Luna para quedarse. Se pretende construir una ciudad habitada permanente, similar a la estación espacial internacional, que sea el paso previo para hacer lo mismo en Marte.

Es una iniciativa que marca un antes y un después en la historia del ser humano en el planeta Tierra. Por vez primera, habrá seres humanos viviendo en otros astros. En las próximas décadas, nacerán y crecerán nuevas personas en esas nuevas colonias. Nuestra generación tiene la suerte de ver este amanecer de expansión planetaria.

Todo comenzará con el nuevo alunizaje, que contiene un potente mensaje de fraternidad. Parece una misión imposible, algo muy complicado a nivel técnico, pero la clave está en el esfuerzo conjunto de muchas personas, de muchos países, que, juntas, pueden convertir en posible lo imposible. Artemis nos enseña que podemos colaborar, con esfuerzo, y poner solución a las situaciones más complejas.

Se trata de cambiar la mirada sobre el papel de concordia que puede jugar la ciencia. Es un logro enorme que la humanidad haya conseguido desarrollar vacunas contra la COVID-19 en apenas dos años, que nos han ayudado a contener derrotar al virus en muchas partes del mundo.

La misión Artemis es algo parecido. En mundo dividido y amenazado como el de hoy, el programa Artemis es una apuesta que demuestra la capacidad de la colaboración pacífica entre naciones libres, como respuesta a la confrontación y a la guerra.

Artemis es promovido por una alianza entre las agencias espaciales de Estados Unidos, Canadá y Japón, y más 22 países de Europa, entre los que está España. 25 naciones que son todas democracias participativas que fomentan la exploración pacífica del espacio de forma pública y transparente, con el compromiso de socorrerse en caso de emergencia, y de compartir los descubrimientos espaciales con la comunidad científica.

Desde el espacio no se ven las fronteras ni se distinguen las distintas razas humanas que lo habitan, ni las ideologías que nos separan. Para un visitante alienígena, la Tierra es una unidad. No tiene sentido que ahora que vamos a expandirnos por el sistema solar, arrastremos nuestros prejuicios nacionales, raciales o culturales.

El programa Artemis, además de ampliar los horizontes del ser humano, es un ejemplo de colaboración con fines pacíficos, que debemos apoyar.